■ El patriotismo paga
José Agustín Ortiz Pinchetti
La disputa por el petróleo reactivó el nacionalismo y a sus críticos. Mientras los que están en contra de la privatización afirman la vigencia de la Constitución y de sus principios, los que están en favor alegan que el petróleo es una materia prima y Pemex una empresa, que el tema debe ser resuelto con criterios de rentabilidad. Nos piden que dejemos atrás la mitología nacionalista y su envoltura constitucional, y volvamos la vista hacia el extranjero, ¿y qué veremos?
Estados Unidos y todas las potencias grandes o emergentes consideran el petróleo como un instrumento de poder, un bien estratégico. En esto coinciden con el criterio de la Constitución mexicana ratificado en 1983 en los artículos 25 y 26.
Yo creo que el nacionalismo mexicano ha sido sano y fructífero. Representa la defensa de los valores propios frente a la interferencia extranjera. Lealtad a los intereses de la nación y a su autodeterminación. Todo eso paga bien. Nos dio la independencia. Animó la resistencia contra la invasión francesa. Tuvo un reverdecimiento en la Revolución, no fue xenófobo ni siquiera antiestadunidense. Se centró en la defensa de nuestros recursos estratégicos e identidad y trajo prosperidad. El proyecto de México fue elogiado en el mundo y nos hizo sentir orgullosos de nosotros mismos.
A principios de los ochenta nuestro nacionalismo se opacó. Una grave crisis financiera provocó depresión en las elites. Fue entonces cuando un grupo de tecnócratas, en su mayoría educados en Estados Unidos, consideró que la rectoría del Estado y el nacionalismo eran obstáculos para el progreso. A partir de 1985 se debilitó la rectoría estatal en favor del mercado y se buscó la solución de nuestros problemas en modelos foráneos. Se aplicó al pie de la letra el consenso de Washington e intentamos integrarnos con desventajas a la economía de América del Norte.
Y ¿cuáles han sido los frutos? 25 años después las desigualdades sociales se han hecho peores y nuestra economía no ha crecido. No fue el mercado, sino los monopolios los que controlaron la vida económica. Ilegitimidad, violencia, intolerancia y decadencia son los rasgos de nuestra época. A nadie se le ocurriría recomendar a las naciones del tercer mundo seguir el modelo mexicano. En parte estos efectos tienen que ver con la renuncia a nuestro nacionalismo.
Para reorganizar a Pemex hay que transparentar sus finanzas y acabar con su corrupción. El gobierno debe promover una reforma fiscal que le permita liberar a la paraestatal del saqueo del que ha sido víctima en las pasadas dos décadas.
La disputa por el petróleo reactivó el nacionalismo y a sus críticos. Mientras los que están en contra de la privatización afirman la vigencia de la Constitución y de sus principios, los que están en favor alegan que el petróleo es una materia prima y Pemex una empresa, que el tema debe ser resuelto con criterios de rentabilidad. Nos piden que dejemos atrás la mitología nacionalista y su envoltura constitucional, y volvamos la vista hacia el extranjero, ¿y qué veremos?
Estados Unidos y todas las potencias grandes o emergentes consideran el petróleo como un instrumento de poder, un bien estratégico. En esto coinciden con el criterio de la Constitución mexicana ratificado en 1983 en los artículos 25 y 26.
Yo creo que el nacionalismo mexicano ha sido sano y fructífero. Representa la defensa de los valores propios frente a la interferencia extranjera. Lealtad a los intereses de la nación y a su autodeterminación. Todo eso paga bien. Nos dio la independencia. Animó la resistencia contra la invasión francesa. Tuvo un reverdecimiento en la Revolución, no fue xenófobo ni siquiera antiestadunidense. Se centró en la defensa de nuestros recursos estratégicos e identidad y trajo prosperidad. El proyecto de México fue elogiado en el mundo y nos hizo sentir orgullosos de nosotros mismos.
A principios de los ochenta nuestro nacionalismo se opacó. Una grave crisis financiera provocó depresión en las elites. Fue entonces cuando un grupo de tecnócratas, en su mayoría educados en Estados Unidos, consideró que la rectoría del Estado y el nacionalismo eran obstáculos para el progreso. A partir de 1985 se debilitó la rectoría estatal en favor del mercado y se buscó la solución de nuestros problemas en modelos foráneos. Se aplicó al pie de la letra el consenso de Washington e intentamos integrarnos con desventajas a la economía de América del Norte.
Y ¿cuáles han sido los frutos? 25 años después las desigualdades sociales se han hecho peores y nuestra economía no ha crecido. No fue el mercado, sino los monopolios los que controlaron la vida económica. Ilegitimidad, violencia, intolerancia y decadencia son los rasgos de nuestra época. A nadie se le ocurriría recomendar a las naciones del tercer mundo seguir el modelo mexicano. En parte estos efectos tienen que ver con la renuncia a nuestro nacionalismo.
Para reorganizar a Pemex hay que transparentar sus finanzas y acabar con su corrupción. El gobierno debe promover una reforma fiscal que le permita liberar a la paraestatal del saqueo del que ha sido víctima en las pasadas dos décadas.