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viernes, 1 de febrero de 2008

Tractores “patrocinados”, primeros en llegar al Zócalo

La Jornada / Jaime Aviles

Perversiones de la política: la marcha nacional por la defensa del maíz mexicano llegó ayer al Zócalo encabezada por una columna de 50 tractores que –de acuerdo con una denuncia en poder de esta crónica– estaban “patrocinados por Monsanto” para exigir su “derecho a sembrar maíz transgénico”.

Atrás venían los otros tractores, los que el 18 de enero salieron de Ciudad Juárez, desde el puente fronterizo de El Chamizal, en la raya entre Estados Unidos y México, y más atrás de éstos, miles y miles de campesinos de todos los estados y todas las organizaciones agrarias del país, así como obreros de fábrica y de industria, colonos, militantes de movimientos sociales y mucha, mucha gente de la ciudad de México que acudió por su propia cuenta.

La síntesis de los acuerdos que hicieron posible la manifestación –a la que según organizadores se incorporaron más de 200 mil personas– estaba en lo alto del templete, a lo largo de un telón de fondo que encadenaba las siglas “CCI-CCN-CNC-CNTE-CONORP-FSM-CCD-UNORCA-UNT-UNTA”, fuerzas políticas convocantes.

Los corresponsales extranjeros, libreta en mano, traducían y deletreaban: Central Campesina Independiente, Central Campesina Nacional, Confederación Nacional Campesina, Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, Consejo Nacional de Organizaciones Rurales y Pesqueras, Frente Sindical Mexicano, Confederación Campesina Democrática, Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas, Unión Nacional de Trabajadores, Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas”.

Pero abajo, en la plancha del Zócalo, sobre la angosta calle Madero, la avenida Juárez y el Paseo de la Reforma ondeaban las banderolas y vibraban los gritos de los trabajadores de todos los ingenios cañeros del país –que se identificaban por una cachucha roja–, los militantes del sindicato de telefonistas y los siempre combativos electricistas, muchos de los cuales desfilaban esta vez con las camisetas de Luz y Fuerza del Centro, tan vapuleada por el huracán del martes pasado y por la prensa de la ultraderecha que aprovechó la magnitud de la desgracia para exigir, ahora sí airadamente, su privatización.

En la esquina de Lázaro Cárdenas y Madero la senadora Rosario Ibarra y un grupo de integrantes del Frente Nacional contra la Represión exigían “la libertad de los presos y desaparecidos políticos de hoy, de ayer y de siempre”. Al que no le calentaba ni el sol de la tarde ni la energía que irradiaban tantas decenas de miles de seres humanos unidos por el afán de mostrar su descontento, era al dirigente campesino Pablo Gómez Caballero, hijo del legendario Pablo Gómez, que en 1966 murió durante el asalto de la Liga Comunista 23 de Septiembre al cuartel de Madera, Chihuahua.

Después de atravesar el país acompañando a los tractores que partieron desde Ciudad Juárez, el dirigente quería denunciar que, a la hora en que la manifestación debía partir de la glorieta del Ángel de la Independencia, encabezada por los vehículos de labranza, otra columna de tractores se adelantó para adueñarse de la descubierta.

Al frente de esas máquinas iba el también líder agrario de Chihuahua, Armando Villarreal Marta, a quien, dijo Gómez Caballero, “lo patrocinan la compañía transnacional Monsanto y la priísta CNC, para que anden por todas partes exigiendo su supuesto derecho a sembrar maíz transgénico”.

Y en efecto, eso era lo que repetían los bien impresos carteles de los primeros tractores: “Por el derecho a sembrar maíz transgénico”. Era lo único que faltaba. Por fortuna, casi nadie se enteró. Los que llegaron al Zócalo –que sigue siendo medio Zócalo, debido al Museo Nómada– se retiraron por 20 de Noviembre. En esos momentos, casi las 5 de la tarde, los últimos contingentes, formados por militantes de El Barzón de Veracruz, cuyas mantas reiteraban la consigna del momento –“Sin maíz no hay país”, a la que añadían “sin frijol tampoco”– continuaban alrededor de la Diana, mientras en Reforma y Juárez un señor clamaba a todo pulmón: “Sin maíz no hay cornflakes”. Más adelante, cerca de una muchacha que iba desnuda, pero con la piel pintada con granos y hojas de elote, un altavoz de los telefonistas rimaba: “Mouriño, araña, regrésate a España”.

Sobre Madero, los trabajadores textiles de Ocotlán, Jalisco, le mentaban la madre en sentidos versos a su patrón, el megaempresario Moisés Saba, y entre contingentes de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, el INBA, el Frente Francisco Villa, los indígenas de la sierra mazateca, el Movimiento Los de Abajo, el Comité Mx Ac, Flor y Canto, las logias masónicas del Valle de México, los colonos de Ecatepec, y muchas siglas más, otro altavoz coreaba: “No es Mickey Mouse, tampoco es Topo Gigio, es una pinche rata llamada Felinillo”, y a partir de estas ocurrencias se derivaban múltiples variaciones sobre el mismo tema. En el templete del Zócalo, mientras tanto, en las voces de los múltiples oradores, iban y venían los exhortos a la “unificación de todos los criterios y de todas las luchas –como externó el padre Miguel Concha–, para lograr que el gobierno cambie esta política lesiva a los intereses del pueblo y se haga efectivo el reconocimiento de todas las libertades públicas”.

Hubo pocas alusiones a la inminente privatización de Petróleos Mexicanos y ninguna a la lucha de Andrés Manuel López Obrador, aunque muchos seguidores de éste abuchearon al eterno líder de los trabajadores telefonistas, Francisco Hernández Juárez. En tanto, otras manos quemaban una efigie del secretario de Agricultura, Alberto Cárdenas, aderezada con cuernos de Belcebú, y otros desgarraban una bandera estadunidense que no se dejaba incendiar; múltiples brazos alzaban carteles con la leyenda: “Este es un gobierno milpero: pone mil peros para ayudar a los campesinos”.