Un Oscar para Ugalde
Revista Siempre
El ex consejero presidente del Instituto Federal Electoral, Luis Carlos Ugalde, actúa como demócrata, pero no es un demócrata. Desde que asumió el cargo hasta el 14 de diciembre, día en que renunció, representó el papel de un funcionario apegado a la legalidad, sin respetar la ley; aparentó ser un árbitro prudente y justo ante las cámaras y los micrófonos, aunque en el fondo tomó decisiones imprudentes, arbitrarias y parciales; trató de construir la imagen de un hombre pensante y racional, si bien al final lo traicionaron sus vísceras.
Es decir, Ugalde fue todo un comediante. Sólo que la farsa se derrumbó la noche del 2 de julio de 2006.
El discurso pasional, lleno de reproches y de venganza que pronunció el día de su salida, constituye un intento por reivindicarse ante la sociedad, especialmente frente al electorado, por justificar errores y omisiones, pero sobre todo por atribuir a otros los orígenes de su fracaso.
Ugalde arrancó su mensaje de despedida con una frase que ha venido repitiendo en la gira que lleva a cabo por diferentes medios de comunicación, una vez que el Congreso aprobó la reforma electoral: “Desde que asumí el cargo —señaló—, mi principal obligación ha sido defender la independencia y autonomía del IFE”.
Frase lapidaria que debe ser colocada en su tumba política a manera de epitafio, porque ya es un hecho juzgado por la sociedad que durante el proceso electoral del 2006 el IFE, y específicamente su consejero presidente, respondió a los intereses políticos de Vicente Fox, y del principal operador electoral de Los Pinos, Elba Esther Gordillo. Por cierto, madre política de Ugalde. Decirlo no es repetir una calumnia. Los hechos, la información, las grabaciones, hablan por sí solos.
Pero de pronto, a Ugalde lo invadieron los sentimientos de culpa, y sale cada vez que habla al encuentro de la ciudadanía. Reitera, una y otra vez, que la autoridad moral de los órganos electorales descansa en su ciudadanización.
¿De cuándo acá le importan al ex consejero presidente los ciudadanos, víctimas, como el país mismo, de la división y el encono que generó la propaganda sucia en los medios electrónicos, cuya proliferación arrojó, por supuesto, millonarias ganancias a las televisoras?
¿Dónde estaba Ugalde durante la brutal maquila de spots? ¿Dónde estaba Ugalde cuando se dieron a conocer las llamadas telefónicas de Gordillo a los gobernadores para que votaran por su candidato? ¿Dónde estaba Ugalde cuando el sistema electrónico de resultados comenzó a empantanarse? ¿Dónde estuvo y qué hacía Ugalde mientras Fox destinaba abiertamente recursos económicos y políticos a favor del candidato oficial?
Montarse en la crisis que generó en la Cámara de Diputados la designación de los nuevos consejeros para intentar salir airoso, es poco elegante, amén de no ser viril. Pero por si el pasado ugaldeano no hablara por sí solo basta con leer las declaraciones de la consejera Lourdes López para confirmar que el ex titular del IFE merece ser calificado de cualquier manera menos como demócrata.
“Luis Carlos Ugalde, antes de irse —dijo—, mantuvo el trato preferencial con sus afines, les brindó información, manipuló los tiempos y la difusión de su renuncia”. O para decirlo en forma directa: hizo las llamadas telefónicas que tenía que hacer; consultó con quien debía consultar; recibió órdenes de quien debía recibirlas, para dejar como su sucesor a Andrés Albo, señalado como uno de los arquitectos de los resultados del 2006, proclive al PAN y parte, naturalmente, de su círculo más cercano.
Ugalde merece, por lo tanto, un Oscar a la mejor actuación. En lugar de ir a Harvard debería ir a Hollywood para hacer una película que lleve por nombre Los demócratas también lloran.
El ex consejero presidente del Instituto Federal Electoral, Luis Carlos Ugalde, actúa como demócrata, pero no es un demócrata. Desde que asumió el cargo hasta el 14 de diciembre, día en que renunció, representó el papel de un funcionario apegado a la legalidad, sin respetar la ley; aparentó ser un árbitro prudente y justo ante las cámaras y los micrófonos, aunque en el fondo tomó decisiones imprudentes, arbitrarias y parciales; trató de construir la imagen de un hombre pensante y racional, si bien al final lo traicionaron sus vísceras.
Es decir, Ugalde fue todo un comediante. Sólo que la farsa se derrumbó la noche del 2 de julio de 2006.
El discurso pasional, lleno de reproches y de venganza que pronunció el día de su salida, constituye un intento por reivindicarse ante la sociedad, especialmente frente al electorado, por justificar errores y omisiones, pero sobre todo por atribuir a otros los orígenes de su fracaso.
Ugalde arrancó su mensaje de despedida con una frase que ha venido repitiendo en la gira que lleva a cabo por diferentes medios de comunicación, una vez que el Congreso aprobó la reforma electoral: “Desde que asumí el cargo —señaló—, mi principal obligación ha sido defender la independencia y autonomía del IFE”.
Frase lapidaria que debe ser colocada en su tumba política a manera de epitafio, porque ya es un hecho juzgado por la sociedad que durante el proceso electoral del 2006 el IFE, y específicamente su consejero presidente, respondió a los intereses políticos de Vicente Fox, y del principal operador electoral de Los Pinos, Elba Esther Gordillo. Por cierto, madre política de Ugalde. Decirlo no es repetir una calumnia. Los hechos, la información, las grabaciones, hablan por sí solos.
Pero de pronto, a Ugalde lo invadieron los sentimientos de culpa, y sale cada vez que habla al encuentro de la ciudadanía. Reitera, una y otra vez, que la autoridad moral de los órganos electorales descansa en su ciudadanización.
¿De cuándo acá le importan al ex consejero presidente los ciudadanos, víctimas, como el país mismo, de la división y el encono que generó la propaganda sucia en los medios electrónicos, cuya proliferación arrojó, por supuesto, millonarias ganancias a las televisoras?
¿Dónde estaba Ugalde durante la brutal maquila de spots? ¿Dónde estaba Ugalde cuando se dieron a conocer las llamadas telefónicas de Gordillo a los gobernadores para que votaran por su candidato? ¿Dónde estaba Ugalde cuando el sistema electrónico de resultados comenzó a empantanarse? ¿Dónde estuvo y qué hacía Ugalde mientras Fox destinaba abiertamente recursos económicos y políticos a favor del candidato oficial?
Montarse en la crisis que generó en la Cámara de Diputados la designación de los nuevos consejeros para intentar salir airoso, es poco elegante, amén de no ser viril. Pero por si el pasado ugaldeano no hablara por sí solo basta con leer las declaraciones de la consejera Lourdes López para confirmar que el ex titular del IFE merece ser calificado de cualquier manera menos como demócrata.
“Luis Carlos Ugalde, antes de irse —dijo—, mantuvo el trato preferencial con sus afines, les brindó información, manipuló los tiempos y la difusión de su renuncia”. O para decirlo en forma directa: hizo las llamadas telefónicas que tenía que hacer; consultó con quien debía consultar; recibió órdenes de quien debía recibirlas, para dejar como su sucesor a Andrés Albo, señalado como uno de los arquitectos de los resultados del 2006, proclive al PAN y parte, naturalmente, de su círculo más cercano.
Ugalde merece, por lo tanto, un Oscar a la mejor actuación. En lugar de ir a Harvard debería ir a Hollywood para hacer una película que lleve por nombre Los demócratas también lloran.