Petróleo, página infeliz de nuestra historia
La Jornada / Alejandro Nadal
La secretaria de Energía, Georgina Kessel, y el director de Pemex, Jesús Reyes Heroles, ofrecieron un triste espectáculo el domingo pasado. Dieron a conocer el Diagnóstico: la situación de Petróleos Mexicanos, un documento mendaz que es deshonra para sus autores.
El diagnóstico es doloso. En síntesis, estos son sus componentes centrales: a) el problema de Pemex es que los campos más importantes ya entraron en declinación y se presentará un déficit de hidrocarburos; b) es necesario compensar la declinación de esos yacimientos desarrollando los recursos potenciales en el Golfo de México; c) esos recursos están en aguas ultra profundas; d) la tecnología para explorar y desarrollar esos campos no es dominada por Pemex. En consecuencia, se necesita dar flexibilidad a la paraestatal para tener acceso a la tecnología que permita enfrentar estos retos.
Es esencial no caer en la lógica de este documento. La crítica equivocada del diagnóstico es funcional para los fines del gobierno, empeñado en la privatización de Petróleos Mexicanos. Por eso, lo primero es dejar claro que el saqueo de los hidrocarburos no es algo que comenzaría con la privatización, sino que ya tiene 25 años ocurriendo. Aun sin cambios en el régimen de Pemex, el despojo va a continuar.
Para demostrar esto, algunos datos. Si sumamos el total de la producción de crudo de México, desde 1900 hasta 2007, resulta que más de 50 por ciento de la producción acumulada se concentra en el periodo 1991-2007.
Entre otras linduras, ese lapso incluye el Tratado de Libre Comercio de América Latina (TLCAN), la crisis de 95, la factura petrolera y el rescate de los Tesobonos, Zedillo y el Fobaproa. El periodo culmina con Fox, bufón de la llamada transición democrática, en cuyo sexenio Petróleos Mexicanos acusó pérdidas acumuladas por 207 mil millones de pesos.
Es decir, en los últimos 17 años se concentra la mayor parte de la extracción del “tesoro” de los mexicanos y los recursos provenientes de ese latrocinio se utilizaron para empujar un proyecto de país dominado por la desigualdad, la discriminación y la opresión.
Entre 1990-2007 los recursos petroleros del gobierno federal ascendieron a 451 mil millones de dólares. En ese lapso, el pago de intereses asociados a la deuda interna y externa del sector público ascendió a unos 300 mil millones de dólares. O sea, aproximadamente 70 por ciento de los ingresos petroleros fue destinado al pago de intereses de la deuda del sector público. Los ingresos petroleros muy poco sirvieron para cubrir las verdaderas necesidades de la población. Por eso entre 1990-2007 el gasto social en términos reales permaneció estancado o con crecimientos muy modestos que no cubren las graves carencias en materia de salud, educación, vivienda, transporte, medio ambiente y desarrollo regional. Por cierto, en esos años el gasto en investigación científica se mantuvo duramente castigado.
El problema de Petróleos Mexicanos no es que se agotan las reservas y sólo nos queda un tesoro oculto para cuya explotación es necesario otorgar más margen de maniobra a la paraestatal. La tragedia de Pemex está en haberlo subordinado a un modelo económico perverso que busca, desde sus raíces, rendir tributo al sector financiero. Por eso tuvo pérdidas crónicas, por eso no pudo desarrollar tecnología, por eso está en peligro. Por cierto, la descripción de la Secretaría de Energía sobre Petrobras es falsa. No es el único ejemplo: el Diagnóstico presentado por Kessel y Reyes Heroles contiene más omisiones y mentiras con el único afán de engañar y promover el despojo final de los hidrocarburos.
Los recursos petroleros de México pudieron abrir un capítulo luminoso de la historia. Todavía son un recurso importante y con una estrategia bien diseñada servirían para el desarrollo en beneficio de la población. Pero hoy que está de moda hablar de Petrobras, la rapiña y la traición hacen recordar Vai Passar, la samba histórica de Chico Buarque: Página infeliz de nuestra historia. La Patria estaba dormida, siempre tan distraída, sin percibir que la saqueaban en tenebrosas transacciones.
La secretaria de Energía, Georgina Kessel, y el director de Pemex, Jesús Reyes Heroles, ofrecieron un triste espectáculo el domingo pasado. Dieron a conocer el Diagnóstico: la situación de Petróleos Mexicanos, un documento mendaz que es deshonra para sus autores.
El diagnóstico es doloso. En síntesis, estos son sus componentes centrales: a) el problema de Pemex es que los campos más importantes ya entraron en declinación y se presentará un déficit de hidrocarburos; b) es necesario compensar la declinación de esos yacimientos desarrollando los recursos potenciales en el Golfo de México; c) esos recursos están en aguas ultra profundas; d) la tecnología para explorar y desarrollar esos campos no es dominada por Pemex. En consecuencia, se necesita dar flexibilidad a la paraestatal para tener acceso a la tecnología que permita enfrentar estos retos.
Es esencial no caer en la lógica de este documento. La crítica equivocada del diagnóstico es funcional para los fines del gobierno, empeñado en la privatización de Petróleos Mexicanos. Por eso, lo primero es dejar claro que el saqueo de los hidrocarburos no es algo que comenzaría con la privatización, sino que ya tiene 25 años ocurriendo. Aun sin cambios en el régimen de Pemex, el despojo va a continuar.
Para demostrar esto, algunos datos. Si sumamos el total de la producción de crudo de México, desde 1900 hasta 2007, resulta que más de 50 por ciento de la producción acumulada se concentra en el periodo 1991-2007.
Entre otras linduras, ese lapso incluye el Tratado de Libre Comercio de América Latina (TLCAN), la crisis de 95, la factura petrolera y el rescate de los Tesobonos, Zedillo y el Fobaproa. El periodo culmina con Fox, bufón de la llamada transición democrática, en cuyo sexenio Petróleos Mexicanos acusó pérdidas acumuladas por 207 mil millones de pesos.
Es decir, en los últimos 17 años se concentra la mayor parte de la extracción del “tesoro” de los mexicanos y los recursos provenientes de ese latrocinio se utilizaron para empujar un proyecto de país dominado por la desigualdad, la discriminación y la opresión.
Entre 1990-2007 los recursos petroleros del gobierno federal ascendieron a 451 mil millones de dólares. En ese lapso, el pago de intereses asociados a la deuda interna y externa del sector público ascendió a unos 300 mil millones de dólares. O sea, aproximadamente 70 por ciento de los ingresos petroleros fue destinado al pago de intereses de la deuda del sector público. Los ingresos petroleros muy poco sirvieron para cubrir las verdaderas necesidades de la población. Por eso entre 1990-2007 el gasto social en términos reales permaneció estancado o con crecimientos muy modestos que no cubren las graves carencias en materia de salud, educación, vivienda, transporte, medio ambiente y desarrollo regional. Por cierto, en esos años el gasto en investigación científica se mantuvo duramente castigado.
El problema de Petróleos Mexicanos no es que se agotan las reservas y sólo nos queda un tesoro oculto para cuya explotación es necesario otorgar más margen de maniobra a la paraestatal. La tragedia de Pemex está en haberlo subordinado a un modelo económico perverso que busca, desde sus raíces, rendir tributo al sector financiero. Por eso tuvo pérdidas crónicas, por eso no pudo desarrollar tecnología, por eso está en peligro. Por cierto, la descripción de la Secretaría de Energía sobre Petrobras es falsa. No es el único ejemplo: el Diagnóstico presentado por Kessel y Reyes Heroles contiene más omisiones y mentiras con el único afán de engañar y promover el despojo final de los hidrocarburos.
Los recursos petroleros de México pudieron abrir un capítulo luminoso de la historia. Todavía son un recurso importante y con una estrategia bien diseñada servirían para el desarrollo en beneficio de la población. Pero hoy que está de moda hablar de Petrobras, la rapiña y la traición hacen recordar Vai Passar, la samba histórica de Chico Buarque: Página infeliz de nuestra historia. La Patria estaba dormida, siempre tan distraída, sin percibir que la saqueaban en tenebrosas transacciones.