2 DE JULIO Y LOS MEDIOS DE COMUNICACION VENDIDOS
FEDERICO ARREOLA
Ilustraciones BOLIGÁN
A un año del fraude electoral del 2 de julio de 2006 casi todos los periodistas mexicanos siguen completamente empapados por sus propios orines.
Así veo a Joaquín López Dóriga, a Adela Micha, a Ciro Gómez Leyva, a Carlos Marín, a Federico Reyes Heroles, a Carlos Tello y a tantos otros. Para servir a los grupos que controlan los poderes político y económico han dedicado sus mejores esfuerzos a tratar de ensuciar a Andrés Manuel López Obrador, un ciudadano honesto cuyo único pecado fue seguir las reglas de la democracia en la búsqueda de la presidencia.
Desde luego, no han conseguido manchar a López Obrador, que para millones de personas es el legítimo presidente de México.
Lo único que han logrado esos periodistas es deshonrarse a sí mismos.
Con las excepciones de Carmen Aristegui, los colaboradores y reporteros de La Jornada, Proceso y unos pocos más, la actitud de los periodistas mexicanos fue, en 2006, la más obscena manifestación del fraude electoral. Ocultaron información, tergiversaron, mintieron. Si el gobierno les proporcionaba datos falsos acerca de Andrés Manuel y de la resistencia civil, los publicaban tal cual, sin tomarse la molestia de contrastarlos con la realidad.
Fue vergonzoso el trabajo de Reforma, Televisa, TV Azteca, Milenio, La Crónica, etcétera. Más que informar, hicieron propaganda para legitimar la ilegalidad comicial. Pero no engañaron a nadie. Millones de ciudadanos, en las calles, se lanzaron contra ellos.
Fueron los medios los grandes perdedores del proceso.
Eso ocurrió porque la mayor parte de los periodistas mexicanos no quiso ser, cito a Dominique Wolton, “la médula de la democracia”. A pesar de que no pocos de ellos conocen el oficio y serían capaces de ejercerlo con rigor, casi todos nuestros periodistas renunciaron a defender el sistema democrático. Wolton considera a los profesionales de la información “individuos frágiles... narcisistas y pretenciosos”.
El narcisismo de nuestros periodistas les ha llevado a sentirse merecedores de las atenciones que les dispensan los actores políticos. Así que cuando apareció un candidato que no los invitaba a comer ni les ofrecía regalos fastuosos y que, además, se atrevía a criticarlos cuando informaban incorrectamente, lo convirtieron en su enemigo. Muchos periodistas lo que no pudieron perdonarle a López Obrador es que no hubiera tratado de corromperlos.
Esos periodistas, durante los meses que duraron las protestas por el fraude electoral, ni un solo día dejaron de etiquetarnos a los seguidores de Andrés Manuel como violentos, duros, intolerantes, sectarios, intransigentes, belicosos, alborotadores, desquiciados, enfermos, locos, dañinos, enemigos del progreso, culpables de la pérdida de cientos de empleos en el centro de la Ciudad de México.
Se comprende, entonces, que la gente de izquierda haya sido tan agresiva con ellos. Lo merecen por no haber cumplido con las normas esenciales de su oficio.
Desde el 2 de julio sólo excepcionalmente han informado con veracidad, no han sido capaces de presentar completa la versión de los agraviados por el fraude, han caído en múltiples subjetividades, no han rectificado sus errores y sólo como excepción han concedido el derecho de réplica.
En 2006 hubo, sin duda, un cerco informativo en torno a la coalición Por el Bien de Todos. Con lo que no contaban los periodistas era con la inteligencia de la gente, que en ningún momento se tragó sus embustes. Vuelvo a citar a Wolton: “El desafío principal que tenemos en la teoría de la comunicación es hoy comprender que el público, los públicos siempre son inteligentes, aun cuando sean analfabetos”. Es verdad: “Los pueblos son inteligentes y críticos, y no son para nada tontos. Puede haber imposiciones de dominación ideológica, cultural o religiosa, pero al cabo de un tiempo la inteligencia crítica comienza a circular”. El debate público, entonces, ya no es sólo “un juego de dos entre los actores políticos y los medios, sino un juego de tres, entre los actores políticos, los medios y la gente”. En 2006 en México, para que no se olvide que ese tercer actor es el más importante de todos, los ciudadanos salieron por millones a las calles a exigir a los periodistas que digan la verdad.
Después de años de actuar con gran irresponsabilidad respecto de los lectores y los oyentes, los periodistas mexicanos tuvieron que darse cuenta, entre julio y septiembre de 2006, que de ese año en adelante cualquier exceso de la prensa será combatido por la gente en la calle y, también, en los medios alternativos como el internet, que por fortuna no están sometidos al control de ningún gobierno ni anunciante.
Una prueba de que la manipulación informativa no ha funcionado en México es la cantidad de gente que se ha reunido, desde el 2 de julio de 2006, en el centro de la Ciudad de México. Varias veces ha habido más de un millón de ciudadanos en el Zócalo. Ha ocurrido así a pesar de la voluntad de la mayor parte de los comentaristas de los medios, que decidieron dar por terminada la contienda electoral presidencial, como si nada hubiera pasado, en la primera semana de julio.
Los participantes en las protestas no sólo han alzado la voz contra el PAN, el gobierno, el IFE y el Tribunal Electoral, sino también contra los periodistas. En las gigantescas concentraciones en el centro de la Ciudad de México, lo que más ha llamado la atención han sido los miles de carteles diseñados por los propios ciudadanos en los que se critica muy rudamente a los profesionales de la comunicación que traicionaron la esencia de su oficio.
Pero eso es algo que no se ha difundido lo suficiente en los medios tradicionales, ni siquiera en los pocos que conservaron la objetividad, ya que todos creen en la filosofía de que perro no come perro.
La gente no se equivoca, no existe ya quien sea capaz de engatusarla con reportajes o con editoriales. Los ciudadanos son más inteligentes que los periodistas y critican lo que no les parece. Después del 2 de julio, decidieron ponerse en contra de los medios de comunicación porque no encontraron en ellos información objetiva, rigurosa y libre, sino una enorme cantidad de patrañas dirigidas contra la izquierda mexicana. Para la gente, lo que está pasando es que se han impuesto las presiones económicas y políticas sobre los medios y éstos a su vez, en tanto empresas mercantiles, han sometido o amansado a sus periodistas, que no se han revelado porque no existen mecanismos, como la cláusula de conciencia, que les permitan abandonar un empleo indigno con un mínimo de seguridad económica.
En 2006 la indignidad mayor de la prensa mexicana fue la pretensión de aniquilar a un rival político del gobierno y de los grandes empresarios. No se había visto en México una campaña de linchamiento de un solo político en la que participaran tantos periodistas. En qué forma se ha agredido a López Obrador. Pero esta lapidación moral no le ha quitado popularidad a Andrés Manuel. Todo lo contrario, ha fortalecido la convicción con la que le defienden sus simpatizantes. Millones de personas, que dejaron de reconocerse en los tradicionales medios masivos, no se han resignado a presenciar pasivamente esa oleada de ataques injustos. Han respondido con firmeza a los comunicadores falsarios a través de toda clase de mensajes difundidos por internet. La gente sabe que es cierta la frase de Jean Jaques Rousseau que leí en una entrevista con Adam Michnik. Rousseau pidió a los polacos tras la repartición de su país a finales del siglo XVIII: “Si se los quieren comer, busquen al menos que no los digieran”. Varios periodistas famosos se deben haber indigestado en 2006 cuando llegó a sus buzones electrónicos, por enésima vez, aquella caricatura de Hernández en la que Emilio Azcárraga sacó a pasear a sus mastines, es decir, a López Dóriga, Adela, Loret, Brozo, etcétera.
Uno de los acontecimientos más serios que nos ha tocado cubrir a los periodistas mexicanos es la elección del 2 de julio de 2006, en la que claramente hubo fraude. ¿Cuántos de ellos recibieron llamadas desde las oficinas del gobierno, del PAN o de los grandes corporativos en las que se les informaba que todo estaba bien, que si López Obrador protestaba se debía nada más a su vocación alborotadora, que lo correcto era no hacerle el juego a los inconformes que buscaban la desestabilización del país? Directores y columnistas atendieron esas llamadas, y en vez de investigar lo que realmente había ocurrido, simplemente dieron por buenas las versiones oficiales.
No puedo dejar de mencionar a Alejandro Junco, propietario de Reforma y El Norte. Lo conozco porque colaboré en sus diarios durante unos ocho años. Él siempre entendió que la base del negocio periodístico estaba en la credibilidad. Así, para reforzarla, en cada proceso electoral local o nacional financiaba grandes y eficaces equipos de investigadores para descubrir las trampas. En 2006 los investigadores pagados por el señor Junco no vieron ni una sola. Convencidos de que López Obrador era un peligro para México, los editores de El Norte y Reforma decidieron que valía la pena sacrificar un poco (o un mucho) de credibilidad a cambio de hacer a un lado al radical izquierdista que amenazaba con transformar las estructuras sociales en México. Noam Chomsky ha dicho que la función primaria de los medios masivos en Estados Unidos consiste en movilizar el apoyo público a favor de los intereses dominantes.
En México ocurre lo mismo. Todos los aparatos de poder funcionan del mismo modo. Son sólo unos cuantos políticos y empresarios los que toman las decisiones clave, particularmente en materia de política económica. Ellos se reparten los principales cargos en el gobierno, controlan las mayores corporaciones y, entre éstas, a los canales de televisión, las estaciones de radio y los periódicos. Hay excepciones, pequeños diarios, radiodifusoras marginales o blogs de internet que con muy escasos recursos desarrollan un trabajo digno de encomio. Pero, la verdad de las cosas, todavía las grandes audiencias consumen sólo la información que unos cuantos propietarios les mandan. Afortunadamente, ya los ciudadanos, en todo el mundo, han dejado de creer en los medios.
En México vivimos la historia de siempre: comentaristas, columnistas, reporteros, editores y directivos después del 2 de julio coincidieron casi en la totalidad de sus juicios –la maldita casualidad– con los puntos de vista del gobierno, del PAN, de Elba Esther Gordillo y de los empresarios. No estoy hablando de un asunto de capacidad periodística, sino de un problema de confusión política, que en última instancia se traduce en una falta total de ética. Vuelvo a lo realizado por dos diarios líderes, que a mi juicio en otro tiempo conocieron épocas de esplendor periodístico: Reforma y El Norte. Estos rotativos, junto con Televisa, se convirtieron, de plano, en la principal arma que la derecha ha esgrimido para aplastar a la resistencia civil de López Obrador. En otra época o en otro tema, los directivos y propietarios de Reforma y El Norte hubieran pensado, sí en sus intereses y en su ideología, pero también en su imagen ante el mundo y ante la historia. Alejandro Junco solía ser muy responsable con el rol de sus publicaciones de cara al futuro.
Antes de que la izquierda tuviera posibilidades reales de llegar al poder, Junco seguramente coincidía con lo que, según Chosmky, hacen los editores de The New York Times: “Yo creo que sus editores sienten que cargan un gran peso en el sentido de que el periódico hace historia. Esto es, la historia es lo que aparece en los archivos de The New York Times; el lugar al que la gente va para averiguar qué es lo que pasó”. Esto es, la historia es lo que aparece en los archivos de The New York Times; el lugar al que la gente va para averiguar qué es lo que pasó”.Por ese pudor el periodismo de The New York Times normalmente es de buena calidad. Se trata de un pudor que perdieron los responsables de la línea informativa de los más importantes periódicos de la derecha mexicana, que perdieron el interés por el mejor periodismo: el que se practica con el máximo rigor profesional y con mucha dignidad. Si los más grandes diarios fallaron, ni para qué hablar de los otros o de las televisoras y radiodifusoras siempre entregadas al poder.
En 1968, en las grandes concentraciones estudiantiles uno de los gritos que con más fuerza se escuchaba era el de “¡Prensa vendida!” Con excepciones, aquella era una prensa sumisa, entregada al gobierno y a su partido, que no vacilaba en calumniar a los participantes en las protestas. Exactamente lo que ocurrió en 2006, casi 40 años después. En cuatro décadas en México han cambiado muchas cosas: las estructuras demográficas, la tecnología, las modas, las situaciones, los personajes y el nombre del autoritario partido en el poder.
Pero hay tradiciones que se mantienen, como la del fraude electoral apoyado por los medios de comunicación. He aquí la principal causa del pobre nivel de desarrollo de la sociedad mexicana
Se comprende, entonces, que la gente de izquierda haya sido tan agresiva con ellos. Lo merecen por no haber cumplido con las normas esenciales de su oficio.
Desde el 2 de julio sólo excepcionalmente han informado con veracidad, no han sido capaces de presentar completa la versión de los agraviados por el fraude, han caído en múltiples subjetividades, no han rectificado sus errores y sólo como excepción han concedido el derecho de réplica.
En 2006 hubo, sin duda, un cerco informativo en torno a la coalición Por el Bien de Todos. Con lo que no contaban los periodistas era con la inteligencia de la gente, que en ningún momento se tragó sus embustes. Vuelvo a citar a Wolton: “El desafío principal que tenemos en la teoría de la comunicación es hoy comprender que el público, los públicos siempre son inteligentes, aun cuando sean analfabetos”. Es verdad: “Los pueblos son inteligentes y críticos, y no son para nada tontos. Puede haber imposiciones de dominación ideológica, cultural o religiosa, pero al cabo de un tiempo la inteligencia crítica comienza a circular”. El debate público, entonces, ya no es sólo “un juego de dos entre los actores políticos y los medios, sino un juego de tres, entre los actores políticos, los medios y la gente”. En 2006 en México, para que no se olvide que ese tercer actor es el más importante de todos, los ciudadanos salieron por millones a las calles a exigir a los periodistas que digan la verdad.
Después de años de actuar con gran irresponsabilidad respecto de los lectores y los oyentes, los periodistas mexicanos tuvieron que darse cuenta, entre julio y septiembre de 2006, que de ese año en adelante cualquier exceso de la prensa será combatido por la gente en la calle y, también, en los medios alternativos como el internet, que por fortuna no están sometidos al control de ningún gobierno ni anunciante.
Una prueba de que la manipulación informativa no ha funcionado en México es la cantidad de gente que se ha reunido, desde el 2 de julio de 2006, en el centro de la Ciudad de México. Varias veces ha habido más de un millón de ciudadanos en el Zócalo. Ha ocurrido así a pesar de la voluntad de la mayor parte de los comentaristas de los medios, que decidieron dar por terminada la contienda electoral presidencial, como si nada hubiera pasado, en la primera semana de julio.
Los participantes en las protestas no sólo han alzado la voz contra el PAN, el gobierno, el IFE y el Tribunal Electoral, sino también contra los periodistas. En las gigantescas concentraciones en el centro de la Ciudad de México, lo que más ha llamado la atención han sido los miles de carteles diseñados por los propios ciudadanos en los que se critica muy rudamente a los profesionales de la comunicación que traicionaron la esencia de su oficio.
Pero eso es algo que no se ha difundido lo suficiente en los medios tradicionales, ni siquiera en los pocos que conservaron la objetividad, ya que todos creen en la filosofía de que perro no come perro.
La gente no se equivoca, no existe ya quien sea capaz de engatusarla con reportajes o con editoriales. Los ciudadanos son más inteligentes que los periodistas y critican lo que no les parece. Después del 2 de julio, decidieron ponerse en contra de los medios de comunicación porque no encontraron en ellos información objetiva, rigurosa y libre, sino una enorme cantidad de patrañas dirigidas contra la izquierda mexicana. Para la gente, lo que está pasando es que se han impuesto las presiones económicas y políticas sobre los medios y éstos a su vez, en tanto empresas mercantiles, han sometido o amansado a sus periodistas, que no se han revelado porque no existen mecanismos, como la cláusula de conciencia, que les permitan abandonar un empleo indigno con un mínimo de seguridad económica.
En 2006 la indignidad mayor de la prensa mexicana fue la pretensión de aniquilar a un rival político del gobierno y de los grandes empresarios. No se había visto en México una campaña de linchamiento de un solo político en la que participaran tantos periodistas. En qué forma se ha agredido a López Obrador. Pero esta lapidación moral no le ha quitado popularidad a Andrés Manuel. Todo lo contrario, ha fortalecido la convicción con la que le defienden sus simpatizantes. Millones de personas, que dejaron de reconocerse en los tradicionales medios masivos, no se han resignado a presenciar pasivamente esa oleada de ataques injustos. Han respondido con firmeza a los comunicadores falsarios a través de toda clase de mensajes difundidos por internet. La gente sabe que es cierta la frase de Jean Jaques Rousseau que leí en una entrevista con Adam Michnik. Rousseau pidió a los polacos tras la repartición de su país a finales del siglo XVIII: “Si se los quieren comer, busquen al menos que no los digieran”. Varios periodistas famosos se deben haber indigestado en 2006 cuando llegó a sus buzones electrónicos, por enésima vez, aquella caricatura de Hernández en la que Emilio Azcárraga sacó a pasear a sus mastines, es decir, a López Dóriga, Adela, Loret, Brozo, etcétera.
Uno de los acontecimientos más serios que nos ha tocado cubrir a los periodistas mexicanos es la elección del 2 de julio de 2006, en la que claramente hubo fraude. ¿Cuántos de ellos recibieron llamadas desde las oficinas del gobierno, del PAN o de los grandes corporativos en las que se les informaba que todo estaba bien, que si López Obrador protestaba se debía nada más a su vocación alborotadora, que lo correcto era no hacerle el juego a los inconformes que buscaban la desestabilización del país? Directores y columnistas atendieron esas llamadas, y en vez de investigar lo que realmente había ocurrido, simplemente dieron por buenas las versiones oficiales.
No puedo dejar de mencionar a Alejandro Junco, propietario de Reforma y El Norte. Lo conozco porque colaboré en sus diarios durante unos ocho años. Él siempre entendió que la base del negocio periodístico estaba en la credibilidad. Así, para reforzarla, en cada proceso electoral local o nacional financiaba grandes y eficaces equipos de investigadores para descubrir las trampas. En 2006 los investigadores pagados por el señor Junco no vieron ni una sola. Convencidos de que López Obrador era un peligro para México, los editores de El Norte y Reforma decidieron que valía la pena sacrificar un poco (o un mucho) de credibilidad a cambio de hacer a un lado al radical izquierdista que amenazaba con transformar las estructuras sociales en México. Noam Chomsky ha dicho que la función primaria de los medios masivos en Estados Unidos consiste en movilizar el apoyo público a favor de los intereses dominantes.
En México ocurre lo mismo. Todos los aparatos de poder funcionan del mismo modo. Son sólo unos cuantos políticos y empresarios los que toman las decisiones clave, particularmente en materia de política económica. Ellos se reparten los principales cargos en el gobierno, controlan las mayores corporaciones y, entre éstas, a los canales de televisión, las estaciones de radio y los periódicos. Hay excepciones, pequeños diarios, radiodifusoras marginales o blogs de internet que con muy escasos recursos desarrollan un trabajo digno de encomio. Pero, la verdad de las cosas, todavía las grandes audiencias consumen sólo la información que unos cuantos propietarios les mandan. Afortunadamente, ya los ciudadanos, en todo el mundo, han dejado de creer en los medios.
En México vivimos la historia de siempre: comentaristas, columnistas, reporteros, editores y directivos después del 2 de julio coincidieron casi en la totalidad de sus juicios –la maldita casualidad– con los puntos de vista del gobierno, del PAN, de Elba Esther Gordillo y de los empresarios. No estoy hablando de un asunto de capacidad periodística, sino de un problema de confusión política, que en última instancia se traduce en una falta total de ética. Vuelvo a lo realizado por dos diarios líderes, que a mi juicio en otro tiempo conocieron épocas de esplendor periodístico: Reforma y El Norte. Estos rotativos, junto con Televisa, se convirtieron, de plano, en la principal arma que la derecha ha esgrimido para aplastar a la resistencia civil de López Obrador. En otra época o en otro tema, los directivos y propietarios de Reforma y El Norte hubieran pensado, sí en sus intereses y en su ideología, pero también en su imagen ante el mundo y ante la historia. Alejandro Junco solía ser muy responsable con el rol de sus publicaciones de cara al futuro.
Antes de que la izquierda tuviera posibilidades reales de llegar al poder, Junco seguramente coincidía con lo que, según Chosmky, hacen los editores de The New York Times: “Yo creo que sus editores sienten que cargan un gran peso en el sentido de que el periódico hace historia. Esto es, la historia es lo que aparece en los archivos de The New York Times; el lugar al que la gente va para averiguar qué es lo que pasó”. Esto es, la historia es lo que aparece en los archivos de The New York Times; el lugar al que la gente va para averiguar qué es lo que pasó”.Por ese pudor el periodismo de The New York Times normalmente es de buena calidad. Se trata de un pudor que perdieron los responsables de la línea informativa de los más importantes periódicos de la derecha mexicana, que perdieron el interés por el mejor periodismo: el que se practica con el máximo rigor profesional y con mucha dignidad. Si los más grandes diarios fallaron, ni para qué hablar de los otros o de las televisoras y radiodifusoras siempre entregadas al poder.
En 1968, en las grandes concentraciones estudiantiles uno de los gritos que con más fuerza se escuchaba era el de “¡Prensa vendida!” Con excepciones, aquella era una prensa sumisa, entregada al gobierno y a su partido, que no vacilaba en calumniar a los participantes en las protestas. Exactamente lo que ocurrió en 2006, casi 40 años después. En cuatro décadas en México han cambiado muchas cosas: las estructuras demográficas, la tecnología, las modas, las situaciones, los personajes y el nombre del autoritario partido en el poder.
Pero hay tradiciones que se mantienen, como la del fraude electoral apoyado por los medios de comunicación. He aquí la principal causa del pobre nivel de desarrollo de la sociedad mexicana