Mariana y sus juegos de apariencia
Panista sin brillantez política
En la política importa ser, pero también parecer. El PAN, tan recatado en su origen, tan austero en las décadas de resistencia contra la máquina priista, ahora se siente obligado a practicar el juego de apariencias, derroche y tontería.
Sostenido con malas artes en el gobierno federal, el PAN ha enfrentado una movilización opositora que, un día sí y otro también, le recuerda al ocupante de Los Pinos que una tercera parte de la población no votó por él y que más de la mitad de los mexicanos considera que los últimos comicios presidenciales no fueron limpios.
Independientemente de la opinión que se tenga del PRD, es un hecho que después del mugrero de 2006 ha logrado mantener a sus huestes en pie de lucha, en defensa de Andrés Manuel López Obrador. Por supuesto, han sido abundantes las dificultades externas y las diferencias internas, como lo muestra ahora mismo el encontronazo de López Obrador con Ruth Zavaleta.
Pero el hecho es que durante la segunda mitad de 2006 y todo el 2007 los perredistas le han hecho la vida pesada a Calderón. De ahí que algunas cabecitas panistas crean que pueden hacer lo mismo con el gobernante de la capital, y Mariana Gómez del Campo, la lideresa capitalina del partido albiazul, no sólo lanza sus dardos críticos contra Ebrard y compañía, sino que quiere hacer sentir su presencia mediante la movilización de masas.
Pero doña Mariana no se caracteriza por su brillantez política. Por ejemplo, los funcionarios del gobierno capitalino le entregaron un caso en bandeja de plata, pero ella ni se enteró. Algún funcionario ebrio o estúpido, o ambas cosas, con aval de sus jefes hizo demoler 14 inmuebles en el Centro Histórico, lo que está rigurosamente prohibido y es penado por varias disposiciones legales.
Lejos de reprobar ese despliegue de barbarie burocrática, los jerarcas del gobierno de la ciudad han intentado justificarlo, lo que puede llevar a la cárcel a más de uno y costarle el cargo a Marcelo Ebrard. Pero Marianita le da la espalda al asunto y prefiere acarrear a sus mítines a la borregada con el aplauso de Germán Martínez y otros adalides de la demagogia derechosa que muy pronto, júrelo usted, la harán diputada.
Y todo porque, en efecto, la política necesita del juego de apariencias, pero doña Mariana olvida que la vida pública no se hace únicamente con oropeles. También se necesitan ideas, trabajo serio y bien orientado, y nada de eso tiene la dirigente panista. Pero allá ella, sus amigos y parientes.
En la política importa ser, pero también parecer. El PAN, tan recatado en su origen, tan austero en las décadas de resistencia contra la máquina priista, ahora se siente obligado a practicar el juego de apariencias, derroche y tontería.
Sostenido con malas artes en el gobierno federal, el PAN ha enfrentado una movilización opositora que, un día sí y otro también, le recuerda al ocupante de Los Pinos que una tercera parte de la población no votó por él y que más de la mitad de los mexicanos considera que los últimos comicios presidenciales no fueron limpios.
Independientemente de la opinión que se tenga del PRD, es un hecho que después del mugrero de 2006 ha logrado mantener a sus huestes en pie de lucha, en defensa de Andrés Manuel López Obrador. Por supuesto, han sido abundantes las dificultades externas y las diferencias internas, como lo muestra ahora mismo el encontronazo de López Obrador con Ruth Zavaleta.
Pero el hecho es que durante la segunda mitad de 2006 y todo el 2007 los perredistas le han hecho la vida pesada a Calderón. De ahí que algunas cabecitas panistas crean que pueden hacer lo mismo con el gobernante de la capital, y Mariana Gómez del Campo, la lideresa capitalina del partido albiazul, no sólo lanza sus dardos críticos contra Ebrard y compañía, sino que quiere hacer sentir su presencia mediante la movilización de masas.
Pero doña Mariana no se caracteriza por su brillantez política. Por ejemplo, los funcionarios del gobierno capitalino le entregaron un caso en bandeja de plata, pero ella ni se enteró. Algún funcionario ebrio o estúpido, o ambas cosas, con aval de sus jefes hizo demoler 14 inmuebles en el Centro Histórico, lo que está rigurosamente prohibido y es penado por varias disposiciones legales.
Lejos de reprobar ese despliegue de barbarie burocrática, los jerarcas del gobierno de la ciudad han intentado justificarlo, lo que puede llevar a la cárcel a más de uno y costarle el cargo a Marcelo Ebrard. Pero Marianita le da la espalda al asunto y prefiere acarrear a sus mítines a la borregada con el aplauso de Germán Martínez y otros adalides de la demagogia derechosa que muy pronto, júrelo usted, la harán diputada.
Y todo porque, en efecto, la política necesita del juego de apariencias, pero doña Mariana olvida que la vida pública no se hace únicamente con oropeles. También se necesitan ideas, trabajo serio y bien orientado, y nada de eso tiene la dirigente panista. Pero allá ella, sus amigos y parientes.