EN CARNE VIVA
Por: Guillermo Fárber
Ahora sí que ya me perdí (no que haga falta mucho para ello, desde luego). ¿Debo aplaudir o silbar esta embestida militar espectacular del Gobierno oficialmente contra la delincuencia organizada, principalmente los narcotraficantes? Los rumores suspicaces de siempre afirman que eso de perseguir delincuentes es pura tapadera; que los enemigos reales que se busca liquidar (o al menos someter) son las muchas guerrillas que operan ya en demasiadas partes del territorio nacional. La distinción tal vez sea importante para efectos políticos; para el ciudadano de a pie como yo, da tres cuartas partes de lo mismo: Tanto narcos como guerrilleros asesinan, violentan, quebrantan el estado de derecho.
Y digo que estoy más desconcertado que de costumbre porque muchos conocedores del tema de seguridad pública y nacional señalan que este enfoque de combate a la delincuencia es puramente represivo. Es decir, reactivo. Es decir, policiaco, militar. Mucho más eficiente, profundo y duradero, dicen esos conocedores, sería un enfoque preventivo! Es decir, proactivo. Es decir, educativo, social, humanista, civilizatorio.
Como siempre que algo me desconcierta (lo que me ocurre en promedio cuatro veces al día) llamé a Demagog para consultarle el punto. Como siempre, me respondió a gritos y de pésimo humor (dice que, de tan tarado, yo soy su cruz en esta vida). “¡Es obvio que quienes proponen un enfoque preventivo tienen la razón, pero son casi tan idiotas como tú”, me gritó, “No entienden el fondo del asunto, el fondo político y el fondo de lucro. El negocio, la popularidad y la espectacularidad no están en la prevención, sino en la represión; no en el civismo, sino en el ‘combate’.
El negocio (político y económico) lo genera el que haya delincuencia, y cuanto más extendida y feroz, mejor. ¿Qué sentido tendría evitarla, si esa ‘lucha’ es tan lucrativa? El negocio es que haya crimen. Crimen alto, negocio grande; crimen bajo, negocio pobre. Así de simple. No sean ilusos; seguirá la represión para que siga habiendo crimen”.
Demagog me colgó sin más y yo me quedé pensando en que por algo los ciudadanos seguimos aplaudiendo como focas ese enfoque erróneo. Me entristece pensar en una posible razón para tan vergonzosa actitud como sociedad: ha de gustarnos la sangre, me temo.
Por lo pronto recordé que el nefasto verbo colombianizar lo usé hace como 20 años en mi única colaboración para cierto periódico nacional. El mismo día de su aparición (meramente accidental, supongo), el Director me mandó llamar y me dijo que yo estaba vetado en ese templo de la opinión pública y que nunca más habría de publicar ahí un texto mío.
No me explicó el motivo de tan drástica decisión, desde luego, pero uno de los muchos posibles que se me ocurrieron, fue que yo había usado un término usual en la plática cotidiana desde aquel entonces, pero tabú en los medios: había dicho que México estaba en proceso de colombianizarse. Por supuesto, la opinión oficial era otra: que esa expresión denigraba tanto a México como a Colombia, que nuestro país seguía sus propias estrategias contra la inseguridad desatada (el mismo cuento ya desde entonces: finales del delamadridato); que la patria estaba lejos de caer tan bajo; que el Gobierno mantenía pleno control de la situación; bla, bla, bla.
Hoy la postura oficial es que “México no es como Colombia” (los mexicanos hemos de ser extraterrestres, supongo), pero hasta el lenguaje oficial admite implícitamente que la actual estrategia de combate es la adoptada por Colombia durante décadas contra sus narcoguerrillas (la que por cierto hace años abandonó por ineficaz y contraproducente; pero ya se sabe: siempre traemos el reloj atrasado).