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jueves, 1 de febrero de 2007

ASIMETRIAS

Fausto Fernández Ponte


Monopolios del Maíz

I

Olvidémosnos por un rato, caro leyente, de las pulsiones antiChávez, antiEvo y antiLula de Felipe El Breve --o, si se prefiere, El Corto (de luces, por supuesto)-- y ocupémosnos de asuntos serios.

Y uno de esos asuntos serios es, por trascendente, el de la escalada alcista en los precios de bienes y servicios de consumo indispensable y, ya lo adivinó usted, el contubernio del gobierno.

Que ese contubernio exhibe una palpabilidad insoslayable es un verismo cuyas propias manifestaciones confirman ese deleznable monipodio que atenta contra los intereses del pueblo de México.

Mas no sólo eso. Tal complicidad --algo supuesta aunque, evidentemente, es más vera que presumida-- subyace también en los estratos más profundos de la psique colectiva del mexicano.

Háblase aquí, señalaríase, del mexicano raso, aquél para quien una subida leve en los precios de bienes y servicios de consumo necesario

representa una baja más en sus niveles de su difícil subsistencia.

Esos mexicanos conforman millones --la mayoría-- y aunque no se expliquen escolarizadamente las causales de la espiral alcista, intuyen que el gobierno no ha cumplido con su deber.

Y ese deber es, por un lado, crear las condiciones para que los intereses del pueblo --las finanzas populares-- no resulten afectados. Y, por otro lado, ese deber es el de no permitir tales alzas.

Doble culpa, pues. Para el pueblo, el gobierno es cómplice al someterse a los designios voraces de quienes medran con la especulación de bienes y servicios o los insumos para la producción.

II

Y que el gobierno esgrima, sofisteramente, que esa es la consecuencia de los imperativos filosóficos del libre comercio, el mexicano raso sospecha que esa es una falacia. Un pretexto.

Y, como tal, ese mexicano raso sábese cierto de que la actitud del Gobierno --y, de hecho, del Estado todo-- tiene por propósito central proteger los intereses de aquellos que expolian al pueblo.

Ello define la verdadera naturaleza del Gobierno --e inferidamente, reitérese, del Estado mismo--, que es la de una plutocracia. Sólo sirve a los ricos de México, Estados Unidos y España y otros países.

Esos ricos son los dueños del dinero y sus operadores conforman lo que entendríase por poder real, esencialmente fáctico, pero dominante del poder formal, el del Gobierno y el Estado mexicano.

Ese poder real tiene modalidades de laya variopinta, siendo una de ellas la de los monopolios en la producción de bienes y servicios o el abasto --por intermediación lucrativa-- de éstos y aquellos.

A esa intermediación se le conoce como comercio. Los intermediarios son comerciantes, pues. Comercian con materias primas e insumos para la producción de bienes y servicios y con éstos mismos.

Esa es el carácter real del comercio: intermediar, como una correa de trasmisión, entre el productor de bienes y servicios y el consumidor. Para obtener ganancias mayores, el intermediario manipula.

Y manipula, sobre todo, el abasto y al consumidor, lo cual contradice el ideal preceptivo del libre comercio, entendido como un intercambio de mercancías y servicios libremente.

III


Bien. Pero esa libertad es condicionada por los intermediarios que, para influir, dominar y subordinar a gobiernos y estados y consumidores y obtener mayores ganancias se agigantan.

Como monstruos. Esos monopolios se reproducen desaforadamente cuando las condiciones económicas, políticas, sociales y culturales les son favorables a sus intereses. Como en México.

Aquí, el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte creó esas condiciones favorables, pues destruyó nuestra estructura productiva agrícola --la economía rural--. Así es con el maíz.

Esa destrucción hizo posible la dependencia de maíz estadunidense que es transgénico, a diferencia del mexicano. Hoy, Maseca y Minsa --monopolios mexicanos de la tortilla-- usen ese grano transgénico.

Además de la destrucción del entramado maicero mexicano, esos monopolios --con el consorcio estadunidense Cargill-- tienen otros entornos favorables a su reproducción sin fin.

Y esos entornos favorables son, precisamente, la anuencia del Gobierno (y el estado mexicano) para manipular el mercado de consumidores y elevar a discreción el precio de la tortilla.

Hoy, el kilo de tortilla se vende a ocho pesos 50 centavos, mas no en todo el país. En algunas ciudades el precio es mucho mayor, hasta de 15 pesos. Ello configura una agresión brutal al pueblo.

La tortilla es más que alimento idiosincrásico. Es una expresión de identidad cultural, mellada por el apetito de los monopolios y la subordinación del Gobierno y la indiferencia del Estado.

Glosario:


Monipodio: confabulación para fines ilícitos.

Palpabilidad: de palpable. Que se palpa.

AntiChávez: contrario a Hugo Chávez.

AntiEvo: contrarias a Evo Morales.

AntiLula: contrario a Luiz Inácio Lula da Silva.