Calderón acusa a la sociedad por la inseguridad (de que tienE cinismo ... LO TIENE EL ALCOHOLICO)
Alvaro Cepeda Neri
La noche del pasado jueves 28, antes de reunirse con los panistas sonorenses y en vísperas de las marchas por todo el país (encabezadas por las clases altas y ultraderechistas) para protestar contra la ineficacia gubernamental, el señor Calderón acusó a la sociedad por su “indiferencia, apatía y laxo margen de tolerancia” frente a la incontrolable inseguridad pública (y privada).
Los mexicanos somos corresponsables de la sangrienta respuesta al combate a muerte entre ellos, los militares y la policía. Y no sólo por la corrupción institucional de funcionarios coludidos con la criminalidad.
La acusación es, sin duda, una respuesta desesperada en la búsqueda de culpables de la colombianización que padecemos. Es una imputación salida sin pensar, ya que Calderón debe saber que no puede generalizar por el hecho de que el narcotráfico tenga a su servicio a un gran porcentaje de la sociedad.
Para el comercio de las drogas se necesitan abogados, contadores, distribuidores, aviones, bancos y una cadena de individuos, más el ejército de matones armados hasta los dientes con lo mejor que venden los estadounidenses. Empero, la sociedad como tal, en una población de más de 105 millones, es una víctima y sobrevive amenazada cuando sabe algo de esas delincuencias, que le impide, incluso, la denuncia anónima.
Y como las policías están en sociedad con las delincuencias, ya saben los ciudadanos que si a ellas les informan, más tardan en hacerlo que en saberlo los delincuentes y éstos realizan las venganzas a sangre y fuego. Y no es la sociedad la que ha de combatir esa criminalidad, ya que para eso están las instituciones policiacas que saben dónde se vende droga, quiénes la distribuyen, en qué bancos se depositan millones de pesos y cómo “lavan” dólares en Casas de Cambio, compra de bienes y, a cambio de un tanto más cuánto, por medio de toda clase del funcionarios. Se ha sabido que el clero político y sus iglesias reciben donativos. Y que en los confesionarios se “perdonan” como pecados sus delitos.
Acusar a la sociedad es ver “la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”. Esta metáfora bíblica la saben de memoria los panistas y Calderón. La inseguridad privada y pública, a consecuencia de la acción brutal de la delincuencia, no es responsabilidad de la sociedad, con todo y que parte de sus integrantes participen en la delincuencia.
No hay apatía ni tolerancia ante esa ola criminal. Lo que pasa es que la corrupción institucional impide las denuncias, ya que quienes lo hacen sufren de inmediato las amenazas cumplidas de policías y ministerios públicos que denuncian ante los delincuentes a esos ciudadanos.
El señor Calderón equivocó su acusación, para eludir la responsabilidad del gobierno federal (y las estatales) y quienes dejaron crecer al monstruo. Heredó el problema de Fox y éste de los últimos tres sexenios priístas; y ya que, contra viento y marea quiso ser presidente, sólo tiene que asumir la responsabilidad de garantizar la máxima seguridad a la sociedad.
La noche del pasado jueves 28, antes de reunirse con los panistas sonorenses y en vísperas de las marchas por todo el país (encabezadas por las clases altas y ultraderechistas) para protestar contra la ineficacia gubernamental, el señor Calderón acusó a la sociedad por su “indiferencia, apatía y laxo margen de tolerancia” frente a la incontrolable inseguridad pública (y privada).
Los mexicanos somos corresponsables de la sangrienta respuesta al combate a muerte entre ellos, los militares y la policía. Y no sólo por la corrupción institucional de funcionarios coludidos con la criminalidad.
La acusación es, sin duda, una respuesta desesperada en la búsqueda de culpables de la colombianización que padecemos. Es una imputación salida sin pensar, ya que Calderón debe saber que no puede generalizar por el hecho de que el narcotráfico tenga a su servicio a un gran porcentaje de la sociedad.
Para el comercio de las drogas se necesitan abogados, contadores, distribuidores, aviones, bancos y una cadena de individuos, más el ejército de matones armados hasta los dientes con lo mejor que venden los estadounidenses. Empero, la sociedad como tal, en una población de más de 105 millones, es una víctima y sobrevive amenazada cuando sabe algo de esas delincuencias, que le impide, incluso, la denuncia anónima.
Y como las policías están en sociedad con las delincuencias, ya saben los ciudadanos que si a ellas les informan, más tardan en hacerlo que en saberlo los delincuentes y éstos realizan las venganzas a sangre y fuego. Y no es la sociedad la que ha de combatir esa criminalidad, ya que para eso están las instituciones policiacas que saben dónde se vende droga, quiénes la distribuyen, en qué bancos se depositan millones de pesos y cómo “lavan” dólares en Casas de Cambio, compra de bienes y, a cambio de un tanto más cuánto, por medio de toda clase del funcionarios. Se ha sabido que el clero político y sus iglesias reciben donativos. Y que en los confesionarios se “perdonan” como pecados sus delitos.
Acusar a la sociedad es ver “la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”. Esta metáfora bíblica la saben de memoria los panistas y Calderón. La inseguridad privada y pública, a consecuencia de la acción brutal de la delincuencia, no es responsabilidad de la sociedad, con todo y que parte de sus integrantes participen en la delincuencia.
No hay apatía ni tolerancia ante esa ola criminal. Lo que pasa es que la corrupción institucional impide las denuncias, ya que quienes lo hacen sufren de inmediato las amenazas cumplidas de policías y ministerios públicos que denuncian ante los delincuentes a esos ciudadanos.
El señor Calderón equivocó su acusación, para eludir la responsabilidad del gobierno federal (y las estatales) y quienes dejaron crecer al monstruo. Heredó el problema de Fox y éste de los últimos tres sexenios priístas; y ya que, contra viento y marea quiso ser presidente, sólo tiene que asumir la responsabilidad de garantizar la máxima seguridad a la sociedad.