Réquiem por Carmen Aristegui
El Universal
O mejor dicho, réquiem por todos nosotros. La salida de la conductora Carmen Aristegui de W Radio, luego de cinco años de conducir uno de los noticieros más exitosos del país, es una mala noticia para la salud de la opinión pública y para la sociedad.
Carmen Aristegui construyó un espacio crítico, incómodo para los grupos de poder acostumbrados a negociar con los concesionarios y los conductores seudoperiodistas. Allí se dieron a conocer las grabaciones entre el góber precioso y Kamel Nacif; allí se dio voz a las denuncias en contra del cardenal Norberto Rivera por su defensa de sacerdotes pederastas; allí se ventiló la trágica muerte de la anciana de Zongolica cuando el resto de los noticieros decidieron abandonar el tema; allí se ventilaron las críticas sobre la ley Televisa.
Se sabía que Carmen tenía muchos enemigos, empezando por la propia Televisa, copropietaria de la empresa que maneja W Radio. Sin embargo, se entendía que el consorcio español Prisa, dueño del periódico El País y del grupo de radio más importante en España (Cadena SER), operaba como un escudo de protección en torno a Aristegui. Prisa es propietaria de apenas el 49% de las acciones de Radiópolis a la que pertenece W Radio, frente al 51% en manos de Televisa, pero contractualmente mantiene el control de la operación. A lo largo de cinco años, Prisa había logrado montar una barra informativa inusualmente profesional e independiente con Carmen Aristegui por la mañana, Carlos Loret al mediodía y Javier Solórzano en la tarde (quien estaría poco tiempo), y programas irredentos y polémicos como El Weso.
Prisa convenció a sus socios de la necesidad de ganar credibilidad y audiencia con una cobertura informativa independiente y plural, tal como lo consiguieron en otros países. El buque insignia del grupo, el periódico El País, se considera portador de una línea editorial de centro izquierda moderada, y tal fue el diseño de la barra informativa de la nueva W.
El noticiero de Carmen se convirtió en una poderosa ancla para W Radio. En pocos años ascendió posiciones entre más de una veintena de noticieros matutinos, el horario más disputado de la radio, y logró consolidarse en una segunda posición, apenas detrás del legendario Gutiérrez Vivó.
No fueron pocos los callos pisados por el estilo franco e incorruptible de la periodista. Pero los españoles tuvieron la capacidad de contener las molestias de Televisa, gracias a los resultados comerciales, de audiencia y de credibilidad alcanzados por Aristegui. Sin embargo, algo cambió en el segundo semestre de 2006.
Las razones que llevaron a retirar el apoyo a Carmen por parte de Prisa sólo pueden especularse, pero están a la vista. En septiembre del 2006, una vez confirmado el triunfo de Calderón, el Grupo Prisa, que alguna vez fue acusado de simpatizar con López Obrador, comenzó a hacer cambios de fondo. Regresaron a España a Raúl Rodríguez, quien fue responsable de la nueva W, y trajeron como director a Javier Mérida, un ejecutivo con orientación más comercial.
Quizá el verdadero cambio de fondo fue la contratación por parte del Grupo Prisa de Juan Ignacio Zavala, cuñado de Felipe Calderón y vocero de su campaña presidencial. En su momento, se asumió que la contratación del hermano de la primera dama tenía como propósito apuntalar las relaciones públicas del grupo español con el nuevo gobierno, de cara a sus intereses comerciales en el ámbito editorial. El origen del imperio de la familia Polanco, principales accionistas de Prisa, se remonta a Santillana, la poderosa editorial de libros de texto. En gran medida el éxito de esta editorial ha residido en su capacidad para mantener relaciones cercanas con los gobiernos latinoamericanos (y sus compras en el sector educativo) y México no es la excepción. La incorporación de Zavala parecía un simple gesto de buena voluntad hacia el Presidente, quien por razones de parentesco estaba condenado a dejar fuera del gabinete a uno de sus hombres claves.
Nadie creía que Zavala habría de tener injerencia en los contenidos informativos del grupo. Sin embargo, fue él quien reclutó al periodista Daniel Moreno como segundo de a bordo de la W, a quien se le encargaron las modificaciones en materia de información. Carlos Loret abandonó pocas semanas más tarde el noticiero del mediodía en búsqueda de mayor independencia (Moreno insiste en que fue un tema de dinero); dos elementos del programa El Weso fueron separados de éste por su línea crítica; y finalmente se dio por terminado el contrato con Aristegui. Ironías de la vida, Daniel Moreno, responsable del desmantelamiento del aparato crítico de la W, había salido meses antes de la dirección del periódico Excélsior, por oponerse a las presiones comerciales en la línea editorial del diario. Razones muy similares a las que llevan a Aristegui a salir de la W.
Sea cual fuere el motivo, el silenciamiento de Carmen es un duro golpe para la salud del debate en el país. Los grupos de poder están empeñados en una suerte de operación cicatriz que intenta reducir las voces disidentes y generalizar las versiones de consenso, las verdades oficiales. Una falsa cultura terapéutica a la que se han sometido concesionarios de radio y televisión.
En una sociedad con ausencia endémica de credibilidad, en que la legitimidad de las instituciones y sus personeros está en crisis crónica, ministros de la Corte incluidos, la sólida reputación de Aristegui constituye un activo social.
Carmen utilizó su credibilidad para recordarnos que en todo proyecto público en que hay ganadores, también hay perdedores; para hacernos ver que los consensos construidos falsamente conducen a la parálisis y eventualmente a la ruptura social; para airear los testimonios de las víctimas que el sistema pretende hacernos creer que no existen. Algo está pasando en México cuando voces como la de Carmen Aristegui y Gutiérrez Vivó, las de mayor audiencia, pierden micrófonos a manos de concesionarios que se pliegan al deseo de los poderosos. El resultado es que la opinión crítica está siendo desterrada dentro de las fronteras de nuestro país. Contemplamos el principio de una tiranía invisible a través del callado sometimiento de los medios.
O mejor dicho, réquiem por todos nosotros. La salida de la conductora Carmen Aristegui de W Radio, luego de cinco años de conducir uno de los noticieros más exitosos del país, es una mala noticia para la salud de la opinión pública y para la sociedad.
Carmen Aristegui construyó un espacio crítico, incómodo para los grupos de poder acostumbrados a negociar con los concesionarios y los conductores seudoperiodistas. Allí se dieron a conocer las grabaciones entre el góber precioso y Kamel Nacif; allí se dio voz a las denuncias en contra del cardenal Norberto Rivera por su defensa de sacerdotes pederastas; allí se ventiló la trágica muerte de la anciana de Zongolica cuando el resto de los noticieros decidieron abandonar el tema; allí se ventilaron las críticas sobre la ley Televisa.
Se sabía que Carmen tenía muchos enemigos, empezando por la propia Televisa, copropietaria de la empresa que maneja W Radio. Sin embargo, se entendía que el consorcio español Prisa, dueño del periódico El País y del grupo de radio más importante en España (Cadena SER), operaba como un escudo de protección en torno a Aristegui. Prisa es propietaria de apenas el 49% de las acciones de Radiópolis a la que pertenece W Radio, frente al 51% en manos de Televisa, pero contractualmente mantiene el control de la operación. A lo largo de cinco años, Prisa había logrado montar una barra informativa inusualmente profesional e independiente con Carmen Aristegui por la mañana, Carlos Loret al mediodía y Javier Solórzano en la tarde (quien estaría poco tiempo), y programas irredentos y polémicos como El Weso.
Prisa convenció a sus socios de la necesidad de ganar credibilidad y audiencia con una cobertura informativa independiente y plural, tal como lo consiguieron en otros países. El buque insignia del grupo, el periódico El País, se considera portador de una línea editorial de centro izquierda moderada, y tal fue el diseño de la barra informativa de la nueva W.
El noticiero de Carmen se convirtió en una poderosa ancla para W Radio. En pocos años ascendió posiciones entre más de una veintena de noticieros matutinos, el horario más disputado de la radio, y logró consolidarse en una segunda posición, apenas detrás del legendario Gutiérrez Vivó.
No fueron pocos los callos pisados por el estilo franco e incorruptible de la periodista. Pero los españoles tuvieron la capacidad de contener las molestias de Televisa, gracias a los resultados comerciales, de audiencia y de credibilidad alcanzados por Aristegui. Sin embargo, algo cambió en el segundo semestre de 2006.
Las razones que llevaron a retirar el apoyo a Carmen por parte de Prisa sólo pueden especularse, pero están a la vista. En septiembre del 2006, una vez confirmado el triunfo de Calderón, el Grupo Prisa, que alguna vez fue acusado de simpatizar con López Obrador, comenzó a hacer cambios de fondo. Regresaron a España a Raúl Rodríguez, quien fue responsable de la nueva W, y trajeron como director a Javier Mérida, un ejecutivo con orientación más comercial.
Quizá el verdadero cambio de fondo fue la contratación por parte del Grupo Prisa de Juan Ignacio Zavala, cuñado de Felipe Calderón y vocero de su campaña presidencial. En su momento, se asumió que la contratación del hermano de la primera dama tenía como propósito apuntalar las relaciones públicas del grupo español con el nuevo gobierno, de cara a sus intereses comerciales en el ámbito editorial. El origen del imperio de la familia Polanco, principales accionistas de Prisa, se remonta a Santillana, la poderosa editorial de libros de texto. En gran medida el éxito de esta editorial ha residido en su capacidad para mantener relaciones cercanas con los gobiernos latinoamericanos (y sus compras en el sector educativo) y México no es la excepción. La incorporación de Zavala parecía un simple gesto de buena voluntad hacia el Presidente, quien por razones de parentesco estaba condenado a dejar fuera del gabinete a uno de sus hombres claves.
Nadie creía que Zavala habría de tener injerencia en los contenidos informativos del grupo. Sin embargo, fue él quien reclutó al periodista Daniel Moreno como segundo de a bordo de la W, a quien se le encargaron las modificaciones en materia de información. Carlos Loret abandonó pocas semanas más tarde el noticiero del mediodía en búsqueda de mayor independencia (Moreno insiste en que fue un tema de dinero); dos elementos del programa El Weso fueron separados de éste por su línea crítica; y finalmente se dio por terminado el contrato con Aristegui. Ironías de la vida, Daniel Moreno, responsable del desmantelamiento del aparato crítico de la W, había salido meses antes de la dirección del periódico Excélsior, por oponerse a las presiones comerciales en la línea editorial del diario. Razones muy similares a las que llevan a Aristegui a salir de la W.
Sea cual fuere el motivo, el silenciamiento de Carmen es un duro golpe para la salud del debate en el país. Los grupos de poder están empeñados en una suerte de operación cicatriz que intenta reducir las voces disidentes y generalizar las versiones de consenso, las verdades oficiales. Una falsa cultura terapéutica a la que se han sometido concesionarios de radio y televisión.
En una sociedad con ausencia endémica de credibilidad, en que la legitimidad de las instituciones y sus personeros está en crisis crónica, ministros de la Corte incluidos, la sólida reputación de Aristegui constituye un activo social.
Carmen utilizó su credibilidad para recordarnos que en todo proyecto público en que hay ganadores, también hay perdedores; para hacernos ver que los consensos construidos falsamente conducen a la parálisis y eventualmente a la ruptura social; para airear los testimonios de las víctimas que el sistema pretende hacernos creer que no existen. Algo está pasando en México cuando voces como la de Carmen Aristegui y Gutiérrez Vivó, las de mayor audiencia, pierden micrófonos a manos de concesionarios que se pliegan al deseo de los poderosos. El resultado es que la opinión crítica está siendo desterrada dentro de las fronteras de nuestro país. Contemplamos el principio de una tiranía invisible a través del callado sometimiento de los medios.