FeCAL Y SU PEOR PESADILLA
Marco Antonio Campos
Cuando Felipe de Jesús despertó, lleno de sangre, sudor y lágrimas, luego de una horrenda pesadilla, en la cual se veía rodeado por una horda de perredistas, fue a la esquina a comprar los periódicos y confirmó con alivio y felicidad que todavía era presidente electo. ¿Pero por qué tenía esa pesadilla recurrente de que una chusma informe de lopezobradoristas, en cualquier lugar que se parara, lo recibía a huevazos, o que Jesusa Rodríguez y Regina Orozco se le aparecían por detrás de las cortinas y le asestaban un pastelazo, lleno de crema chantilly, sobre la cabeza? ¿Por qué, si él rezaba cinco rosarios en la mañana, cinco en la tarde y cinco en la noche como le sugirió que hiciera el cardenal Rivera, aun antes de que acusaran a éste de proteger pederastas? ¿Por qué tuvo que llegar los meses después de la campaña a muchas partes en helicóptero y entrar por la azotea, o hacerlo a hurtadillas por la puerta trasera, o escondido entre decenas de guardaespaldas y aparecer como el mago de las sorpresas?
Felipe de Jesús sacó del cajón del ropero la banda presidencial de plástico que había comprado el 3 de julio en un Wal-Mart y se la cruzó sobre el pecho. Era su ensayo diario matinal mientras llegaba el 1 de diciembre. Ese día esperaba, si la naquiza perredista se lo permitía, que le cruzaran la buena. Llegó a una fácil conclusión: "Si a Fox se la pusieron, se la pueden poner a cualquiera." Viéndose al espejo, se dijo que tenía razón el presidente de su partido, el Cavernícola Espinado, que lo definió, con su habitual lenguaje de troglodita, como chaparrito, pelón y de lentes.
Por un momento recordó los sobrenombres que le habían puesto y le dio un entripado: Felife, Feli-pillo, usurpador, pelele, espurio, y alguno, tan maloliente, que no se atrevía ni a decírselo a sí mismo. Recordaba lemas insolentes en las pancartas: "Sufragio efectivo, no imposición", "México ya votó/ y el Felife nos robó", "Presidente,/monaguillo,/ orador/ y Felipillo", o ése, que le daba cristianamente dos lanzazos, en el costado de su campaña y en el de la familia: "Calderón, no me des empleo, hazme tu cuñado."
Pensó en el presidente. En verdad, más allá de la altura física no tuvo altura para nada. Fue tal su terror de que lo persiguieran, que, pese a su opacidad mental, pese a la aversión que por él tenía, se dio cuenta de que si no lo apoyaba le quitarían la pensión vitalicia, de que revisarían las cuentas, con exceso de cajeta, de la fundación de su esposa, y de que acabarían en el tambo, hacinados con diez delincuentes en el Reclusorio Sur, los hijos de la señora Marta, Manuel y Jorge Bribónesca. Recordó que la señora Marta declaró hacía poco que continuaría después del 1 de diciembre con su Fundación y que Fox la iba ayudar; era lógico: si durante seis años la señora Marta había mandado al presidente, éste, como ex presidente, seguiría siendo su empleado.
Pero sin Fox, debía reconocerlo, él no tendría la banda, aunque sólo fuera de plástico. Por eso puso sobre la cabecera de su cama una pequeña galería de retratos, una especie de santoral, para dedicarles, a él y a otros prohombres, un rosario todas las mañanas: al presidente, sentado en una mesa de la megabiblioteca aprendiéndose de memoria poemas de Borges, y cerca de él, a la señora Marta, comiendo fresas de Zamora mientras buscaba con lupa libros de Rabina Tagora; a José Luis Barraza, quien trazaba con una pluma de Bush un retrato del Peje donde se parecía a Chávez; a Roberto Hernández, con traje de buzo, hundiéndose en un mar de papeles acompañado de su contador para ver cómo podía, a la llegada de Felipe de Jesús a la presidencia, evadir millones en impuestos; a la neopanista Elba Esther Gordillo, con un títere en la mano derecha con cara de Ugalde y otro títere en la mano izquierda con cara de Campa; a sus patrones Emilio Azcárraga Jean, el verdadero presidente de México, acompañado por Ricardo Salinas Pliego, el verdadero vicepresidente, y claro, a esos dos grandes de la manipulación legal, por los que sentía veneración religiosa: Luis Carlos Ugalde, que en la foto aparecía dando clases de cibernética a niños de primaria (los únicos capaces de creerle el juego de los números), y a Leonel Castillo, en la foto donde le da la declaración de presidente electo, y en la que el ex presidente del trife tiene una cara de más satisfacción que la del propio Felipe de Jesús. Decidió no poner a su cuñado Diego Hildebrando, porque en la única foto que consiguió tenía las uñas muy largas, ni a Emilio Gamboa, porque sólo tenía una donde se llevaba de a cuartos con Kamel Nacif, ni al Niño Verde, porque le pediría de propina la alcaldía de Cancún para un miembro de su familia, ni a Patricia Mercado, porque, para ser sinceros, su izquierda era inofensiva, y aún más, de morralla.
Felipe de Jesús volvió a verse en el espejo. Cada día empequeñecía por más que trataba de alzarse de puntitas. Creía que eso sólo pasaba en las novelas o en el cine, pero no. A ese paso ¿de qué estatura llegaría al 1 de diciembre?
Trató de ver, detrás de él en el espejo, a su equipo de colaboradores más próximo: Mouriño, Martínez Cázares, Josefina Vázquez Mota, César Nava... Todavía ayer, aunque muy empequeñecidos, podía verlos, pero hoy eran apenas unas figuritas. Felipe de Jesús se angustió. Se sintió desolado y solo. ¿Cómo iba a gobernar siendo nadie y con gente que era nadie?
Cuando Felipe de Jesús despertó, lleno de sangre, sudor y lágrimas, luego de una horrenda pesadilla, en la cual se veía rodeado por una horda de perredistas, fue a la esquina a comprar los periódicos y confirmó con alivio y felicidad que todavía era presidente electo. ¿Pero por qué tenía esa pesadilla recurrente de que una chusma informe de lopezobradoristas, en cualquier lugar que se parara, lo recibía a huevazos, o que Jesusa Rodríguez y Regina Orozco se le aparecían por detrás de las cortinas y le asestaban un pastelazo, lleno de crema chantilly, sobre la cabeza? ¿Por qué, si él rezaba cinco rosarios en la mañana, cinco en la tarde y cinco en la noche como le sugirió que hiciera el cardenal Rivera, aun antes de que acusaran a éste de proteger pederastas? ¿Por qué tuvo que llegar los meses después de la campaña a muchas partes en helicóptero y entrar por la azotea, o hacerlo a hurtadillas por la puerta trasera, o escondido entre decenas de guardaespaldas y aparecer como el mago de las sorpresas?
Felipe de Jesús sacó del cajón del ropero la banda presidencial de plástico que había comprado el 3 de julio en un Wal-Mart y se la cruzó sobre el pecho. Era su ensayo diario matinal mientras llegaba el 1 de diciembre. Ese día esperaba, si la naquiza perredista se lo permitía, que le cruzaran la buena. Llegó a una fácil conclusión: "Si a Fox se la pusieron, se la pueden poner a cualquiera." Viéndose al espejo, se dijo que tenía razón el presidente de su partido, el Cavernícola Espinado, que lo definió, con su habitual lenguaje de troglodita, como chaparrito, pelón y de lentes.
Por un momento recordó los sobrenombres que le habían puesto y le dio un entripado: Felife, Feli-pillo, usurpador, pelele, espurio, y alguno, tan maloliente, que no se atrevía ni a decírselo a sí mismo. Recordaba lemas insolentes en las pancartas: "Sufragio efectivo, no imposición", "México ya votó/ y el Felife nos robó", "Presidente,/monaguillo,/ orador/ y Felipillo", o ése, que le daba cristianamente dos lanzazos, en el costado de su campaña y en el de la familia: "Calderón, no me des empleo, hazme tu cuñado."
Pensó en el presidente. En verdad, más allá de la altura física no tuvo altura para nada. Fue tal su terror de que lo persiguieran, que, pese a su opacidad mental, pese a la aversión que por él tenía, se dio cuenta de que si no lo apoyaba le quitarían la pensión vitalicia, de que revisarían las cuentas, con exceso de cajeta, de la fundación de su esposa, y de que acabarían en el tambo, hacinados con diez delincuentes en el Reclusorio Sur, los hijos de la señora Marta, Manuel y Jorge Bribónesca. Recordó que la señora Marta declaró hacía poco que continuaría después del 1 de diciembre con su Fundación y que Fox la iba ayudar; era lógico: si durante seis años la señora Marta había mandado al presidente, éste, como ex presidente, seguiría siendo su empleado.
Pero sin Fox, debía reconocerlo, él no tendría la banda, aunque sólo fuera de plástico. Por eso puso sobre la cabecera de su cama una pequeña galería de retratos, una especie de santoral, para dedicarles, a él y a otros prohombres, un rosario todas las mañanas: al presidente, sentado en una mesa de la megabiblioteca aprendiéndose de memoria poemas de Borges, y cerca de él, a la señora Marta, comiendo fresas de Zamora mientras buscaba con lupa libros de Rabina Tagora; a José Luis Barraza, quien trazaba con una pluma de Bush un retrato del Peje donde se parecía a Chávez; a Roberto Hernández, con traje de buzo, hundiéndose en un mar de papeles acompañado de su contador para ver cómo podía, a la llegada de Felipe de Jesús a la presidencia, evadir millones en impuestos; a la neopanista Elba Esther Gordillo, con un títere en la mano derecha con cara de Ugalde y otro títere en la mano izquierda con cara de Campa; a sus patrones Emilio Azcárraga Jean, el verdadero presidente de México, acompañado por Ricardo Salinas Pliego, el verdadero vicepresidente, y claro, a esos dos grandes de la manipulación legal, por los que sentía veneración religiosa: Luis Carlos Ugalde, que en la foto aparecía dando clases de cibernética a niños de primaria (los únicos capaces de creerle el juego de los números), y a Leonel Castillo, en la foto donde le da la declaración de presidente electo, y en la que el ex presidente del trife tiene una cara de más satisfacción que la del propio Felipe de Jesús. Decidió no poner a su cuñado Diego Hildebrando, porque en la única foto que consiguió tenía las uñas muy largas, ni a Emilio Gamboa, porque sólo tenía una donde se llevaba de a cuartos con Kamel Nacif, ni al Niño Verde, porque le pediría de propina la alcaldía de Cancún para un miembro de su familia, ni a Patricia Mercado, porque, para ser sinceros, su izquierda era inofensiva, y aún más, de morralla.
Felipe de Jesús volvió a verse en el espejo. Cada día empequeñecía por más que trataba de alzarse de puntitas. Creía que eso sólo pasaba en las novelas o en el cine, pero no. A ese paso ¿de qué estatura llegaría al 1 de diciembre?
Trató de ver, detrás de él en el espejo, a su equipo de colaboradores más próximo: Mouriño, Martínez Cázares, Josefina Vázquez Mota, César Nava... Todavía ayer, aunque muy empequeñecidos, podía verlos, pero hoy eran apenas unas figuritas. Felipe de Jesús se angustió. Se sintió desolado y solo. ¿Cómo iba a gobernar siendo nadie y con gente que era nadie?
invocar a las leyes que tú mismo has violado,
nada hará que olvidemos tu gobierno sin rumbo,
tu abyección al Vecino, la sangre que esparciste
y los miles de agravios que tu mujer hizo al pueblo.
Fuente