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jueves, 1 de noviembre de 2007

Detras De La Noticia

Ricardo Rocha


La hora del pacto

Tiene razón Juan Francisco Ealy Ortiz, presidente del Consejo de Administración de EL UNIVERSAL, cuando establece la urgencia de un gran pacto nacional para afrontar los grandes desafíos del país. Acierta también cuando diagnostica que no podemos esperar más tiempo, que los problemas apremian y que es indispensable la concurrencia de partidos, empresarios, medios de comunicación y la sociedad en general. Lo malo es que es igualmente certero cuando reconoce que desgraciadamente nos ha faltado quien convoque a esta gran unidad nacional, porque sólo tenemos un país.

En la misma reunión en Monterrey varios líderes empresariales coincidieron en que es absolutamente necesario un acuerdo de competitividad y reconciliación nacional e impulsar la toma de grandes y pequeñas decisiones, independientemente de las acciones del gobierno mexicano.

En cuanto a lo primero, aun los críticos del presidencialismo exacerbado tendríamos que reconocer que una convocatoria nacional, por definición, correspondería al Presidente de la República. Pero aun los más ardientes felipistas han de coincidir en que Calderón no lo ha hecho porque sabe que ni las circunstancias ni el momento le son propicios.

Por ello es relevante la propuesta del Partido de la Revolución Democrática para discutir un acuerdo político, económico y social desde el Congreso ante el evidente margen de maniobra acotado que tiene el jefe del Ejecutivo. En voz de Carlos Navarrete, su coordinador en el Senado, los perredistas —y creo que buena parte de la izquierda— expresan que esta es la única posibilidad de que el gobierno calderonista pueda hacer algo en los próximos cinco años.

Aunque de inmediato el mismo senador aclara que esto no significa ninguna de dos cosas: ni el reconocimiento formal de Calderón, al que siguen considerando ilegítimo por las irregularidades de 2006; ni el desconocimiento del liderazgo indiscutible de Andrés Manuel López Obrador entre los perredistas y sus seguidores en todo el país.

Aun así, no debiera desdeñarse el ofrecimiento perredista que parece haber encontrado un punto de equilibrio entre los extremismos: negación total de Calderón de un lado y el reconocimiento forzoso del otro. Desde luego que, como todo eclecticismo, es probable que no deje satisfechos ni a tirios ni a troyanos. Por eso la propuesta enfatiza que la discusión de acuerdos se dé en el ámbito intermedio de las cámaras de Diputados y Senadores donde el presidente estaría representado por los legisladores del PAN, naturalmente.

No es poca cosa. Sobre todo si se considera la dramática urgencia de algunos asuntos de interés nacional. En primer término los grandes rezagos sociales como los que se desnudan cada vez que tenemos contingencias climatológicas. Como las que ahora azotan buena parte del país y que descubren además fenómenos de corrupción —ahí está el caso de Pemex— que golpean por partida doble a los más pobres, como ocurre ahora en Campeche, Tabasco y Veracruz.

Por supuesto, habría que atender las coyunturas de emergencia como reconstrucción, infraestructura y empleo. Pero en paralelo el país ya no puede posponer la discusión de nuestros grandes temas pendientes.

A mi entender: una gran reforma del Estado que reequilibre los poderes de la Unión y propicie un presidencialismo moderno, un parlamentarismo maduro, la independencia total de los órganos de procuración de justicia del Poder Ejecutivo y el fortalecimiento del pacto federal; la revisión inteligente del actual modelo económico a fin de diseñar una estrategia propia y de largo plazo que abata las causas estructurales de la pobreza, genere empleos, reactive el mercado interno y nos inserte en la globalidad, aquí sí con la competitividad necesaria a escala mundial; la puesta en marcha de una gran revolución educativa, en donde todos habríamos de apretarnos el cinturón para apostar en grande a la educación como la gran palanca del desarrollo, tal cual han hecho países como Singapur, Corea, Malasia, Irlanda y sobre todo los casos paradigmáticos de India y China.

Sin embargo, para lograr el gran pacto nacional que haga posible decidir el destino, se requiere —aunque sea condicionada— de una auténtica reconciliación nacional y también de un enorme valor histórico.