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viernes, 29 de febrero de 2008

A 70 años de la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas

Por Esto / Manuel Aguilar Mora

* De la nacionalización cardenista a la privatización priísta-panista

La reina de Dinamarca, en su discurso en el Palacio Nacional a mediados de febrero, comparó a México y a su país diciendo que ambas naciones estaban afrontando los “retos de la globalización en forma parecida”. En su respuesta a la escandinava, su anfitrión Calderón, afirmó que Dinamarca era “el país más feliz” del mundo.

¿En qué pueden parecerse dos países tan diferentes como lo son México y Dinamarca? ¿Acaso México podría estar entre “los países más felices” del planeta? El velo de irrealidad de la retórica tradicional de los discursos de estos encuentros oficiales, fue llevado por la reina danesa y por Calderón en esta ocasión a niveles aún más enrarecidos.

Ciertamente México está lejos de ser uno de los “países más felices” del mundo. Por el contrario, se experimenta en la nación un sentimiento de desasosiego, que en algunas regiones se ha transformado en una gran indignación que abarca a vastos sectores de la población. En los medios ya no es posible evitar más la discusión sobre el destino de Pemex y la constatación de que crece y se amplifica una enorme oposición popular al proyecto privatizador que preparan con denuedo los diputados y senadores del PRI y el PAN, la coalición popularmente bautizada como el PRIAN. El destino de Pemex es hoy el factor determinante de la política nacional. Al discurso oficial “modernizador” de los neoliberales encabezados por Felipe Calderón y que difunden ensordecedoramente los medios a su disposición, se enfrenta cada vez con más fuerza la réplica que desnuda toda esa verborrea como una maniobra de privatización simple y llana de la empresa más importante del país. El domingo 24 de febrero se realizó la primera gran movilización frente a la Torre de Pemex, sitio de las oficinas centrales de la empresa en el Distrito Federal, y el 18 de marzo, fecha en que se cumplirá el 70 aniversario de la expropiación petrolera efectuada por el presidente Lázaro Cárdenas, López Obrador (AMLO) y la coalición de fuerzas alrededor del PRD han convocado a una manifestación nacional en el Zócalo de la Ciudad de México.

Pemex no está en bancarrota, ni es una empresa fracasada como la pintan los neoliberales. Es la empresa más rica del país, que aporta más de 40 por ciento de los recursos fiscales, cuyo monto de ingresos brutos en 2006 fue de más de 100 mil millones de dólares, con una rentabilidad envidiable (el costo del barril de petróleo es de cuatro a cinco dólares y su precio en el mercado es de más de 80 dólares), constituyendo la fuente principal de los gastos sociales del estado. Se percibe claramente que lo que intentan los panistas y priístas es de poner esta enorme riqueza de Pemex en manos de los capitalistas extranjeros a cambio de algunos miles de millones de dólares que les darán un suspiro transitorio a la situación económica cada vez más grave por la que atraviesa el país.

La nacionalización petrolera

El 18 de marzo de 1938, el gobierno de Lázaro Cárdenas fue uno de los pioneros en los países dependientes y neocoloniales de Asia y América Latina en realizar la expropiación de las compañías imperialistas (en esa época mayoritariamente británicas) que poseían y explotaban los yacimientos petrolíferos de México. Fue un acto de gran trascendencia que pudo efectuarse como producto de los cambios realizados por la Revolución mexicana veinte años antes. El proceso de transformación gestado por la Revolución mexicana transcurría en los años treintas por un segundo aliento, cuya expresión más evidente lo constituía un ascenso de las masas populares. Tanto los campesinos como los trabajadores de la industria eran protagonistas centrales de las jornadas en los años cardenistas. Una masiva reforma agraria rompió por completo el viejo régimen porfirista de las haciendas, ya golpeado fuertemente desde años antes. Entre los trabajadores se experimentó una oleada de luchas que fructificaron en el surgimiento de nuevos sindicatos, en especial de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), desde entonces la mayor central sindical del país.

Fueron precisamente los trabajadores petroleros agrupados en la CTM quienes, con su histórica huelga de varios meses, estuvieron en el origen del proceso que culminó en la expropiación petrolera del 18 de marzo de 1938. Las compañías imperialistas se rehusaban a reconocer las demandas de los trabajadores de los campos petroleros en huelga. Los sindicatos apelaron a la Suprema Corte de Justicia para que avalara sus demandas. El fallo de ésta les fue favorable. La respuesta de los imperialistas fue de abierto y franco desacato a la decisión del alto tribunal. Era un abierto desafío al Gobierno de la República.

Sabemos lo que sucedió a continuación. Lázaro Cárdenas, en nombre de la soberanía nacional, decidió emitir la ley expropiatoria de las compañías petroleras extranjeras y se implantó el control obrero de la industria. El imperialismo, comprometido en una situación prebélica (la Segunda Guerra Mundial empezó un año después en septiembre de 1939), se encontraba en dificultades para organizar una intervención militar en México. Los monopolios más afectados eran británicos, pero Londres estaba muy lejos y concentrado en la preparación de su respuesta al desafío hitleriano. El gobierno de Washington, por su parte, presidido en esos años por Franklin D. Roosevelt, con su política del “buen vecino”, descartó la intervención militar directa y presionó a los monopolios petroleros a que se sentaran con los representantes de México para llegar a un acuerdo sobre los términos de las indemnizaciones. Fue así como surgió Pemex en uno de los pocos momentos históricos en que se reivindicó a plenitud la soberanía y la relativa independencia nacionales.

Trotsky y la expropiación petrolera

Hubo un testigo de excepción de estos acontecimientos que respaldó y justificó ante los imperialistas la decisión de Cárdenas en notables declaraciones y artículos que se conocieron en todo el mundo. León Trotsky, presente en nuestro país desde enero de 1937 debido a la generosidad del presidente Cárdenas, que le ofreció asilo al viejo bolchevique en un momento en que era víctima de la persecución tanto imperialista (de las “democracias” de Francia y Noruega y de los fascistas) como estalinista, analizó y entendió las peculiaridades de este acontecimiento fundamental de la historia de México.

Contestando de inmediato las críticas de voceros franceses y británicos a la expropiación del presidente Cárdenas que pululaban en los medios de entonces, Trotsky escribió los siguientes conceptos en un artículo titulado “México y el imperialismo británico”: “La expropiación petrolera no es ni socialista ni comunista. Pero representa una medida altamente progresiva de autodefensa nacional. Marx, por supuesto, no consideraba a Abraham Lincoln como comunista, lo que no impidió que tuviera la simpatía más profunda por la lucha que dirigía”. Semanas después, con motivo de una polémica con el senador estadounidense Allen que lo acusaba de proponer la instauración en México de un ¡”estado comunista-trotskista”!, Trotsky puntualizó aún más precisamente la dimensión de la acción cardenista. “Aunque Stalin se diga comunista, desarrolla en realidad una política reaccionaria; el gobierno de México que no es para nada comunista, desarrolla una política progresista”.

Pero la expropiación petrolera impulsó al fundador de la Cuarta Internacional a profundizar más sobre el carácter del gobierno cardenista. El respeto y agradecimiento que indudablemente profesó por el presidente Cárdenas por su gesto de haberle concedido asilo en México, no impidió, ni mucho menos, que Trotsky no apreciara las diferencias entre la política cardenista y la marxista revolucionaria. En varios escritos, conocidos póstumamente, Trotsky introdujo la categoría del “bonapartismo sui generis” para definir al gobierno cardenista. En un célebre párrafo de un artículo dedicado a las nacionalizaciones cardenistas y al control obrero, después de constatar la debilidad de la burguesía nacional y, como contraparte, el papel decisivo del “capital extranjero”, o sea imperialista así como del proletariado nacional, Trotsky escribía: “Esto crea condiciones especiales del poder estatal. El gobierno vira entre el capital doméstico y extranjero, entre la débil burguesía y el proletariado relativamente poderoso. Esto le confiere al gobierno un carácter bonapartista sui generis. Se eleva, como si dijéramos, ya sea haciéndose el instrumento del capitalismo extranjero y atando al proletariado a las cadenas de una dictadura policíaca, o maniobrando con el proletariado o incluso yendo tan lejos como para hacerle concesiones, ganando así la posibilidad de conseguir una cierta libertad hacia los capitalistas extranjeros”. (Negritas nuestras).

Para Trotsky era claro que las fuerzas de los trabajadores debían luchar por su independencia en el caso en que tales concesiones significaran su subordinación al Estado. En 1939, en un editorial de la revista Clave, publicada junto con varios intelectuales mexicanos, Trotsky dejó muy claro tal posición al afirmar que en las elecciones presidenciales de ese año, los marxistas revolucionarios en México no apoyarían a ningún candidato (o sea, por supuesto, incluyendo el candidato sucesor de Cárdenas), pues ninguno expresaba o representaba la posición política independiente del proletariado.

Estas definiciones y posturas precursoras en el México de los años treinta se prolongarían en las décadas sucesivas a los países de América del Sur con el surgimiento de otros gobiernos parecidos al de Cárdenas. Políticos y sociólogos bautizarían a estos regímenes de “populistas”. Un “populismo” de estado que no tenía nada parecido al otro “populismo” de los revolucionarios rusos del siglo XIX. Para consultar las fuentes de estos textos y una amplia discusión de sus conceptos véase mi libro El escándalo del Estado. Una teoría del poder político en México, Fontamara, 2000, pp.240-45.

Después de Cárdenas

La profundización del giro o “viraje” a la izquierda emprendido por Cárdenas sólo hubiera sido posible en esos años con la radicalización de los trabajadores y una decidida orientación hacia la instauración de un gobierno de los obreros y campesinos que continuara la obra del presidente radical por rumbos cualitativamente diferentes, es decir, hacia una revolución socialista. Pero el factor subjetivo de un proletariado revolucionario aliado a los campesinos, con una consciencia socialista y dispuesto a “tomar el cielo por asalto”, estaba por completo ausente en México a fines de los años treinta. La CTM estaba dirigida por un equipo encabezado por el notorio dirigente colaboracionista Vicente Lombardo Toledano, cuya política estalinista ató al carro del estado el prometedor movimiento sindical que había surgido esos años. Por su parte el partido comunista (PCM), cuya dirección colaboró con la policía estalinista en sus planes para asesinar a Trotsky, no ofrecía tampoco ninguna alternativa revolucionaria al cardenismo.

Desde 1940, con la sucesión presidencial de Cárdenas a Ávila Camacho se inició el larguísimo trayecto de sesenta años que hizo “virar” en sentido contrario la orientación del gobierno bonapartista ”sui generis” mexicano. Ese viraje a la derecha culminó con la derrota priísta en las elecciones presidenciales del 2000 y la llegada al poder del PAN, un partido directamente controlado y dominado, sin la mediación de grupos burocráticos como los priístas, por sectores capitalistas nacionales y extranjeros.

El giro neoliberal radical realizado por los últimos presidentes priístas (De la Madrid, Salinas y Zedillo) a partir de los años ochentas rompió muchos mecanismos tradicionales del sistema de dominación bonapartista. La transición democrática pactada que llevó al poder a Fox, el primer presidente panista, rompió otros más.

Pero el propio Fox se mantuvo y su sucesor Calderón se sigue manteniendo, sobre otros tantos factores típicos del viejo orden. Por supuesto, en primer lugar está el mismísimo PRI, partido que conserva la estructura política organizativa más extendida a nivel nacional y cuyos votos en el Congreso de la Unión son fundamentales para el triunfo de las medidas privatizadoras de la industria energética. Y, ante todo, el sistema de control sindical de la abrumadora mayoría de los trabajadores a través de la CTM y sindicatos charros. El PRI al seguir siendo pieza estratégica del poder representa, de hecho, uno de los pilares clave de los gobiernos panistas. Así fue con Fox y lo sigue siendo con Calderón.

La burguesía “nacional” ha sido apabullada en el giro neoliberal a favor de la globalización que propiciaron los últimos presidentes priístas. Las transnacionales estadounidenses han invadido México, eliminando una tras otra las ramas industriales, comerciales, financieras y de servicios “nacionales”. Los sectores capitalistas “nacionales” más fuertes son fervientes partidarios del socio mayor estadounidense y el “nacionalismo revolucionario” largo tiempo identificado con el PRI y su esfera de influencia, ha cedido su lugar a la ideología “modernizadora” promotora de las “[contra] reformas estructurales” preconizadas por los tecnócratas neoliberales en el poder.

López Obrador y el PRD

En las elecciones presidenciales de 2006, cuando un alud de oposición al descarado “gobierno de los empresarios” de Fox se hizo palpable, fue el PRD, el partido surgido en 1989 de la escisión del PRI encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, el hijo del gran Presidente de los años treintas, la fuerza política que se benefició de un caudal millonario de votos. El fraude, igualmente colosal, del 2 de julio de 2006 contra el candidato presidencial perredista, López Obrador, clausuró también cualquier ilusión de cambio por la vía institucional.

Como hace más de seis décadas, el proletariado en México sigue estando ayuno de representación política nacional. Sigue siendo “el proletariado sin cabeza” como lo definió José Revueltas en los años sesentas. Esta es la situación fundamental que determina los laberintos de la oposición popular creciente contra las privatizaciones de la energía eléctrica y, ante todo, petrolera.

El 2 de julio la burguesía mexicana y, tras ella, Washington, vetaron cualquier posibilidad del surgimiento de un líder “populista” a la Chávez, en México. La trayectoria de ese bonapartisno sui generis a la cardenista está ya agotada. López Obrador, que se ha convertido en el más conspicuo y empecinado opositor de Calderón y de su política privatizadora, lucha por forjar un movimiento civil y pacífico que lo mantenga en el escenario para aspirar de nuevo en 2012 a la Presidencia de la República. Es una estrategia desgastante para su movimiento. Además de aquí al 2012 hay cinco años en que la lucha de clases dirá muchas cosas y romperá muchas estrategias y proyecciones.

El mitin del 24 de febrero ya mostró las contradicciones de esta perspectiva civilista. Los jefes de las bancadas del PRD en ambas cámaras legislativas, presentes al lado de AMLO en el acto, fueron ostensiblemente abucheados e insultados por la multitud, lo que obligó al último a intervenir para que el jefe de los diputados perredistas finalizara su discurso.

Las mismas bases del movimiento masivo que encabeza AMLO tienen una desconfianza suprema a los diputados y senadores de los partidos de la coalición que lo apoyan, empezando por el PRD. Es, por supuesto, una desconfianza ganada a pulso, pues el común denominador de la abrumadora mayoría de estos hombres y mujeres es su conciliacionismo y oportunismo parlamentarios. Brevemente, el PRD es parte del aparato estatal nacional con la gubernatura de varias entidades, en particular la más importante de la república, el Distrito Federal, con decenas de diputados locales y federales, tres decenas de senadores y una enorme capa de funcionarios de todo tipo. Es también, como el partido que tuvo el segundo lugar en las presidenciales de 2006, el recipiente de un colosal presupuesto partidario de cientos de millones de pesos proporcionado por el Instituto Federal Electoral. Los otros partidos menores de la coalición (PT, Convergencia) están en parecidas condiciones. Y coronando a esta coalición se encuentran como sus dirigentes designados por el propio AMLO conspicuos y nefastos personajes ex priístas. El coordinador de la misma es, ni más ni menos, que el ex priísta Muñoz Ledo, un patético y conocidísimo trapecista político desde hace más de cincuenta años.


¿Es posible que el movimiento contra la privatización de Pemex y de la energía eléctrica encabezado por AMLO triunfe con estos aliados? Evidentemente no. La semilla de la ruptura está sembrada en este movimiento. Basta citar el hecho que Cuauhtémoc Cárdenas, durante años el líder indiscutible del PRD antes de que fuera desbancado por AMLO, ha declarado estar por una política de “salvar” a Pemex que no es muy diferente a la que proponen los legisladores priístas y panistas por igual. “Autonomía de gestión”, “aceptación del capital privado sin lesionar la Constitución” y otras fórmulas parecidas. O sea, algo que los neoliberales ya han hecho en los últimos veinte años y que ha conducido a la privatización furtiva actual de buena parte del monopolio petrolero nacional.

Perspectiva revolucionaria

AMLO es el representante del movimiento nacionalista revolucionario que determinó y definió la ideología y la política del movimiento popular mexicano durante el siglo XX. Hoy las condiciones económicas y sociales de México, como las de los demás países de América Latina, se desarrollan en un mundo globalizado en que las soluciones revolucionarias desbordan las fronteras nacionales. La hora del “nacionalismo revolucionario” ha pasado ya.

El gran acervo de la política de AMLO es su decisión de mantener la movilización. El 18 de marzo será un momento importante para palpar la fuerza que se está logrando. Un Zócalo abarrotado significará que el ascenso popular continúa y que los deseos de lucha persisten. Pero el verticalismo caudillista y la ausencia de democracia y de autoorganización son obstáculos para expandir la movilización y para profundizarla con los métodos que lógicamente se impondrán en la medida que la lucha continúe: los paros, culminado todo en la convocatoria a una huelga nacional.

El justo y justificado sentimiento nacionalista de amplias capas de la población de México no puede ser la continuación simple de lo que fue el cardenismo de los años treintas, el cual, después de todo, derivó finalmente en la situación actual. El nacionalismo deberá desdoblarse a favor de una perspectiva latinoamericana y, en última instancia, internacional.

Pero la clase social idónea para encarnar esa nueva etapa de la conciencia del pueblo mexicano, la clase trabajadora del campo y las ciudades, el proletariado en general, todavía no se yergue con su enorme fuerza para determinar el rumbo de esa lucha contra las privatizaciones como antesala de una lucha anticapitalista general. Los enormes retos ante el pueblo mexicano en los próximos días serán la ocasión para que surjan las condiciones más favorables para ese gran despertar de su conciencia revolucionaria sin el cual será imposible vencer a los poderosos enemigos que enfrenta.

Los métodos proletarios de lucha, los paros nacionales, las huelgas generales, únicos capaces de detener verdaderamente la ofensiva priísta-panista se impondrán por la fuerza de las cosas. Las condiciones para el surgimiento de una estrategia revolucionaria por el socialismo en el México de principios del siglo XXI están madurando también, aunque más lentamente que en las repúblicas hermanas del Sur del continente.

La tarea de los socialistas y revolucionarios mexicanos es integrarse y acelerar con su participación ardiente estos procesos, contribuyendo con sus acervos ideológicos y políticos considerables al esclarecimiento de esta amplia y poderosa movilización popular.