EL HOMBRE DE LA SOTANA COLOR PURPURA
Por Humberto Musacchio*
Con su proverbial sonrisa, el cardenal Ernesto Rivera Carrera declaró que “por la tortilla no se va a desatar una guerra social aquí en México… Es un problema que se tiene que resolver, pero no es la tragedia de México, no es el acabóse, no es el final de la historia de México”.
De lo dicho por el prelado se desprenden varias conclusiones: una, que por la tortilla no se va a desatar una guerra social aquí en México, pero sí probablemente en Argentina, en Laos o en Suiza, países donde quizá el alza de ese alimento desate el ánimo rijoso.
Es un problema que se tiene que resolver, pero si así no fuera, entonces ocurrirá lo mismo que en otros casos igualmente espinosos, pues desde siempre se ha dicho que hay que resolver el problema de la pobreza y ésta, terca como es, pues ahí sigue y ni quien diga nada.
Por supuesto, como señala el arzobispo primado de México, no es “la” tragedia de México. Tragedia es que tengamos gobiernos panistas que han resultado peor que los priistas, lo que ya es mucho decir. Pero si a la gente no le alcanza para tortillas, pues que compre pan o, como dijo María Antonieta poco antes de la toma de la Bastilla: “Que coman pasteles”, aunque se empalaguen.
Tiene razón el señor de la sotana. El acabóse sería que ya los pederastas no pudieran oficiar misa o que viéramos a un cardenal respondiendo ante la justicia por solapar el abuso sexual contra decenas de niños. Eso sí sería del carax.
No, el alza de la tortilla y de la leche Liconsa no es el final de la historia de México. Es, eso sí mi cardenal, el final de una etapa en la que existían la Conasupo y sus filiales para garantizar el abasto de productos básicos. Es también el corolario de un periodo en que el Estado mexicano contaba con Almacenes Nacionales de Depósito para guardar reservas de grano que se lanzaban al mercado cuando los especuladores querían imponer condiciones y elevar el precio.
Pero todo aquello era populismo, según dicen los tecnócratas al servicio de las transnacionales. Carlos Salinas de Gortari, con su eficacia característica, desmanteló todo ese sistema que estorbaba a los monopolios, pero por lo menos aseguraba que tortilla y frijol no faltarían en la mesa proletaria.
Desde luego, don Norberto, no hay que estar tan seguros de que la crisis de la tortilla la aguantarán los mexicanos sin chistar. Todo indica que llegó a término un larguísimo periodo de paz social a fortiori. El Estado mexicano que antes controlaba al pueblo mediante una sabia combinación de zanahoria y garrote, ya no tiene alimento que ofrecer y sus mecanismos represivos, incapaces de controlar el narcotráfico, difícilmente podrán apaciguar la rebeldía social. No es el fin de la historia, pero si lo fuera, que el señor nos coja confesados.
* Periodista, colaborador de Excélsior y autor de varios diccionarios enciclopédicos sobre México.
Con su proverbial sonrisa, el cardenal Ernesto Rivera Carrera declaró que “por la tortilla no se va a desatar una guerra social aquí en México… Es un problema que se tiene que resolver, pero no es la tragedia de México, no es el acabóse, no es el final de la historia de México”.
De lo dicho por el prelado se desprenden varias conclusiones: una, que por la tortilla no se va a desatar una guerra social aquí en México, pero sí probablemente en Argentina, en Laos o en Suiza, países donde quizá el alza de ese alimento desate el ánimo rijoso.
Es un problema que se tiene que resolver, pero si así no fuera, entonces ocurrirá lo mismo que en otros casos igualmente espinosos, pues desde siempre se ha dicho que hay que resolver el problema de la pobreza y ésta, terca como es, pues ahí sigue y ni quien diga nada.
Por supuesto, como señala el arzobispo primado de México, no es “la” tragedia de México. Tragedia es que tengamos gobiernos panistas que han resultado peor que los priistas, lo que ya es mucho decir. Pero si a la gente no le alcanza para tortillas, pues que compre pan o, como dijo María Antonieta poco antes de la toma de la Bastilla: “Que coman pasteles”, aunque se empalaguen.
Tiene razón el señor de la sotana. El acabóse sería que ya los pederastas no pudieran oficiar misa o que viéramos a un cardenal respondiendo ante la justicia por solapar el abuso sexual contra decenas de niños. Eso sí sería del carax.
No, el alza de la tortilla y de la leche Liconsa no es el final de la historia de México. Es, eso sí mi cardenal, el final de una etapa en la que existían la Conasupo y sus filiales para garantizar el abasto de productos básicos. Es también el corolario de un periodo en que el Estado mexicano contaba con Almacenes Nacionales de Depósito para guardar reservas de grano que se lanzaban al mercado cuando los especuladores querían imponer condiciones y elevar el precio.
Pero todo aquello era populismo, según dicen los tecnócratas al servicio de las transnacionales. Carlos Salinas de Gortari, con su eficacia característica, desmanteló todo ese sistema que estorbaba a los monopolios, pero por lo menos aseguraba que tortilla y frijol no faltarían en la mesa proletaria.
Desde luego, don Norberto, no hay que estar tan seguros de que la crisis de la tortilla la aguantarán los mexicanos sin chistar. Todo indica que llegó a término un larguísimo periodo de paz social a fortiori. El Estado mexicano que antes controlaba al pueblo mediante una sabia combinación de zanahoria y garrote, ya no tiene alimento que ofrecer y sus mecanismos represivos, incapaces de controlar el narcotráfico, difícilmente podrán apaciguar la rebeldía social. No es el fin de la historia, pero si lo fuera, que el señor nos coja confesados.
* Periodista, colaborador de Excélsior y autor de varios diccionarios enciclopédicos sobre México.