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jueves, 29 de mayo de 2008

Cuando el destino nos alcanzó

Ricardo Rocha

México tendrá más hambre cada día. De los 110 millones de mexicanos que somos, más de la mitad vive en pobreza. De ellos, 25 millones sobreviven en lo que los funcionarios llaman pobreza extrema y que en cristiano es miseria; ahí donde el hambre muerde.

Así que uno de cada cuatro habitantes de este país padece algún grado de desnutrición. Suman también millones los que sufren de enfermedades derivadas del hambre. Por eso se mueren casi por cualquier cosa lo mismo en Guerrero, que en Chiapas, que en Oaxaca y en Veracruz. Vastas y miserables zonas de nuestro dolido territorio donde las mujeres siguen pariendo bebés raquíticos que ya de niños andarán con las panzas reventadas de parásitos y sin un gramo de futuro.

Y frente a esta realidad tan brutal como innegable, los gobiernos neoliberales priístas y panistas no han hecho nada que no sea agravar todavía más las causas de tanta pobreza. Durante más de 30 años ha faltado el valor histórico para enfrentarse al gran desafío de este país: revisar nuestro modelo económico. Un tabú que les retuerce las tripas a los almidonados hombres del poder político y el dinero. Y que, sin embargo, es un imperativo cada vez más dramático. Porque gobiernos y programas van y vienen, lo mismo que medidas emergentes y anuncios espectaculares y para el caso es lo mismo; la realidad nos cachetea una y otra vez: en México hay cada vez más pobres.

Eso nadie puede negarlo, aunque intenten justificarlo como si de veras todos fuéramos idiotas. Por eso, cada año medio millón de mexicanos prefieren correr el riesgo de achicharrarse en el desierto de Arizona que morirse de hambre aquí.

Es el modelo. Y no quieren entenderlo. Porque no les conviene entenderlo. Porque hasta la muerte de los otros vale la pena en aras de la voracidad del corto plazo. El centenar de dueños del país, con la camada de poderosos en turno, siguen pensando en que México todavía aguanta la explotación de las mayorías. En una actitud tan infame como torpe e ignorante. Porque hay que decirlo con todas sus letras: el gran pendiente de la pobreza no es sólo un asunto de moral pública, tampoco de conmiseración. Es, primero que nada, un problema de Estado. Y es también un reto de viabilidad económica. Y, por supuesto, un tema financiero y de mercado.

A ver, nadie en su sano juicio se atrevería a proponer una vuelta al estatismo del pasado. Ni siquiera a otros ismos ya rebasados. De lo que se trata es de la construcción de un Estado moderno, inteligente y con oportunidades para todos: con un activísimo mercado interno; con una economía dinámica y creciente; con un ingreso digno para cada uno de sus ciudadanos; que no tenga que pagar los altísimos costos económicos y sociales de la miseria.

Y por supuesto que es posible. El comparativo de la extensión de nuestro territorio, nuestra ubicación estratégica en el mapa y la cauda enorme de nuestros recursos naturales es verdaderamente abrumador a favor nuestro, frente a naciones infinitamente menos dotadas y que sin embargo tienen niveles de vida e ingreso mucho mejores que el nuestro. La diferencia es que —como muchos del sudeste asiático— se han atrevido a cambiar su destino.

Aquí no hemos tenido ni la voluntad ni las agallas ni el cerebro para emprender una gran reforma del Estado, que esa sí sería estructural y la madre de todas las reformas: de ella, derivar una fiscal y una energética; aparejada, tendría que ir una gran revolución educativa para ser congruentes con esta era de globalización y conocimiento. Pero no, nuestra visión generalmente miope y estrecha apenas alcanza para una propuesta de negocio petrolero.

Mientras tanto, el hambre es lo único que avanza en este país que ahora enfrenta una crisis alimentaria largamente anunciada. Porque han sido decenas de voces y señales de alarma de expertos y organismos internacionales de todo tipo, que llevan años advirtiendo de los peligros gigantescos de políticas gubernamentales que le han dado la espalda al campo y a la producción de alimentos aun a riesgo del reventadero de conflictos sociales.

Un futuro negro que intentaremos desglosar en una próxima entrega, no sin antes recordar que efectivamente: el hambre es canija, pero más el que la aguante.