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lunes, 29 de enero de 2007

NI LLENDO A BAILAR A CHALMA PODRA ENCONTRAR ESA LEGITIMIDAD QUE DESEA

Ni legitimidad ni aceptación
Sombrío destino


Por: Miguel Angel Ferrer

Como en su tiempo lo intentó inútilmente Carlos Salinas, hoy Felipe Calderón pretende encontrar en efectistas y mediáticos actos de gobierno la legitimidad que no le dieron urnas y ciudadanos. Salinas, por ejemplo, metió a la cárcel a La Quina, en tanto que Calderón, por exigencia de Washington, extradita de modo irregular narcotraficantes.

Pero el quinazo de Salinas no le dio legitimidad. Al contrario: fue una muestra del más brutal autoritarismo que en lugar de legitimar al usurpador, lo deslegitimaba aún más ante el pueblo que lo repudiaba y frente a los propios miembros de su partido.

Calderón, por su parte, no gana legitimidad al echarse en brazos de Estados Unidos. Al contrario: se muestra débil, acosado, desesperado, atrapado sin salida. ¿Cómo puede pretenderse, además, lograr legitimidad presentándose como un dócil instrumento de la política intervencionista del enemigo histórico del pueblo mexicano, y envenenando por órdenes del amo yanqui, aún más que Fox, las relaciones de México con Latinoamérica?

¿Y creerá el michoacano que puede darle legitimidad la embestida que ha lanzado contra la economía popular con los bárbaros aumentos en los precios de leche, gasolina, pan, huevo, transporte público, cuotas carreteras y tortillas? Al contrario: con esos actos de gobierno sólo puede cosechar más repudio y repelencia, como se constata día tras día en todo el país.

Y esa repelencia, esa deslegitimidad y ese repudio crecientes no pueden ser ocultados o disfrazados por la millonaria campaña de publicidad en los medios de información, sobre todo en radio y TV, sobre las supuestas bondades, capacidad y logros del gobierno calderonista.

Este fracaso de la campaña mediática calderonista se ve reflejado en las disposiciones gubernamentales para ocultar o escamotear las informaciones que documentan la evidente impopularidad del michoacano. Se trata de una censura implacable pero de flagrante inutilidad.

Pero si Calderón no puede ni podrá lograr la legitimidad que le negó el pueblo, al menos podría conseguir algo de aceptación social. Esto podría suceder si aplicara una política de beneficio popular, particularmente de creación de empleos para los ya diez millones de desocupados. Tal cosa, sin embargo, también es imposible.

Porque Calderón no llegó al poder, como lo está demostrando, para semejante tarea, sino sólo para ensanchar los privilegios de la oligarquía que contra la voluntad popular lo entronizó. Sombrío destino del michoacano: ni legitimidad ni aceptación popular