El lopezobradorismo un año después
A más de un año del proceso electoral que entregó la Presidencia de la República al candidato del PAN, Felipe Calderón, la subsistencia del movimiento lopezobradorista es ya un logro. Lo es porque la figura misma de López Obrador y el agravio cometido con el fraude electoral de 2006 mantienen una capacidad de convocatoria impresionante
Eduardo Nava Hernández/Cambio de Michoacán
El 20 de noviembre cumplió el llamado gobierno legítimo que encabeza Andrés Manuel López Obrador su primer aniversario; por ello el domingo 18 volvió a reunirse en el Zócalo, convertido no sólo en corazón político del país sino en espacio de congregación del movimiento opositor, la Convención Nacional Democrática. Es ésta en realidad el vasto mitin que el dirigente social y sus seguidores realizan periódicamente para reafirmar su permanencia como movimiento opositor surgido del proceso electoral de 2006 y sus turbios resultados oficiales y definir diversas tareas para el periodo.
A más de un año del proceso electoral que entregó la Presidencia de la República al candidato del PAN, Felipe Calderón, la subsistencia del movimiento lopezobradorista es ya un logro. Lo es porque la figura misma de López Obrador y el agravio cometido con el fraude electoral de 2006 mantienen una capacidad de convocatoria impresionante que, desde luego, otros líderes y movimientos opositores del pasado no lograron -o ni siquiera se propusieron- conservar una vez cerrado el proceso electoral. También porque, a través del Frente Amplio Progresista ha mantenido la unidad y el respaldo de tres partidos con registro electoral y presencia en diversas regiones del país, sin escisiones ni rupturas relevantes hasta ahora. Y porque se mantiene como una opción para millones de mexicanos ante la profundización de la naturaleza antipopular de la política del gobierno calderonista, que es la misma de sus antecesores.
Eso significa, en términos generales, que el escamoteo de la Presidencia por los poderes fácticos el año anterior no ha quedado sin respuesta, aunque pueda discutirse si ésta ha sido adecuada o suficiente frente a la magnitud del despojo; y que el gobierno de Calderón tiene ante a sí dos escenarios generales: escalar en su línea de dependencia y entrega al imperialismo estadounidense (Iniciativa Mérida, apertura energética) y de ofensiva contra el trabajo (reforma laboral, privatización de las pensiones) y abandono del mundo rural (el capítulo agropecuario del TLC), o refrenar las llamadas reformas estructurales que Fox dejó pendientes y por las que el capital apostó el año anterior al apoyar con todo al PAN y a Calderón. En el primer caso, el riesgo es enfrentar una movilización muy amplia que si bien no parece mostrar hoy toda su consistencia, puede potenciarse en lo social a partir de la organización lopezobradorista y la de otros movimientos sociales que con éste coincidirían. En el segundo caso, repetir la inmovilidad que tanto irritó del gobierno foxista a los representantes del gran capital.
El gobierno legítimo no pudo -como se vio desde un inicio- constituir la dualidad de poderes que su denominación sugeriría, y eso quizás represente la mayor de sus debilidades ante amplios sectores de la opinión pública. Es claro que como gobierno el equipo de López Obrador resulta virtualmente nulo, y que una parte de los dirigentes partidistas ha optado por el pragmatismo al reconocer y tratar con el gobierno calderonista en los espacios parlamentarios y desde los gobiernos locales. Sólo un sector -si bien muy amplio- en las bases del PRD y una franja de ciudadanos que no pertenecen a éste ni a ninguno de los otros partidos del FAP mantienen la fuerza del movimiento.
Pero es claro que la sola movilización en mítines no basta para hacer avanzar la lucha del lopezobradorismo. Para ello se requiere de una estructura permanente que parece no existir hasta ahora. El gobierno legítimo ha procedido elaborando un padrón de adherentes («representantes») en todos los estados y municipios como base para la construcción de una fuerza política propia, por fuera de los partidos del FAP, que aglutine tanto a los afiliados de éstos como a ciudadanos sin partido. López Obrador mismo, y en medida mucho menor también sus colaboradores, ha venido recorriendo el país para ese efecto. Sin embargo, reiteradamente ha señalado que no se propone construir un nuevo partido político.
Y es ésa la mayor debilidad del lopezobradorismo: constituirse como un movimiento popular con un fuerte liderazgo en la cúspide y un vigoroso empuje en las bases, pero sin las estructuras intermedias que le den organicidad y rumbo. Las asambleas de la CND en el Zócalo no sustituyen a las instancias amplias de discusión y orientación (congresos, convenciones nacionales y estatales, etcétera) que dan vida a toda organización partidaria. La potente corriente lopezobradorista, sin esas formas organizativas, se convertirá en un movimiento plebiscitario encaminado a aprobar las iniciativas elaboradas por el dirigente y su grupo de colaboradores, y no a procesar las demandas y necesidades de las propias bases sociales que le dan cuerpo e impulso. Las grandes banderas que convocan y movilizan a las masas del Zócalo y de muchas otras plazas son totalmente válidas y necesarias: la defensa del petróleo y el sector energético en general, la lucha contra la corrupción y el rechazo activo al entreguismo de los gobernantes. Sin embargo, muchos otros aspectos, no menos relevantes para la defensa y reforma del Estado y los que afectan al mundo del trabajo y a los productores agropecuarios, son dejados de lado o por lo menos no aparecen en los discursos del dirigente: el Estado laico, la política educativa, los derechos del trabajo, las necesidades del campo, etcétera. Éstos sólo pueden asumir corporeidad en un programa general de lucha elaborado de abajo arriba y con la participación de todos, dentro del marco social que ya el movimiento ha generado.
En 2006 la izquierda se convirtió en mayoría electoral en el país, y eso es un resultado de la acción colectiva de múltiples militantes y activistas en todos los rincones del territorio nacional. Es un acervo político que no debe ser desdeñado, más allá del papel dirigente de López Obrador en la convocatoria al movimiento y en la vinculación nacional del mismo.
El movimiento lopezobradorista, con mucho el más potente de la etapa actual, puede llegar en breve a su encrucijada: el agotamiento de su impulso original de la lucha contra el desafuero, la campaña electoral de 2006 y la resistencia al fraude, y necesita trascender hacia modalidades organizativas más sólidas y autónomas, si quiere ser consecuente con lo que el propio López Obrador expresó el 18 de noviembre frente a la multitud: que «la llamada sociedad política está podrida y que sólo el pueblo puede salvar al pueblo y a la nación».
Eduardo Nava Hernández/Cambio de Michoacán
El 20 de noviembre cumplió el llamado gobierno legítimo que encabeza Andrés Manuel López Obrador su primer aniversario; por ello el domingo 18 volvió a reunirse en el Zócalo, convertido no sólo en corazón político del país sino en espacio de congregación del movimiento opositor, la Convención Nacional Democrática. Es ésta en realidad el vasto mitin que el dirigente social y sus seguidores realizan periódicamente para reafirmar su permanencia como movimiento opositor surgido del proceso electoral de 2006 y sus turbios resultados oficiales y definir diversas tareas para el periodo.
A más de un año del proceso electoral que entregó la Presidencia de la República al candidato del PAN, Felipe Calderón, la subsistencia del movimiento lopezobradorista es ya un logro. Lo es porque la figura misma de López Obrador y el agravio cometido con el fraude electoral de 2006 mantienen una capacidad de convocatoria impresionante que, desde luego, otros líderes y movimientos opositores del pasado no lograron -o ni siquiera se propusieron- conservar una vez cerrado el proceso electoral. También porque, a través del Frente Amplio Progresista ha mantenido la unidad y el respaldo de tres partidos con registro electoral y presencia en diversas regiones del país, sin escisiones ni rupturas relevantes hasta ahora. Y porque se mantiene como una opción para millones de mexicanos ante la profundización de la naturaleza antipopular de la política del gobierno calderonista, que es la misma de sus antecesores.
Eso significa, en términos generales, que el escamoteo de la Presidencia por los poderes fácticos el año anterior no ha quedado sin respuesta, aunque pueda discutirse si ésta ha sido adecuada o suficiente frente a la magnitud del despojo; y que el gobierno de Calderón tiene ante a sí dos escenarios generales: escalar en su línea de dependencia y entrega al imperialismo estadounidense (Iniciativa Mérida, apertura energética) y de ofensiva contra el trabajo (reforma laboral, privatización de las pensiones) y abandono del mundo rural (el capítulo agropecuario del TLC), o refrenar las llamadas reformas estructurales que Fox dejó pendientes y por las que el capital apostó el año anterior al apoyar con todo al PAN y a Calderón. En el primer caso, el riesgo es enfrentar una movilización muy amplia que si bien no parece mostrar hoy toda su consistencia, puede potenciarse en lo social a partir de la organización lopezobradorista y la de otros movimientos sociales que con éste coincidirían. En el segundo caso, repetir la inmovilidad que tanto irritó del gobierno foxista a los representantes del gran capital.
El gobierno legítimo no pudo -como se vio desde un inicio- constituir la dualidad de poderes que su denominación sugeriría, y eso quizás represente la mayor de sus debilidades ante amplios sectores de la opinión pública. Es claro que como gobierno el equipo de López Obrador resulta virtualmente nulo, y que una parte de los dirigentes partidistas ha optado por el pragmatismo al reconocer y tratar con el gobierno calderonista en los espacios parlamentarios y desde los gobiernos locales. Sólo un sector -si bien muy amplio- en las bases del PRD y una franja de ciudadanos que no pertenecen a éste ni a ninguno de los otros partidos del FAP mantienen la fuerza del movimiento.
Pero es claro que la sola movilización en mítines no basta para hacer avanzar la lucha del lopezobradorismo. Para ello se requiere de una estructura permanente que parece no existir hasta ahora. El gobierno legítimo ha procedido elaborando un padrón de adherentes («representantes») en todos los estados y municipios como base para la construcción de una fuerza política propia, por fuera de los partidos del FAP, que aglutine tanto a los afiliados de éstos como a ciudadanos sin partido. López Obrador mismo, y en medida mucho menor también sus colaboradores, ha venido recorriendo el país para ese efecto. Sin embargo, reiteradamente ha señalado que no se propone construir un nuevo partido político.
Y es ésa la mayor debilidad del lopezobradorismo: constituirse como un movimiento popular con un fuerte liderazgo en la cúspide y un vigoroso empuje en las bases, pero sin las estructuras intermedias que le den organicidad y rumbo. Las asambleas de la CND en el Zócalo no sustituyen a las instancias amplias de discusión y orientación (congresos, convenciones nacionales y estatales, etcétera) que dan vida a toda organización partidaria. La potente corriente lopezobradorista, sin esas formas organizativas, se convertirá en un movimiento plebiscitario encaminado a aprobar las iniciativas elaboradas por el dirigente y su grupo de colaboradores, y no a procesar las demandas y necesidades de las propias bases sociales que le dan cuerpo e impulso. Las grandes banderas que convocan y movilizan a las masas del Zócalo y de muchas otras plazas son totalmente válidas y necesarias: la defensa del petróleo y el sector energético en general, la lucha contra la corrupción y el rechazo activo al entreguismo de los gobernantes. Sin embargo, muchos otros aspectos, no menos relevantes para la defensa y reforma del Estado y los que afectan al mundo del trabajo y a los productores agropecuarios, son dejados de lado o por lo menos no aparecen en los discursos del dirigente: el Estado laico, la política educativa, los derechos del trabajo, las necesidades del campo, etcétera. Éstos sólo pueden asumir corporeidad en un programa general de lucha elaborado de abajo arriba y con la participación de todos, dentro del marco social que ya el movimiento ha generado.
En 2006 la izquierda se convirtió en mayoría electoral en el país, y eso es un resultado de la acción colectiva de múltiples militantes y activistas en todos los rincones del territorio nacional. Es un acervo político que no debe ser desdeñado, más allá del papel dirigente de López Obrador en la convocatoria al movimiento y en la vinculación nacional del mismo.
El movimiento lopezobradorista, con mucho el más potente de la etapa actual, puede llegar en breve a su encrucijada: el agotamiento de su impulso original de la lucha contra el desafuero, la campaña electoral de 2006 y la resistencia al fraude, y necesita trascender hacia modalidades organizativas más sólidas y autónomas, si quiere ser consecuente con lo que el propio López Obrador expresó el 18 de noviembre frente a la multitud: que «la llamada sociedad política está podrida y que sólo el pueblo puede salvar al pueblo y a la nación».