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martes, 5 de febrero de 2008

La recesión sorprendió al gobierno

Revsita Siempre

A Felipe Calderón le ganó la vanidad cuando dijo que le emocionaba la recesión norteamericana. “A mí esto del escenario preocupante del 2008 realmente hasta me emociona un poquito y me asegura que vamos a salir extraordinariamente bien”. Sus declaraciones, amén de tener tintes de frivolidad, también denuncian desinformación, falta de previsión y exceso de confianza.

Los comentarios del presidente mexicano contrastan con la preocupación y pesimismo que existe en las autoridades de Estados Unidos, en los empresarios cabeza de las grandes corporaciones internacionales y en los especialistas económicos. Mientras los principales índices mundiales, como la Bolsa de Valores de Nueva York, el Dow Jones o el Indice Shanghai, se hundían la semana pasada provocando pérdidas impresionantes a empresas como Google, IBM, General Electric o Coca-Cola, aquí en México los voceros oficiales insistían en que se trata de una simple desaceleración que no tendrá mayor impacto en el país.

Para algunos analistas como Nouriel Roubini, catedrático de economía de la Facultad Stern de Economía de la Universidad de Nueva York, Estados Unidos no está ante una Gran Depresión, “pero sí ante un posible colapso financiero”.

El ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, había advertido desde el mes de enero de 2007 que la economía estadunidense tenía posibilidades de entrar a una recesión a finales de ese año. Señaló, incluso, que habían comenzado a presentarse todos los síntomas de que eso sucedería. Nadie en México, sin embargo, le dio importancia a esas predicciones.

El optimismo del gobierno mexicano —ser un “sexenio ganador”— tiene evidentemente una razón política. Sin embargo, la recesión puede convertirse en el huevo de la serpiente ante la inexistencia de una estrategia capaz de contrarrestar, en lo posible, el estancamiento de la economía con la que se tiene una profunda dependencia y hacia donde se dirigen la mayor parte de las exportaciones mexicanas.

Después de que la Cámara de Diputados aprobó para el 2008 el mayor presupuesto en la historia reciente del país y de que el gobierno federal obtendrá como consecuencia de la reforma fiscal una percepción histórica de recursos, el jefe del Ejecutivo y su gabinete se sentaron en sus laureles. Sólo así se explica que no hayan visto lo que estaba sucediendo en la economía estadounidense y que no hayan construido el plan alterno indispensable para que el presupuesto 2008 no se convierta en polvo.

El secretario de Hacienda, Agustín Carstens, y el gobernador del Banco Mundial tuvieron que reconocer la semana pasada que la economía crecerá menos de lo previsto y que como consecuencia tampoco habrá suficiente creación de empleos. Muy bien por el diagnóstico, pero, ¿dónde está la alternativa?

Mientras China e India se han convertido en nuevos mercados emergentes, por el impulso que le han dado al crecimiento de su economía nacional y al fortalecimiento de su mercado interno, aquí se siguen defendiendo únicamente los intereses de las grandes corporaciones y monopolios, sin que esto sea sinónimo, hasta hoy, de desarrollo y combate a la pobreza.

La marcha multitudinaria contra el empobrecimiento del sector rural mexicano indica que los hombres de Felipe Calderón o no saben hacer su trabajo o simple y sencillamente han decidido gobernar a partir de actitudes dogmáticas. ¿Quién no quiere negociar el Tratado de Libre Comercio capítulo campo: Estados Unidos y Canadá o los grandes productores mexicanos?

Las cifras del campo ganador son una parte de la verdad, pero no es toda. Como decía Oscar Wilde: “La verdad rara vez es pura y nunca es simple”. Ahí están los índices de miseria y marginación, de improductividad y desempleo, que existen en el agro mexicano y cuya máxima expresión son los miles de indocumentados que tratan de cruzar diariamente la frontera norte.

Más que en un campo ganador, México puede convertirse en un campo de expresión sangrienta. La recesión norteamericana, sumada al reciente incremento de impuestos, a los bajos salarios, a la inflación que provocará el aumento a la gasolina, electricidad y gas, es una ecuación compleja.

Lo peor de todo es que al gobierno federal se le ve sorprendido y con los dedos en la puerta.