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lunes, 27 de noviembre de 2006

EL TRISTE DESPERTAR DE UN MEXICANO

Leo Mendoza


El hombre que nunca estuvo


El 3 de julio de 2000 desperté en el desasosiego: por un lado, me embargaba la tristeza por la derrota de la izquierda; por el otro, había cierta euforia por haber echado al pri de la presidencia. Mal que bien, era algo que no se podía concebir sin la lucha democratizadora –y tantas y tantas veces torpe– de la izquierda.

Seis años después, en el terreno político, el monstruo no sólo ha sobrevivido sino que aún se le mueven, ya no digamos la patita, sino las garras, y yo sigo en el desasosiego ya que el cambio no apareció por ningún lado. Por eso el presidente, al igual que los políticos que critica, hoy se regodea en lo conseguido con programas asistenciales y olvida su más que lamentable actuación política.

Vicente Fox encarnó la imagen del hombre público que, una vez conseguido su deseo, se queda pasmado, sin argumentos y propenso a los berrinches. En realidad fue, como una película de los Karusmaki, el hombre que nunca estuvo.

De otro modo no se explica su parálisis ante los más ingentes problemas políticos o ante el alarmante crecimiento del narcotráfico; de ahí que una de sus repuestas favorita sea: "¿Y yo por qué?"

Si esto fuera una crónica deportiva diríamos que pasó sin pena ni gloria. O, más terrible aún, que lo poncharon sin haberse parado en el home. Lo bueno es que la maldición gitana augura que no será recordado como el presidente del cambio sino como el del dislate. Sus metidas de pata ya forman parte de la picaresca nacional y pesan más que todos los logros que se expondrán en el museo dedicado al guerrero inmor(t)al de San Pancho.

Por si fuera poco, su incultura era (y es) tan manifiesta que desde su primer año de gobierno estuvo contra el libro y terminó por vetar una ley con la que casi todos estaban de acuerdo, menos la comisión de (in)competencia y los diputados del pan.

Al final, el gobierno que tantos veían como el del cambio acabó por ser el del envilecimiento y la sumisión ante los poderosos, ya sea rubricando la famosa Ley Televisa o viendo con pasmosa tranquilidad cómo se militariza la frontera norte y se levanta otro muro contra aquellos que, en su día, calificó de héroes.

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