EL ESPURIO VA DE PICADA EN CAIDA LIBRE
Marcos Chávez M.*
Si con su paquete económico para 2007 Felipe Calderón Hinojosa (FCH) aspira a superar el descrédito e ilegitimidad con que inicia su gobierno espurio, y eliminar la certeza que priva en la mente de millones de mexicanos, relativa a que sólo pudo llegar a la Presidencia a través de un golpe de Estado técnico instrumentado por la derecha desde las catacumbas del poder, entonces puede afirmarse que su inicio es catastrófico. Para tranquilidad de los “mercados”, la mayoría del Congreso, con algunos cambios cuantitativos que no modificaron su naturaleza, aprobó sus iniciativas de Ley de Ingresos y Egresos, ajustes que tampoco alteraron las metas de política económica previstas para el primer año de su mandato. En sí mismo, ello puede considerarse como un éxito para el panista. Pero dialécticamente, por esa misma razón, sus medidas en nada contribuirán a su credibilidad. Al contrario, la socavarán aún más.
En el corto plazo la política económica antepone la estabilidad de precios sobre el crecimiento, el empleo formal, los ingresos reales de las mayorías y el bienestar social, según los dogmas de la ortodoxia fondomonetarista impuesta en los últimos 24 años. La contención fiscal, monetaria y salarial serán la norma del quinto gobierno neoliberal. Para el largo plazo, FCH propone una sobredosis de contrarreformas estructurales, bajo los cánones del Consenso de Washington, es decir, de la contrarrevolución neoliberal. Durante el calderonismo prevalecerá la continuidad neoliberal, responsable del deterioro de las bases materiales del desarrollo: el estancamiento económico y la pérdida de la soberanía nacional; la concentración de la riqueza y la generalizada pauperización; el creciente malestar social; y el autoritarismo presidencialista, conditio sine qua non para intensificar la terapia neoliberal que aspira recetarnos.
¿Qué otra cosa podría esperarse si FCH fue impuesto para ser cancerbero del neoliberalismo?
En su primer discurso de gobierno, protegido por los sables que lo aislaron de la incómoda chusma, FCH dijo que “una condición indispensable para combatir la pobreza y la desigualdad es lograr tasas de crecimiento que nos permitan elevar el ingreso de los mexicanos y, sobre todo, crear los empleos que tanta falta nos hacen”. Sin embargo, sus primigenios vocablos retóricos del calificado a sí mismo como el “presidente del empleo”, en los hechos fueron abortados -o quedaron nonatos, si se prefiere- con sus inaugurales decisiones económicas. Al cabo se impuso la realidad neoliberal, ya sea porque sus palabras sólo fueron un simple recurso engañabobos, porque se impusieron los intereses de quienes lo encumbraron, o porque los “Chicago boys”, para acrecentar su desprestigio, lo convencieron de mantener la rígida disciplina de hierro, la ortodoxia neoliberal, sobre sus cándidos deseos. Cualesquiera que sean las razones, su primer programa económico y presupuestal lo dejaron malparado, como un ingenuo o como un embustero. Varias cosas quedan claras en sus propuestas de gobierno.
1. No es un programa para el crecimiento necesario, sino para administrar la desaceleración productiva. Oficialmente, la expansión prevista para 2007 es de 3.6 por ciento, contra la tasa de 4.7 estimada para 2006. El Banco Mundial (BM) supone que el crecimiento caerá de 4.5 a 3.5 por ciento; el Fondo Monetario Internacional (FMI) de 4 a 3.3 por ciento. La baja es en parte explicada por la esperada declinación de la economía mundial (de 5.1 a 4.9 por ciento), pero sobre todo de Estados Unidos (EU), cuya desaceleración se agudizó desde principios de 2006 (en el primer trimestre creció 5.6 por ciento, en el segundo 2.6 y en el tercero 2 por ciento), proceso iniciado un año antes, reflejando el agotamiento de las políticas anticíciclas empleadas para enfrentar la recesión de 2001-2002 (políticas monetaria y fiscal activas: el recorte de los réditos y un híbrido gasto público: el keynesianismo militar o expansión del presupuesto de guerra, y el neoliberalismo antisocial o recorte de los egresos de bienestar y de los impuestos a las empresas y los sectores de altos ingresos). En 2004 su economía creció 3.9 por ciento; 3.2, en 2005; 3.2-3.5, en 2006, y se estima en 2.1-2.6, en 2007.
La caída de EU podría ser más dramática si estalla la temida burbuja inmobiliaria (en el segundo trimestre esta actividad se contrajo 17 por ciento y 18.7 en el tercero, la peor en más de 15 años). Según el economista estadounidense Paul Krugman, ese riesgo está latente, ya que, aunque declinante, aún se mantiene a buen ritmo la confianza de los consumidores, la compra de viviendas y la concesión de créditos bancarios. (El Universal, 02/11/06). Las cosas se complicarían si aumentan las presiones inflacionarias y la Reserva Federal eleva aún más los réditos, cuyos efectos alcistas ya se resintieron en la Unión Europea y Japón en 2006.
Para Joseph E. Stiglitz, premio Nóbel de economía, “la desaceleración (de EU) constituye (un) riesgo global importante. La raíz del problema económico son las medidas adoptadas en el primer mandato de Bush: el recorte impositivo que no estimuló a la economía, porque estaba destinado a beneficiar a los contribuyentes más ricos; y la baja de los réditos a niveles sin precedentes, que si bien tuvo poco impacto en la inversión, alimentó una burbuja inmobiliaria, que hoy estalla y pone en peligro a los hogares que pidieron prestado frente a valores inmobiliarios en ascenso para sostener el consumo. Esta estrategia no era sostenible. Las familias gastaron mientras subieron los precios y los réditos se mantuvieron bajos. (Los) intereses más altos y los precios de la vivienda en baja no son un buen augurio. (Cerca) del 80 por ciento del alza en el empleo y casi dos terceras partes del alza del PIB en los últimos años se originó directa o indirectamente en el sector inmobiliario. Para colmo, el gasto irrestricto del gobierno estimuló aún más la economía, con déficits fiscales que alcanzaban nuevas alturas, dificultándole al gobierno la posibilidad de actuar ahora para sostener el crecimiento, mientras los hogares recortan el consumo. Muchos demócratas probablemente exijan reducir el déficit, que restringiría aún más el crecimiento. Aunque Bush intenta culpar a los demás, es el consumo desenfrenado de EU y su incapacidad para vivir según sus recursos, la principal causa de los desequilibrios. A menos que esto cambie, los desequilibrios globales seguirán siendo una fuente de inestabilidad global, sin importar lo que hagan China o Europa. (Ante) estas incertidumbres, el misterio es cómo (se mantendrán) bajas las primas de riesgo, (sobre todo) con la reducción de la liquidez global a medida que los bancos centrales aumentaron los réditos. La perspectiva de que las primas regresen a niveles más normales es uno de los principales riesgos a los que se enfrenta el mundo”. (http://www.project-syndicate.org/commentary/stiglitz79/Spanish)
La desaceleración afectará al comercio internacional (que disminuirá de 9.4 a 7.8 por ciento, en términos de volumen, y de 4.8 a 2.2 en dólares), eventualmente a la demanda y los precios de los hidrocarburos, el costo del crédito y el destino de los flujos de capital. Dado el alto grado de apertura externa de la economía mexicana, su integración a la economía mundial y su subordinación al ciclo estadounidense, es predecible que se contraiga nuestro crecimiento. Sobre todo cuando los tecnócratas de la derecha calderonista no harán nada por evitarlo.
Pareciera natural que los tecnócratas, prudentemente, propongan un programa conservador para garantizar un “aterrizaje” productivo “suave”, atenuar los efectos perniciosos foráneos y preservar la estabilidad macroeconómica, aunque sacrifiquen económica y socialmente el primer año calderonista. Pero su lógica nada tiene que ver con la sensatez. La política económica más bien responde a un acto de fe en el neoliberalismo y el Consenso de Washington, y la aceptación pasiva del fatalismo ante el cual nada puede hacerse.
2. El objetivo central de su programa no es la promoción deliberada del crecimiento, el empleo y el bienestar, ni la preservación del equilibrio de los agregados económicos básicos. Es un programa de “estancamiento estabilizador”, como calificara David Ibarra, ex secretario de Hacienda, a la política económica empleada entre 1983 y 2006, cuyo propósito es “abatir la inflación, no procurar el crecimiento, y este país necesita una combinación de ambos. Cuando la prioridad es la estabilidad del desarrollo y la lucha contra la desigualdad”. (La Jornada, 16/02/2006).
Es un plan de visión estrecha que se reduce al control de la inflación (“el escenario macroeconómico para 2007 es congruente con el objetivo de la inflación previsto por el Banco de México, cercano a 3 por ciento” contra 3.9, de 2006, nivel similar al de EU. Criterios generales de política económica, 2007, p. 167) y a la búsqueda del presupuesto público equilibrado, que es confundido con el manejo fiscal prudente. ¿Cómo se pretende lograrlo? A través de la desgastada e inútil ortodoxia monetarista: la contención de la demanda agregada: del consumo y la inversión productiva, que caerán de 5.3 a 4.2 por ciento y de 9.4 a 4.7 por ciento, en cada caso, entre 2006 y 2007. El consumo privado bajará de 5.3 a 4.8 y el público de 5.4 a -.6 por ciento. La inversión privada de 9.4 a 5.4 y la pública de 9.5 a 1.3 por ciento. ¿Qué instrumentos se emplearán para reprimir la demanda? Los empleados durante el experimento neoliberal: la restricción monetaria, la austeridad fiscal y el control salarial.
Los altos réditos reales previstos (3.9 por ciento en 2006 y 3.9 en 2007 para los Cetes a 28 días, mayores a los vigentes en EU) ayudarán a manejar la inflación, a costa de afectar el consumo, la inversión productiva, el pago de intereses de la deuda pública y privada y premiar el rentismo financiero. La obsesión por alcanzar el mítico balance fiscal cero descansará sobre el gasto programable real, que caerá 4.5 por ciento (el administrativo en 5.6, y el de desarrollo social 11.9 por ciento). La inversión pública real presupuestaria se desplomará 13.4 por ciento, monto que será más grave si se considera que el 28 por ciento de esos recursos se destinará a pagar los Pidiregas, las anticonstitucionales obras públicas realizadas por el sector privado (en 2006 sólo se usó el 5.2 por ciento). Ello indica que se mantiene la decisión calderonista por seguir asfixiando al Estado para cumplir con sus compromisos ante quienes financiaron su campaña y legitimaron el robo de la Presidencia: abrir ilegalmente más espacios a los empresarios en sectores estratégicos reservados constitucionalmente al sector público (petróleo, electricidad, salud, comunicaciones, etc.). El aumento nominal de 3.9 por ciento (1.90 pesos diarios) a los salarios mínimos (similar a la tasa de inflación esperada, no a la programada) que perciben más de 6 millones de trabajadores, no sólo no sirve de nada para revertir el severo deterioro que sufren los ingresos de los poco más de 70 millones de pobres y miserables mexicanos y cuyo poder de compra actual equivale a poco más de 20 por ciento del que tenían en 1976, y que es similar al registrado a principios de los años 50 del siglo XX. En los hechos, ya fue anulado por el aumento de los precios.
Esa estrategia diseñada por los “Chicago boys”, Agustín Carstens (Hacienda) y Guillermo Ortiz (Banco de México), y aceptada por FCH, tiene otras implicaciones.
3. La experiencia histórica y la teoría económica han demostrado hasta el hartazgo que si bien la estabilidad macroeconómica es condición necesaria para aspirar al crecimiento y al bienestar, por sí misma ella no genera a éstas últimas, por lo que se requiere la intervención activa del Estado y no su pasividad como asumen FCH y los neoliberales.
4. En sentido estricto, no es programa estabilizador sino desestabilizador. La búsqueda de la menor inflación, además de reprimir el consumo, la inversión, la producción y el crecimiento, también dependerá de a) Una artificial depreciación del peso frente al dólar (la tasa media anual prevista es de 2.7 por ciento y el aumento de los precios de 3 por ciento), por lo que la sobrevaluación del tipo de cambio real se acercará a 30 por ciento; y b) Un mayor desequilibrio externo (el déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos subirá de 2.5 mil millones a 19.9 mil millones de dólares), que, irónicamente, será financiado por las divisas enviadas por el creciente número de trabajadores que son expulsados por el neoliberalismo mexicano y cada vez más vejados en EU. El control de la inflación tiene como condición el menor consumo, la baja inversión, producción y el estancamiento económico que impedirán que el Estado pueda cumplir sus funciones y responsabilidades de una entidad moderna y democrática en el entorno de la “globalización” capitalista. El desequilibrio cambiario y externo, y la dependencia creciente del financiamiento externo, pueden desencadenar ciclos de fuertes especulaciones financieras y mantienen latente el riesgo de una macro crisis como la de 1987 y 1994.
5. Es un programa antisocial, excluyente, de la miseria, porque castiga a los tres principales factores que determinan el bienestar de las mayorías: el gasto público social, los salarios reales y, ¡oh paradoja!, la creación de trabajos formales del “presidente del empleo” o del “humor negro”. En 1999 y 2004 la economía creció 3.9 y 3 por ciento, en cada caso, y se crearon 645.3 mil y 387.3 mil nuevos empleos formales (trabajadores registrados en el IMSS). En 2007, donde se crecerá 3.5 por ciento, apenas se generarán alrededor de 400 mil nuevas plazas de los 1.2-1.3 millones que se requerirán, por lo que, inevitablemente, aumentará el flujo migratorio hacia EU, al igual que la “informalidad”, el parasitismo, la delincuencia y el malestar social. David Ibarra dijo acertadamente: “este país sin empleos va a ser siempre de cuarta categoría”. A ello hay que añadir la “preocupación” de los neoliberales calderonistas por un factor que supuestamente inhibe la “competitividad” mundial de la producción mexicana: los “altos” costos laborales”, los “contratos rígidos”, lo caro que cuesta arrojar a la calle a los trabajadores, las prestaciones sociales (vacaciones pagadas, seguro social, etc. Criterios, op. cit. ps. 122 y 148), a pesar de que la mitad de los ocupados no las perciben. La intención es clara: destruir las conquistas laborales ganadas constitucionalmente por los trabajadores; legalizar la “flexibilidad laboral” que ya existe por la vía de los hechos; convertir a los asalariados en los “modernos ilotas”, en los nuevos esclavos del capitalismo salvaje, darwinista.
6. La emasculación de las políticas contra cíclicas. Como lo hicieron en 2001 los tecnócratas foxistas, los “Chicago boys” de FCH han desechado los instrumentos que pueden contrarrestar la postración económica, a través de la ampliación de la demanda agregada: las políticas monetaria (reducción de los réditos reales) y fiscal (mayor gasto público programable) activas, que podrían ampliar el consumo, por medio de la creación de empleos y la ampliación de la masa salarial, y estimular el crecimiento. Al contrario, la restricción monetaria y fiscal y el control de los salarios reales profundizarán la caída económica, como sucedió durante la recesión y el estancamiento de 2001-2003.
Esa postura va a contracorriente de la adoptada por otras naciones latinoamericanas que han aplicado políticas anticíclicas y replanteado los fundamentos neoliberales, con el objeto de aislar o reducir las secuelas desestabilizadoras generadas por los desequilibrios mundiales, que se transmiten exageradamente por la apertura externa indiscriminada de las economías (comercial y financiera), y recuperar el crecimiento, mejorar el bienestar, democratizar sus sistemas políticos y mejorar su participación en la economía internacional. En la agenda de Barcelona para el desarrollo de 2004, economistas como Stiglitz, José Antonio Campos, Dani Rodrik o Jeffrey Sachs, señalaron que “las políticas macroeconómicas anticíclicas son más eficientes y políticamente más viables, (por lo que) los países en desarrollo deberían crear instituciones para hacerlas posibles y las instituciones financieras internacionales deberían alentarlas en la medida de lo posible”.
6. El chantaje calderonista. De no llevarse a cabo las contrarreformas neoliberales, los tecnócratas afirman que México está condenado a crecer 3.6 por ciento, en promedio anual, durante su sexenio, que crearía alrededor de 400 mil nuevas plazas cada año. FCH aspira ampliar la privatización de los sectores estratégicos (petróleo, electricidad, salud, educación, agua, etc.) y el retiro estatal de la economía); mayor libertad a la voracidad empresarial (desregulación interna) y apertura comercial (reducción de aranceles); la “flexibilidad” laboral. FCH optó por confirmarse como cancerbero del FMI y el BM al pretender recetarnos una sobredosis de la misma terapia que en gran medida es responsable del estancamiento económico de larga duración (la tasa media real anual entre 1983 y 2006 fue de 2.5 por ciento, contra la de poco más de 6 por ciento registrada en 1939-1982, cuando la economía estaba cerrada y el Estado era rector del desarrollo), la agudización de la polarización y la exclusión social y la miseria.
Una estrategia eficaz para recuperar el crecimiento sostenido a largo plazo tendría que replantear las bases estructurales del modelo neoliberal: a) La indiscriminada apertura comercial (el arancel promedio simple a las importaciones es de 12 por ciento y el ponderado de 2.7, por debajo del aceptado por la Organización Mundial de Comercio) y (b) de la cuenta de capital de la balanza de pagos, para proteger la producción local ante la competencia externa desventajosa, atemperar la volatilidad e inestabilidad de los mercados financieros y recuperar la soberanía de la política económica; c) recuperar la rectoría estatal; y d) retornar a la regulación de los mercados y la actividad empresarial.
Tampoco se propone modificar el neocoloneaje de la economía mexicana frente a EU, agravada por el neoliberalismo y el tratado de libre comercio, por lo que no se podrán contrarrestar los efectos de la declinación de esa economía. No hay que olvidar que México vende a EU el 85 por ciento de sus exportaciones, casi la mitad del intercambio corresponde a las maquiladoras, y el 78 por ciento del petróleo; el 66 por ciento de la inversión extranjera directa en México tiene ese origen y la financiera es una proporción nada despreciable.