OSEA QUE MENOSPRECIO LA CAPACIDAD DE LOS MEXICANOS Y NOS TACHO DE ESTUPIDOS E IMBECILES?
Joaquín López-Dóriga
Fox: la estupidez como método
If I had a Hummer... Florestán, canturreando a Trini López
La verdad es que ya no sé cuál es la actual estrategia del ex presidente Vicente Fox, si es que la tiene, o qué es lo que busca, qué es lo que pretende.
Ya lo perdí porque no entiendo hacia dónde se dirige y cuál es su objetivo, concediendo que lo tenga, o si es ya la desesperación.
Desde que irrumpió en las páginas de la revista Quién abriendo las puertas de su rancho, ya modernizado, besándose bucólico con Marta, que me hizo recordar el beso de San Pedro en la plaza Pío XII, lo extravié.
Nunca entendí el porqué de la innecesaria exhibición, pero a partir de allí lanzó su tour por Estados Unidos, que ya tenía programado, visitando los principales programas de televisión como nadie, con enfrentamientos como el del programa de O'Reilly, que se dio entre el escándalo del rancho y las comisiones investigadoras del Congreso, que ya sabemos que en los hechos sirven para dos cosas: para nada y para lo que usted, lector, imagina.
Pero allí andaba Fox hasta que el martes fue a grabar una entrevista para el Canal Telemundo 52 de Los Ángeles, y ante la insistencia de Rubén González Luengas perdió el control y acabó la entrevista tachándolo de “ignorante” y de “pobre imbécil”.
Esta reacción retrata el ánimo del ex presidente y viene a desmentir la reciente declaración, indignante, de quien fue su vocero, Rubén Aguilar, quien ahora nos revela que nos engañaron durante seis años pues, contó, que “las constantes equivocaciones de Fox durante su gobierno fueron intencionales”.
Su confesión de parte, que releva de prueba, es un insulto para los mexicanos y la explicación es más grave: “cada error de Fox le permitía subir de imagen ante el gran electorado del país. Lo que reclamaba el intelectual o el seudointelectual o el seudoperiodista de la estupidez de Fox, la gente lo veía muy bien”.
Es decir, nos tomaron el pelo, nos engañaron durante seis años desde la bandera de la honestidad: las estupideces eran una estrategia en busca de popularidad, que es la mayor estupidez que he escuchado por parte de quien fue vocero de un Presidente y que en su complicidad lleva su parte.
Yo tenía otra impresión de Rubén Aguilar, lo respetaba por su pasado y por su inteligencia. Hoy, con esta revelación, me decepciona por haberse prestado al engaño de Estado, pero nos deja ver el problema del presidente Fox, al verdadero Fox, dedicado por seis años a buscar la popularidad. Por eso, hoy sabemos, nunca gobernó, y por eso mismo el desastre de hacer de la estupidez una estrategia.
Ahora como ex presidente, creo que sigue el mismo método, el de esa estupidez como método.
Pero lo que sí me queda claro es que estamos viendo delicadas expresiones de desesperación, de la que hay que buscar las causas.
Nos vemos mañana, pero en privado.
Joaquín López-Dóriga
Fox: ¿engañó con la verdad?
* El quiú es siempre una oportunidad para equivocarse. Florestán
Todavía no salgo de una mezcla de indignación y asombro con la revelación de Rubén Aguilar, ex vocero presidencial, quien confesó que las “estupideces” de Vicente Fox, a lo largo de su gobierno, fueron programadas como parte de una política buscada para mejorar su popularidad.
Es decir, durante seis años nos engañaron doblemente: con los dislates presidenciales y con su intencionalidad.
¿Qué nos quiere decir Rubén ahora? ¿Que la palurdez de Fox era una estrategia política para esconder a un hombre brillante en aras de la popularidad?
No encuentro una razón a esta confesión de parte que, releva de prueba, no obstante el abundante catálogo Fox. Tampoco a la estrategia de considerar estúpidos a los mexicanos a los que, según Aguilar, les gustaban las estupideces presidenciales.
Como candidato, cierto, Fox arrasaba, todo le sumaba, como la crisis del martes negro que convirtió en lanzadera de campaña y grito de batalla: “¡Hoy! ¡Hoy! ¡Hoy!”, coreaban sus seguidores.
Desde allí inició su gobierno con un desastre de estructura que duró muy poco, el gabinete cúpula y los coordinadores no pasaron del primer año. Su equipo operó como una perversión del Montesori: todos por la libre pero sin que nadie recogiera el tiradero.
Fox, nos documenta ahora su ex vocero, no tenía más prioridad que su popularidad, esa manía de algunos presidentes —“capital político” le llaman para disfrazarlo—, en la que se esmeran y por la que se desviven, intangible que no sirve para nada si nos vamos a los antecedentes y a este caso. ¿De qué le ha servido ahora a Fox esa supuesta “popularidad” a la que ató su operación de gobierno y en aras de la cual nos engañó, revela Aguilar, durante seis años?
De nada.
Pero para Fox, en sus limitaciones de Estado, el gobernar no era, nunca fue, nos ratifican ahora, su prioridad ni su objetivo ni su compromiso.
Así podemos entender las crisis que lo crucificaron y en las que fue derrotado: el EZLN, los desencuentros con Washington, La Habana y Caracas; Atenco; el desafuero y su posterior abandono; la falta de acuerdos políticos, el freno a las reformas llamadas “estructurales”; su debilidad en el ejercicio del mando como Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas; la inestabilidad en la alineación de su gabinete, el regaño a Calderón, su debilidad con Creel, con Marta; la dependencia con Gil; la incapacidad crónica para tomar decisiones, y la consulta de las encuesta como tabla de ouija.
Ese fue Fox y ese es hoy.
Y yo vuelvo a preguntarle a Rubén Aguilar cómo se prestó al engaño de manipular la estupidez de Fox como método de gobierno, o de plano nos engañó con la verdad: lo era.
Nos vemos el martes, pero en privado.
If I had a Hummer... Florestán, canturreando a Trini López
La verdad es que ya no sé cuál es la actual estrategia del ex presidente Vicente Fox, si es que la tiene, o qué es lo que busca, qué es lo que pretende.
Ya lo perdí porque no entiendo hacia dónde se dirige y cuál es su objetivo, concediendo que lo tenga, o si es ya la desesperación.
Desde que irrumpió en las páginas de la revista Quién abriendo las puertas de su rancho, ya modernizado, besándose bucólico con Marta, que me hizo recordar el beso de San Pedro en la plaza Pío XII, lo extravié.
Nunca entendí el porqué de la innecesaria exhibición, pero a partir de allí lanzó su tour por Estados Unidos, que ya tenía programado, visitando los principales programas de televisión como nadie, con enfrentamientos como el del programa de O'Reilly, que se dio entre el escándalo del rancho y las comisiones investigadoras del Congreso, que ya sabemos que en los hechos sirven para dos cosas: para nada y para lo que usted, lector, imagina.
Pero allí andaba Fox hasta que el martes fue a grabar una entrevista para el Canal Telemundo 52 de Los Ángeles, y ante la insistencia de Rubén González Luengas perdió el control y acabó la entrevista tachándolo de “ignorante” y de “pobre imbécil”.
Esta reacción retrata el ánimo del ex presidente y viene a desmentir la reciente declaración, indignante, de quien fue su vocero, Rubén Aguilar, quien ahora nos revela que nos engañaron durante seis años pues, contó, que “las constantes equivocaciones de Fox durante su gobierno fueron intencionales”.
Su confesión de parte, que releva de prueba, es un insulto para los mexicanos y la explicación es más grave: “cada error de Fox le permitía subir de imagen ante el gran electorado del país. Lo que reclamaba el intelectual o el seudointelectual o el seudoperiodista de la estupidez de Fox, la gente lo veía muy bien”.
Es decir, nos tomaron el pelo, nos engañaron durante seis años desde la bandera de la honestidad: las estupideces eran una estrategia en busca de popularidad, que es la mayor estupidez que he escuchado por parte de quien fue vocero de un Presidente y que en su complicidad lleva su parte.
Yo tenía otra impresión de Rubén Aguilar, lo respetaba por su pasado y por su inteligencia. Hoy, con esta revelación, me decepciona por haberse prestado al engaño de Estado, pero nos deja ver el problema del presidente Fox, al verdadero Fox, dedicado por seis años a buscar la popularidad. Por eso, hoy sabemos, nunca gobernó, y por eso mismo el desastre de hacer de la estupidez una estrategia.
Ahora como ex presidente, creo que sigue el mismo método, el de esa estupidez como método.
Pero lo que sí me queda claro es que estamos viendo delicadas expresiones de desesperación, de la que hay que buscar las causas.
Nos vemos mañana, pero en privado.
Joaquín López-Dóriga
* El quiú es siempre una oportunidad para equivocarse. Florestán
Todavía no salgo de una mezcla de indignación y asombro con la revelación de Rubén Aguilar, ex vocero presidencial, quien confesó que las “estupideces” de Vicente Fox, a lo largo de su gobierno, fueron programadas como parte de una política buscada para mejorar su popularidad.
Es decir, durante seis años nos engañaron doblemente: con los dislates presidenciales y con su intencionalidad.
¿Qué nos quiere decir Rubén ahora? ¿Que la palurdez de Fox era una estrategia política para esconder a un hombre brillante en aras de la popularidad?
No encuentro una razón a esta confesión de parte que, releva de prueba, no obstante el abundante catálogo Fox. Tampoco a la estrategia de considerar estúpidos a los mexicanos a los que, según Aguilar, les gustaban las estupideces presidenciales.
Como candidato, cierto, Fox arrasaba, todo le sumaba, como la crisis del martes negro que convirtió en lanzadera de campaña y grito de batalla: “¡Hoy! ¡Hoy! ¡Hoy!”, coreaban sus seguidores.
Desde allí inició su gobierno con un desastre de estructura que duró muy poco, el gabinete cúpula y los coordinadores no pasaron del primer año. Su equipo operó como una perversión del Montesori: todos por la libre pero sin que nadie recogiera el tiradero.
Fox, nos documenta ahora su ex vocero, no tenía más prioridad que su popularidad, esa manía de algunos presidentes —“capital político” le llaman para disfrazarlo—, en la que se esmeran y por la que se desviven, intangible que no sirve para nada si nos vamos a los antecedentes y a este caso. ¿De qué le ha servido ahora a Fox esa supuesta “popularidad” a la que ató su operación de gobierno y en aras de la cual nos engañó, revela Aguilar, durante seis años?
De nada.
Pero para Fox, en sus limitaciones de Estado, el gobernar no era, nunca fue, nos ratifican ahora, su prioridad ni su objetivo ni su compromiso.
Así podemos entender las crisis que lo crucificaron y en las que fue derrotado: el EZLN, los desencuentros con Washington, La Habana y Caracas; Atenco; el desafuero y su posterior abandono; la falta de acuerdos políticos, el freno a las reformas llamadas “estructurales”; su debilidad en el ejercicio del mando como Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas; la inestabilidad en la alineación de su gabinete, el regaño a Calderón, su debilidad con Creel, con Marta; la dependencia con Gil; la incapacidad crónica para tomar decisiones, y la consulta de las encuesta como tabla de ouija.
Ese fue Fox y ese es hoy.
Y yo vuelvo a preguntarle a Rubén Aguilar cómo se prestó al engaño de manipular la estupidez de Fox como método de gobierno, o de plano nos engañó con la verdad: lo era.
Nos vemos el martes, pero en privado.