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martes, 24 de junio de 2008

¿De quién es la culpa?

Carlos Santamaría Ochoa

La tragedia ocurrida en una discoteca de la ciudad de México debe llevarnos a una serie de reflexiones acerca de la forma en que nuestros hijos se divierten. En Ciudad Victoria, como en otros lugares del país, el problema es el mismo: "antros" que no tienen la infraestructura necesaria para garantizar una buena convivencia, y la pasividad de la autoridad para que estos funcionen de una manera adecuada. Veamos:

El hecho de que hayan muerto menores de edad hace más cruda la información, sin embargo, vale la pena preguntarse quién ha permitido que operen con este tipo de anomalías: se supone que los menores no pueden entrar en los sitios donde se expenden bebidas alcohólicas, y en la capital tamaulipeca lo más que encontramos son menores, hombres y mujeres, que van a divertirse y, en algunos casos -que son muchos- a tomar en forma desmedida, por culpa, por una parte, de quien les vende el alcohol y por otra, de quienes permitimos que nuestros hijos vayan a perderse en la bebida en forma irresponsable.

No podemos negar la responsabilidad de la autoridad; Victoria tiene sitios donde los chicos entran sin más requisito que el de pagar su entrada: no se vigila como antes el hecho de que lleguen con su credencial de elector, quizá porque no hay el tiempo suficiente para hacerlo, o porque saben que quienes se encargan de vigilar que no haya menores no cumplen con su labor. Sobre esto último, podemos pensar dos cosas: o están confabulados y tienen arreglos económicos para no ir, o de plano, no interesa el hecho de proteger a la juventud de este tipo de asuntos que pueden desencadenar en un incremento de gente que, bajo los influjos del alcohol ocasiona accidentes... y muertes.

No se vale que sigan llegando automóviles de lujo con personas que tienen todo el permiso del mundo y el descaro de presumir que son económica o políticamente poderosos para que sus padres los saquen de este tipo de problemas. El influyentismo, lo hemos visto generacionalmente, es uno de los grandes problemas de la capital tamaulipeca: dice la policía que aquí todos los que conducen autos caros son hijos de algún poderoso que, amén de amenazar con cesar a los policías, permite que sus hijos se embriaguen sin responsabilidad, lo que hace que éstos jueguen con sus vidas, y las de sus amigos, por supuesto. Nada hay más grave que lo anterior, sin duda alguna.

La complacencia de la autoridad tiene mucho que ver con la corrupción que impera en los sistemas de gobierno. En Victoria hay un departamento de alcoholes que no está funcionando, y si no lo cree, vaya usted a un antro y verá la cantidad de menores que están ahí, divirtiéndose y en algunos casos, abusando del alcohol.

No somos espantados ni pensamos que no debe existir este asunto, sin embargo, somos de la idea que hay que ser responsables, cada quien, en su ámbito de competencia. Quizá el más grave es el que corresponde a nosotros los padres.

No es posible pensar que los muchachos salen sin que los padres sepan a donde van, pero es una realidad. Muchos de nosotros les damos el recurso para divertirse y las llaves del automóvil que puede convertirse en su ataúd. Pensará el lector que somos exagerados, pero no se ha puesto a pensar si uno de esos chicos que se estrellan embrutecidos por el alcohol pudiera ser un hijo nuestro. ¿Verdad que cambiaría la historia?

La autoridad lo permite, lo solapa, pero ¿y los padres, qué hacemos?

Aquí la responsabilidad es compartida: todos tenemos una porción de culpa en los asuntos como el que sucedió en el D.F. y la autoridad que no ayuda mucho, porque en los operativos se castiga a quien no tiene forma de proteger su irresponsabilidad, lo que llamamos prepotencia e influyentismo.

Si las autoridades competentes niegan lo anterior nos darán la razón cuando pensamos que hay funcionarios de oropel, que no cumplen con sus obligaciones ni les interesa el bienestar ciudadano.

Es hora, sin lugar a dudas, de conectarse con la realidad y saber, por una parte, donde están nuestros hijos, con quien salen, a donde van y qué hacen durante sus horas de ocio de fin de semana, y por otra parte, porque no exigimos a la autoridad que cumpla con su deber.

Ojalá Protección Civil hiciera un recorrido para constatar las instalaciones de estos antros, y que los inspectores llegaran sin previo aviso, para vigilar que no haya menores, aunque también el hecho de que la policía tenga un programa para evitar que la gente ebria maneje.

Hace años se les ocurrió en un antro que ya cerró el hecho de no dar las llaves del automóvil a la persona ebria. El programa de Conductor Designado debiera impulsarse e inclusive, instrumentarse por ley, y quien permita que un automovilista, joven o no, maneje ebrio, se le hagan cargos criminales dentro de la ley, porque es tan responsable como el que dio el dinero y el permiso, el auto y la libertad para ser una bomba de tiempo ambulante.

En este antro quisieron instrumentar la medida: que si andas ebrio no te doy la llave, que maneje un amigo tuyo que no esté borracho; que si vas solo, te pedimos un taxi para que te vayas a casa y al día siguiente recojas tu automóvil o que vaya tu padre a hacerse responsable.

Esa medida, por el grado de influyentismo y comodidad de los padres que permitimos estas medidas, no prosperó. Es hora de hacer algo para evitar noticias como la del D. F. No queremos más muertos en Victoria por culpa del alcohol, pero la autoridad debe ser autoridad para promoverlo, si no, de nada sirve lo que digamos.