PARODIANDO LAS ESTUPIDECES DEL PROzac
Al revés se los digo para que me entiendan.
Madre, ¡hazme grande!, que mentiroso, corrupto y corruptor me vuelvo solo.
Mis enemigos son los que no me han adulado.
Eché a la sinceridad de mi casa.
Me gustan las falsas monedas de la vanidad.
Me puse un precio y me vendí por él.
Soy ambicioso y no me importa dañar a otros.
Ahora que no tendré poder, ¿me espera el precipicio?
¿Todavía soy menos de lo que parezco?
Me aproveché de mi altura para decir idioteces.
La verdad aparente me ayudó a engañar.
Con el cabello y los bigotes teñidos parezco más joven.
¿Qué se habrá notado más, que no soy inteligente ni capaz, o que soy astuto y mediocre?
Porque creo a los demás estúpidos me gusta engañarlos.
Como ya pasé por la Presidencia de la República, estoy preparado para ser alcalde del rancho San Cristóbal.
Me encanta la calumnia como arma política.
He tenido el gran don de ser ridículo.
Me la pasé condenando lo que no entiendo: la política honesta.
Me gusta malgastar mi tiempo negando el talento de los demás.
Los investigadores y científicos me parecen necios laboriosos.
Hablo y hablo porque no tengo qué decir.
No sé en qué farmacia se vende el remedio para mis incontables culpas.
¡Serénate, Marta, ya supieron que nuestras virtudes no brillan!
Poco me importa haber matado a la República y a la Libertad.
¡Soy democrático! He puesto mis defectos al alcance de todos.
Los votos deben revolverse, no contarse.
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