De regreso al pesimismo
María Teresa Jardí
En una charla de café sostenida el viernes, en la siempre más acogedora sala de una casa, buscando soluciones entre amigas para componer, partiendo de lo descompuesto que está, el mundo, creo que podría decirles sin mentir que surgió íntegra mi colaboración de hoy.
Los mexicanos no sabemos lo que significa vivir en un Estado de Derecho, porque no hemos vivido nunca en un lugar donde nadie se ubique por encima de la ley. No tenemos ni la más remota idea de lo que la democracia significa porque ni a la más formalmente elemental hemos podido acceder. Acostumbrado el pueblo a que empeoren las cosas no le queda ni la menor duda de que lo que sigue será peor dado que demostrado ha quedado que aquello de que las cosas para tocar fondo deben ponerse muy feas tampoco es del todo cierto cuando el fondo es tan profundo como los hoyos negros del Universo, sin adentrarnos mucho en su explicación científica, claro está.
Pero tampoco es que la sociedad se tome la molestia de pensar para realmente cambiar las cosas.
Por poner un ejemplo: ¿Cuántos mexicanos habremos dejado de tomar Coca-Cola o de comer pan Bimbo? Presumo que muy pocos. ¿Cuántos habremos dejado definitivamente de ver los noticieros de Televisa y de TV Azteca? Los mismos.
Sin instituciones el pueblo sobrevive como puede con la esperanza siempre, aunque cada vez convertida en más remota, de que las cosas cambien para bien.
La derecha nacida del asiento de los nobles a la derecha del rey buscando mantener los privilegios justificados por la religión para los ricos “bendecidos” frente a los esclavos (negros) condenados, por pecados por quién sabe quién cometidos, en fascista ha devenido o quizá siempre lo ha sido. Mientras los sentados a la izquierda por ser los que buscaban que los privilegiados compartieran algo de lo mucho que tenían, con los que no tenían nada, de manera partidaria, al menos, en México, ha dejado de existir.
Y en no entenderlo, los que tampoco son de izquierda, como el propio AMLO, pero los que alguna esperanza en la gente despiertan, perfilan como crónica anunciada un México que sufrirá una represión que se igualará en lo violenta con la de las criminales dictaduras del Cono Sur. Y, sí, a la par empezarán a proliferar los movimientos guerrilleros, esto es también una crónica anunciada. Vietman e Irak dan buena cuenta de lo que son capaces los pueblos en defensa de su derecho a ser y decidir por ellos mismos sin imposiciones mentirosamente “salvadoras” de la derecha yanqui, pasto del Infierno si hay Infierno y si no existe más que en la Tierra ese lugar de castigo aquí condenado está el pueblo gringo a vivirlo, en cuyas manos hoy el usurpador mexicano pone los destinos de nuestro país.
Creo que no, que algunos de estos rubros no los tocamos y que en cambio tocamos otros, como es lógico más amenos y personales, pero en esencia hablando también de estás cosas pasamos una tarde en la que acabamos concluyendo que de todas maneras no podíamos perder la esperanza de que el pueblo mexicano es mucho más que las gansteriles familias --político empresariales, mafiosas y usurpadoras-- que hoy mantienen secuestrado el poder y a todas las instituciones en beneficio propio.
Se nos fue el tiempo y no escuchamos noticieros y no sabíamos al despedirnos todavía lo de los 20 asesinados del día, 8 decapitados entre Durango y Chihuahua, lo que de haberlo sabido antes de la efusiva despedida habría acabado con buena parte de nuestro optimismo para regresarnos al pesimismo convertido en certeza de vida mexicana.
En una charla de café sostenida el viernes, en la siempre más acogedora sala de una casa, buscando soluciones entre amigas para componer, partiendo de lo descompuesto que está, el mundo, creo que podría decirles sin mentir que surgió íntegra mi colaboración de hoy.
Los mexicanos no sabemos lo que significa vivir en un Estado de Derecho, porque no hemos vivido nunca en un lugar donde nadie se ubique por encima de la ley. No tenemos ni la más remota idea de lo que la democracia significa porque ni a la más formalmente elemental hemos podido acceder. Acostumbrado el pueblo a que empeoren las cosas no le queda ni la menor duda de que lo que sigue será peor dado que demostrado ha quedado que aquello de que las cosas para tocar fondo deben ponerse muy feas tampoco es del todo cierto cuando el fondo es tan profundo como los hoyos negros del Universo, sin adentrarnos mucho en su explicación científica, claro está.
Pero tampoco es que la sociedad se tome la molestia de pensar para realmente cambiar las cosas.
Por poner un ejemplo: ¿Cuántos mexicanos habremos dejado de tomar Coca-Cola o de comer pan Bimbo? Presumo que muy pocos. ¿Cuántos habremos dejado definitivamente de ver los noticieros de Televisa y de TV Azteca? Los mismos.
Sin instituciones el pueblo sobrevive como puede con la esperanza siempre, aunque cada vez convertida en más remota, de que las cosas cambien para bien.
La derecha nacida del asiento de los nobles a la derecha del rey buscando mantener los privilegios justificados por la religión para los ricos “bendecidos” frente a los esclavos (negros) condenados, por pecados por quién sabe quién cometidos, en fascista ha devenido o quizá siempre lo ha sido. Mientras los sentados a la izquierda por ser los que buscaban que los privilegiados compartieran algo de lo mucho que tenían, con los que no tenían nada, de manera partidaria, al menos, en México, ha dejado de existir.
Y en no entenderlo, los que tampoco son de izquierda, como el propio AMLO, pero los que alguna esperanza en la gente despiertan, perfilan como crónica anunciada un México que sufrirá una represión que se igualará en lo violenta con la de las criminales dictaduras del Cono Sur. Y, sí, a la par empezarán a proliferar los movimientos guerrilleros, esto es también una crónica anunciada. Vietman e Irak dan buena cuenta de lo que son capaces los pueblos en defensa de su derecho a ser y decidir por ellos mismos sin imposiciones mentirosamente “salvadoras” de la derecha yanqui, pasto del Infierno si hay Infierno y si no existe más que en la Tierra ese lugar de castigo aquí condenado está el pueblo gringo a vivirlo, en cuyas manos hoy el usurpador mexicano pone los destinos de nuestro país.
Creo que no, que algunos de estos rubros no los tocamos y que en cambio tocamos otros, como es lógico más amenos y personales, pero en esencia hablando también de estás cosas pasamos una tarde en la que acabamos concluyendo que de todas maneras no podíamos perder la esperanza de que el pueblo mexicano es mucho más que las gansteriles familias --político empresariales, mafiosas y usurpadoras-- que hoy mantienen secuestrado el poder y a todas las instituciones en beneficio propio.
Se nos fue el tiempo y no escuchamos noticieros y no sabíamos al despedirnos todavía lo de los 20 asesinados del día, 8 decapitados entre Durango y Chihuahua, lo que de haberlo sabido antes de la efusiva despedida habría acabado con buena parte de nuestro optimismo para regresarnos al pesimismo convertido en certeza de vida mexicana.