DETRAS DE LA NOTICIA
Ricardo Rocha
México reprobado
En derechos humanos hay todavía un largo y sinuoso camino hacia la claridad, la transparencia y la justicia
Una vez más somos candil de la calle y oscuridad de nuestra casa en esa materia tan sensible y con frecuencia dolorosa que son los derechos humanos. La visita de Irene Khan, secretaria general de Amnistía Internacional (AI), a nuestro país es un nuevo testimonio de la injusticia, la tortura, el crimen y las violaciones sistemáticas a los más elementales derechos de hombres y mujeres en este país.
Tiene razón la señora Khan cuando nos define como esquizofrénicos en tanto propugnamos por los derechos humanos en el extranjero firmando cuanto tratado nos pongan enfrente, mientras que pisoteamos esos mismos principios al interior de nuestras fronteras.
A manera de ejemplo baste reseñar el caso reciente de Oaxaca, donde se han documentado decenas de asesinatos, desapariciones y golpizas despiadadas en contra de quienes se atrevieron a demandar la renuncia del gobernador Ulises Ruiz.
El propio cacique tuvo el cinismo de recibir a la dirigente de AI sólo para descalificar su informe y decirle que seguramente había sido escrito por los de la APPO. Una afirmación que define por sí misma al dinosaurio y que no requiere ya de ningún adjetivo.
Pero Oaxaca no es el único caso: ahí están los feminicidios horrendos en Ciudad Juárez que siguen, pese a tantos años ya, sin una respuesta justiciera de las autoridades municipales, estatales y federales; igual ofenden las violaciones y crímenes cometidos por soldados que luego son juzgados en la discreción benevolente de los tribunales militares y nunca mediante juicios civiles; también avergüenzan las violaciones cotidianas a los derechos humanos de miles de nuestros niños, quienes son explotados sexualmente por redes de pederastas al estilo de Succar Kuri y protegidos por autoridades ligadas al crimen organizado; igual abundan los casos de comunidades enteras menospreciadas por el poder político que jamás las consulta sobre actos de gobierno que afectarán para siempre su destino como en Atenco en el estado de México o La Parota en Guerrero.
La simple descripción de estos hechos evidencia que son los más pobres y desprotegidos —la mayoría de este país— las víctimas más frecuentes de violaciones a sus derechos humanos. Es pues un problema de abuso y autoritarismo. Pero es igualmente una consecuencia del subdesarrollo económico y una manifestación del retraso democrático.
En el primer punto está claro que no nos hemos atrevido a redefinir un modelo y un rumbo propios que nos permitan dar respuesta a la desigualdad y la pobreza; en el segundo, es evidente que no podremos avanzar en el proceso de construcción de nuestra democracia mientras carguemos con todas nuestras culpas y omisiones en materia de derechos humanos.
Por eso, Irene Khan también acierta cuando asegura que el gobierno de Felipe Calderón está a prueba en este rubro fundamental de la República. El Presidente debe comprometerse a que sus prioridades de seguridad pública y combate al crimen organizado se sometan al respeto al estado de derecho y a los derechos humanos. Que son importantes no sólo para preservar los derechos de los sospechosos sino para garantizar que el Estado opere adecuadamente sin abusos ni corrupción y en el marco de la rendición de cuentas.
Según la dirigente de AI, alienta que Calderón se haya comprometido a apoyar una propuesta en el Congreso para que nuestra Constitución incorpore al fin los derechos humanos en ese texto fundamental. Sí, pero el Presidente tiene que indignarse igual por las muertes de militares que por las víctimas de los excesos criminales de la soldadesca. En este sentido es también un problema de actitud y liderazgo. Si no hay evidencias de respeto irrestricto a los derechos humanos desde las alturas del poder, se desata un pernicioso efecto de corrosiva impunidad que corrompe todo el aparato gubernamental.
Por lo pronto, en este país es todavía una tarea inacabada. Hay aún un montón de asignaturas pendientes para desarrollar una cultura de derechos humanos que los inscriba desde la educación básica. Por eso, los medios de comunicación seguimos sin atender con el rigor y la sensibilidad necesarios estos temas oscuros. Hay todavía un largo y sinuoso camino hacia la claridad, la transparencia y la justicia
En derechos humanos hay todavía un largo y sinuoso camino hacia la claridad, la transparencia y la justicia
Una vez más somos candil de la calle y oscuridad de nuestra casa en esa materia tan sensible y con frecuencia dolorosa que son los derechos humanos. La visita de Irene Khan, secretaria general de Amnistía Internacional (AI), a nuestro país es un nuevo testimonio de la injusticia, la tortura, el crimen y las violaciones sistemáticas a los más elementales derechos de hombres y mujeres en este país.
Tiene razón la señora Khan cuando nos define como esquizofrénicos en tanto propugnamos por los derechos humanos en el extranjero firmando cuanto tratado nos pongan enfrente, mientras que pisoteamos esos mismos principios al interior de nuestras fronteras.
A manera de ejemplo baste reseñar el caso reciente de Oaxaca, donde se han documentado decenas de asesinatos, desapariciones y golpizas despiadadas en contra de quienes se atrevieron a demandar la renuncia del gobernador Ulises Ruiz.
El propio cacique tuvo el cinismo de recibir a la dirigente de AI sólo para descalificar su informe y decirle que seguramente había sido escrito por los de la APPO. Una afirmación que define por sí misma al dinosaurio y que no requiere ya de ningún adjetivo.
Pero Oaxaca no es el único caso: ahí están los feminicidios horrendos en Ciudad Juárez que siguen, pese a tantos años ya, sin una respuesta justiciera de las autoridades municipales, estatales y federales; igual ofenden las violaciones y crímenes cometidos por soldados que luego son juzgados en la discreción benevolente de los tribunales militares y nunca mediante juicios civiles; también avergüenzan las violaciones cotidianas a los derechos humanos de miles de nuestros niños, quienes son explotados sexualmente por redes de pederastas al estilo de Succar Kuri y protegidos por autoridades ligadas al crimen organizado; igual abundan los casos de comunidades enteras menospreciadas por el poder político que jamás las consulta sobre actos de gobierno que afectarán para siempre su destino como en Atenco en el estado de México o La Parota en Guerrero.
La simple descripción de estos hechos evidencia que son los más pobres y desprotegidos —la mayoría de este país— las víctimas más frecuentes de violaciones a sus derechos humanos. Es pues un problema de abuso y autoritarismo. Pero es igualmente una consecuencia del subdesarrollo económico y una manifestación del retraso democrático.
En el primer punto está claro que no nos hemos atrevido a redefinir un modelo y un rumbo propios que nos permitan dar respuesta a la desigualdad y la pobreza; en el segundo, es evidente que no podremos avanzar en el proceso de construcción de nuestra democracia mientras carguemos con todas nuestras culpas y omisiones en materia de derechos humanos.
Por eso, Irene Khan también acierta cuando asegura que el gobierno de Felipe Calderón está a prueba en este rubro fundamental de la República. El Presidente debe comprometerse a que sus prioridades de seguridad pública y combate al crimen organizado se sometan al respeto al estado de derecho y a los derechos humanos. Que son importantes no sólo para preservar los derechos de los sospechosos sino para garantizar que el Estado opere adecuadamente sin abusos ni corrupción y en el marco de la rendición de cuentas.
Según la dirigente de AI, alienta que Calderón se haya comprometido a apoyar una propuesta en el Congreso para que nuestra Constitución incorpore al fin los derechos humanos en ese texto fundamental. Sí, pero el Presidente tiene que indignarse igual por las muertes de militares que por las víctimas de los excesos criminales de la soldadesca. En este sentido es también un problema de actitud y liderazgo. Si no hay evidencias de respeto irrestricto a los derechos humanos desde las alturas del poder, se desata un pernicioso efecto de corrosiva impunidad que corrompe todo el aparato gubernamental.
Por lo pronto, en este país es todavía una tarea inacabada. Hay aún un montón de asignaturas pendientes para desarrollar una cultura de derechos humanos que los inscriba desde la educación básica. Por eso, los medios de comunicación seguimos sin atender con el rigor y la sensibilidad necesarios estos temas oscuros. Hay todavía un largo y sinuoso camino hacia la claridad, la transparencia y la justicia