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jueves, 1 de febrero de 2007

DESAFIO

Rafael Loret de Mola

*Prioridades Olvidadas
*Las Trampas del Pasado
*Cárcel para Mexicanos


Luis Donaldo Colosio lo gritó a los cuatro vientos acaso le costó la vida: era imperativo, en la perspectiva de 1994, avanzar hacia una reforma integral del Estado que, entre otras cosas, pusiera coto al poder absoluto del presidente a quien se rendían, por disciplina, las voluntades de cuantos integraban no sólo las instituciones gubernamentales sino también las dirigencias partidistas. El desgaste severo llevó al legendario Fernando Gutiérrez Barrios, meses después de retirarse de la Secretaría de Gobernación –1993-, a exclamar:
--Carlos Salinas ha roto las reglas del juego y por eso es necesario la reforma estructural.
Explicaba el veracruzano, fallecido en 2000 con jerarquía de senador de la República, que el ex mandatario mencionado, el mismo que le había designado como titular de la dependencia destinada a la política interior del país, debió partir de la sospecha para consolidar un mandato que, al final de cuentas, permitió la conducción discrecional del país contra los vientos democráticos que ya soplaban entonces. No bastaba, expresó Don Fernando, con la previsión del gran ideólogo, Don Jesús Reyes Heroles, autor de la reforma política intermedia durante el lapso de José López Portillo, destinada asegurar la estabilidad nacional hasta el año 2000; después, las turbulencias previsibles obligarían a modificar condiciones y estrategias.
En 1994, sin embargo, el “sistema” no estaba preparado para el sacudimiento de la alternancia y entonces se requería, más que nunca, suficientes garantías de estabilidad para no enturbiar la compleja puesta en escena del Tratado de Libre Comercio entre las naciones de América del Norte. Fue evidente, por supuesto, que la descomposición política había llegado al punto de enfrentar al mandatario en ejercicio con el candidato llamado a sucederlo. Peor aún: los reacomodos de los grupos dominantes iban más lentos que el imperativo de modificar al recio monolito del poder central. El asesinato de Colosio, al fin de cuentas, acabó siendo el mayor de los actos proselitistas a favor de la continuidad por el temor de la ciudadanía a enfrentar un mayor colapso institucional con acentos anarquistas. Los pasamontañas también hicieron lo suyo.
Seis años después, la transición fue vista como natural y consecuencia de la madurez colectiva como si se hubiera pasado del dominio autocrático a la democracia plena en una sola jornada. La falacia, gracias a la ingenuidad de muchos, llegó a considerarse –incluso algunos la siguen considerando- una verdad absoluta. Pese a ello, nada se hizo por avanzar hacia la reforma toral, la del Estado, aun cuando hubiese mostrado interés en ella, en un principio, el presidente sin carácter, Vicente Fox, quien, como en tantos otros renglones, acabó por desentenderse del asunto en cuanto confrontó las primeras resistencias, es decir divergencias de criterio que debieron poner en juego la supuesta vocación democrática del foxismo para rectificar y ampliar coberturas ideológicas. A final de cuentas, se retrocedió varias décadas y el legado fue la infecunda polarización de la sociedad.
Mientras el titular del Ejecutivo federal en ejercicio, Felipe Calderón, no haga la necesaria revisión histórica partiendo de que la ausencia de ésta nos llevó, en buena medida, a la ilegitimidad democrática, seguiremos al garete bajo los vientos cruzados del sectarismo con muy amplias posibilidades de encallar en los arrecifes de la parálisis.
Los peligros están a la vista; la incapacidad del gobierno por atajarlos, también.
Debate
Mientras todo ello ocurre, los panistas discuten sobre la relevancia y conveniencia de utilizar, según dicen, “el capital político de los Fox”. Y como si se tratara de una figura legendaria, agraciada además por el emocionado respaldo popular, Vicente, el de San Cristóbal, a quien nadie puede defender con argumentaciones sólidas y no viscerales, se da el lujo de cancelar su vana asistencia a la Organización Demócrata Cristiana de América, numen de las representaciones de derecha del continente, en cuya sede, eso sí, se colocó un óleo del ex mandatario mexicano para exaltar con ello sus aportaciones democráticas a favor de la continuidad así fuese alevosamente.
El colmo fue que la secretaría particular de la Presidencia, en un gesto insólito, anunciara el próximo encuentro del llamado “primer mandatario” en funciones con su antecesor, el mismo a quien se debe la exitosa campaña proselitista con uso de la parafernalia oficial tendiente al mantenimiento del estado de cosas como única supuesta fórmula de estabilidad. Los Fox no quieren el ostracismo sino ser habilitados de nuevo para refrendar así la tendencia reeleccionista en América Latina. Al fin y al cabo, en materia política, los extremos, de izquierda y derecha, se tocan cuando se trata del usufructo del poder.
Mal asunto es volver hacia el pasado por la propia inercia de la ilegitimidad. Peor todavía que ello ocurra cuando se intenta, como imperativo fundamental, consolidar el mandato presidencial y, más bien, el liderazgo nacional, tan desgastado por la polarización social, las resistencias sectarias y el cobro insolente de facturas por parte de quienes consideran haber sido los factores “claves” de la controvertida “victoria” de Calderón.
Lo curioso del asunto es que la debilidad estructural del régimen en curso obliga a los pactos más insólitos. De allí nuestra preocupación por cuanto pudo haber negociado el señor calderón durante su periplo europeo en donde, una y otra vez, reiteró optimismos si bien dejando entrever la realidad o posibilitando que sus palabras dieran lugar a dobles lecturas a través de las cuales se desprendieron juicios de valor controvertidos sobre la realidad mexicana. Y eso, desde luego, sin caer en los torpes “chascarrillos” del pasado inmediato.
¿Por qué, en cambio, no se animan la Presidencia y sus operadores a zanjar, de una vez por todas, la tenebrosa historia del pasado reciente y la que viene de más atrás cuyas vertientes todavía nos asfixian?
El Reto
Todo sea por las encuestas. Hugo Chávez es como Vicente Fox en cuanto a popularidad, sólo que al primero la mitad de los venezolanos le defienden con vehemencia aunque parezca eso imposible a los ojos de quienes observamos la conflictiva desde el exterior. De igual manera puede suponerse que la crecida de Calderón en cuanto a los niveles de aprobación general son cambiantes, esto es atenidos al carácter voluble de los mexicanos siempre influenciables por ausencia de información cotejada.
Cuidado con las apreciaciones ligeras porque estas fueron, a no dudarlo, las que confundieron al mandatario anterior quien acabó, claudicante y vencido, empeñado en refugiarse en las campañas mediáticas a cambio de asegurar, a como diera lugar, la continuidad política. Tal fue el mérito en la misma línea del frívolo juicio a Ernesto Zedillo a quien se señaló como “demócrata” por haber prohijado las condiciones para reclamar el cambio comprometiendo el futuro de México. El reclamo por las serias desviaciones gubernamentales se volvió reconocimiento “democrático”.
Seguimos hilando, pues, el rosario de las falacias en el México de las simulaciones.
La Anécdota
--¿Tú sabes cuál es el principal objetivo de los mexicanos? –me preguntó, hace años, el culto abogado Enrique Mendoza cuando defendía al ingeniero Jorge Díaz Serrano-.
Por supuesto pretendí una respuesta sesuda... pero antes de que pudiera expresarla, el propio jurisconsulto sentenció:
--Evitar caer en la cárcel... aunque sea inocente. Una vez dentro, no hay ley que valga contra la consigna.
Así hasta ahora. ¿No merece la pena insistir en la reforma integral al Estado mexicano, tan contaminado por las magras interpretaciones legaloides?