La provocación vino de
Mitin frente a Pemex
Yo no sé si las personas que agredieron verbalmente y con amagos de violencia física al senador perredista Carlos Navarrete y al diputado del mismo partido Javier González Garza cumplieron acciones de provocación por cuenta del pripanismo y de Los Pinos, o si, realmente, se trató de ciudadanos inconformes y encolerizados con esos dos legisladores representantes de la derecha del PRD y del colaboracionismo abyecto con Felipe Calderón.
Pero de lo que no hay duda es de la existencia en las filas de los simpatizantes del perredismo de un enfurecimiento inocultable y creciente contra la conducta colaboracionista del sector derechizado del PRD (facción vendida, dirán algunos) con la oligarquía y el imperialismo estadounidense.
Como en política la mala fe es de oficio, podemos suponer que el incidente en el mitin frente a la torre de Pemex fue una provocación gubernamental para desacreditar al movimiento de resistencia al fraude electoral del 2006 y a la privatización del petróleo. Pero haría falta estar ciego para no ver la enorme inconformidad de millones de perredistas sencillos y honestos con la conducta antinacional y antipopular de la corriente dominante en el PRD, la autonombrada Nueva Izquierda o, más simplemente, los Chuchos.
En consecuencia, no han sido López Obrador y sus millones de seguidores quienes han envenenado el ambiente político en el perredismo, cual denunció el propio senador Navarrete. Ese envenenamiento es fruto legítimo y directo de la conducta pública de los Ortega, los Navarrete, las Zavaleta, los Acosta Naranjo y los González Garza, entre muchos otros calderonistas disfrazados de tolerantes y amigos del diálogo.
Esta conducta de Nueva Izquierda permite pensar que en la provocación del domingo 24 de febrero no estuvo solo el gobierno de Calderón. Que ese montaje de desprestigio contra López Obrador y su movimiento patriótico fue realizado en perfecta coordinación entre Los Pinos y los Chuchos.
Y la explicación es muy sencilla: a Calderón y a la chuchiza les urge vender Pemex, lo que obliga a esa mancuerna siniestra a enderezar sus baterías contra el mayor líder de la oposición, legal y pacífica, no sobra decirlo, a esa enajenación severamente repudiada por la inmensa mayoría de la población.
La provocación del domingo 24 es, en realidad, un eslabón más de la extensa cadena de actos semejantes y con el mismo avieso propósito: descalificar al líder de masas que no se pliega, que no se vende, que no transa, que no se cansa, que no se dobla.
Yo no sé si las personas que agredieron verbalmente y con amagos de violencia física al senador perredista Carlos Navarrete y al diputado del mismo partido Javier González Garza cumplieron acciones de provocación por cuenta del pripanismo y de Los Pinos, o si, realmente, se trató de ciudadanos inconformes y encolerizados con esos dos legisladores representantes de la derecha del PRD y del colaboracionismo abyecto con Felipe Calderón.
Pero de lo que no hay duda es de la existencia en las filas de los simpatizantes del perredismo de un enfurecimiento inocultable y creciente contra la conducta colaboracionista del sector derechizado del PRD (facción vendida, dirán algunos) con la oligarquía y el imperialismo estadounidense.
Como en política la mala fe es de oficio, podemos suponer que el incidente en el mitin frente a la torre de Pemex fue una provocación gubernamental para desacreditar al movimiento de resistencia al fraude electoral del 2006 y a la privatización del petróleo. Pero haría falta estar ciego para no ver la enorme inconformidad de millones de perredistas sencillos y honestos con la conducta antinacional y antipopular de la corriente dominante en el PRD, la autonombrada Nueva Izquierda o, más simplemente, los Chuchos.
En consecuencia, no han sido López Obrador y sus millones de seguidores quienes han envenenado el ambiente político en el perredismo, cual denunció el propio senador Navarrete. Ese envenenamiento es fruto legítimo y directo de la conducta pública de los Ortega, los Navarrete, las Zavaleta, los Acosta Naranjo y los González Garza, entre muchos otros calderonistas disfrazados de tolerantes y amigos del diálogo.
Esta conducta de Nueva Izquierda permite pensar que en la provocación del domingo 24 de febrero no estuvo solo el gobierno de Calderón. Que ese montaje de desprestigio contra López Obrador y su movimiento patriótico fue realizado en perfecta coordinación entre Los Pinos y los Chuchos.
Y la explicación es muy sencilla: a Calderón y a la chuchiza les urge vender Pemex, lo que obliga a esa mancuerna siniestra a enderezar sus baterías contra el mayor líder de la oposición, legal y pacífica, no sobra decirlo, a esa enajenación severamente repudiada por la inmensa mayoría de la población.
La provocación del domingo 24 es, en realidad, un eslabón más de la extensa cadena de actos semejantes y con el mismo avieso propósito: descalificar al líder de masas que no se pliega, que no se vende, que no transa, que no se cansa, que no se dobla.