DESPUES DEL 2 DE JULIO, QUE?
Juan R. Menéndez Rodríguez
miércoles, 04 de julio de 2007
Después del 2 de julio
El 2 de julio de 2006, amable y estimado lector, es una fecha poderosa. Nos remite a un recuerdo doloroso porque nunca, nada, nos había puesto tan cruelmente frente a un espejo para enseñarnos quiénes éramos entonces. Resultamos ser un país de intolerantes, tramposos y tercos, de racistas y clasistas, en fin, un país peligroso y violento, secuestrado por gente sin escrúpulos, dispuesta a todo con tal de acumular más poder. Esa dura impresión frente al espejo, no se olvida.
De pronto, días después, las cosas, en lugar de asentarse, se dispararon al caos. Unos gritaban a todo pulmón: ¡fraude!; otros contestaban: ¡ganamos! El resto mirábamos a un lado y al otro sin entender; condenados, una vez más, a la confusa expectación.
Porque para entender se necesitaba fe, no buen juicio, ni razón, sino fe. No valía tener las neuronas dispuestas, el asunto se volcó a las tripas. Los ganadores y los defraudados se dirigían al vientre, no a la cabeza, y ahí nos perdieron a varios.
Lo más espeluznante, es que, desde nuestro muy particular punto de vista, tampoco hubo árbitros neutrales. El fallo del Trife, sustentado, de nuevo en la fe y no en argumentos objetivos y contundentes, nos sacudió hasta dejarnos una sola conclusión: habíamos perdido. Perdimos la oportunidad de construir un nuevo país a partir del caos; notamos clara la violación de los magistrados a su compromiso de salvaguardar las instituciones jurídicas más importantes del proceso electoral: certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad.
Nadie, ni quienes se ostentaban como ganadores de la contienda, pueden negar la larga cola de irregularidades si no durante la jornada, al menos anterior a ella, cuando de manera ilegal y a la vista de todos, el presidente Vicente Fox Quesada y grupos empresariales prestaron su poder y sus millones al servicio de su candidato, violando flagrantemente la ley electoral vigente. Eso todos lo vimos en la prensa y por televisión en cadena nacional.
Después del 2 de julio está permitida la trampa. El mensaje que se emitió desde el máximo tribunal electoral fue lamentable porque es una invitación a la perversión de las instituciones. Por eso, no es de extrañar que nuestras garantías individuales peligren como nunca, sobre todo si del otro lado de la balanza está el falso discurso de la seguridad y la protección. El poder que está adquiriendo el Ejército es una factura que Felipe Calderón Hinojosa, irresponsablemente, nos está endosando a todos los mexicanos.
Para muchos negligentes, la pugna ha terminado. Muchos, abrazados de su fe, pero ajenos al pulso social, creen que hemos vuelto a la normalidad, que la oposición está debilitada; que luego del fallo del Trife los defraudados se fueron a su casa a doblar sus banderas. Pero no es así. Cada vez hay más gente que se siente defraudada, ya no sólo por un proceso electoral, sino por el patrón, por el director de la escuela, por el gobierno, por la policía, por Televisa y TV Azteca.
Los defraudados somos cada vez más. El movimiento opositor crece y crecerá luego de que se apruebe la reforma fiscal; creció en días recientes cuando se anunció un alza en los precios de la leche y el huevo.
Creció con las reformas a la ley del ISSSTE, con el cierre de Radio Monitor, con las represiones en Oaxaca y en San Salvador Atenco. Creció con la violación y el asesinato de Ernestina Ascencio Rosario y el encubrimiento de los militares responsables.
Crece todos los días el movimiento opositor, ya no sólo a las políticas autoritarias presidenciales, sino a las políticas deshumanizadoras que abundan en los tres niveles de gobierno de todos los partidos políticos, y, por supuesto, a las políticas salvajes que también rigen el funcionamiento de la mayoría de las empresas. Los defraudados han resistido pacíficamente hasta ahora.
Hace un año, amable y estimado lector, comenzó a gestarse un nuevo movimiento de indignación ante la injusticia. México no es el mismo, ciertamente, después del 2 de julio.
miércoles, 04 de julio de 2007
El 2 de julio de 2006, amable y estimado lector, es una fecha poderosa. Nos remite a un recuerdo doloroso porque nunca, nada, nos había puesto tan cruelmente frente a un espejo para enseñarnos quiénes éramos entonces. Resultamos ser un país de intolerantes, tramposos y tercos, de racistas y clasistas, en fin, un país peligroso y violento, secuestrado por gente sin escrúpulos, dispuesta a todo con tal de acumular más poder. Esa dura impresión frente al espejo, no se olvida.
De pronto, días después, las cosas, en lugar de asentarse, se dispararon al caos. Unos gritaban a todo pulmón: ¡fraude!; otros contestaban: ¡ganamos! El resto mirábamos a un lado y al otro sin entender; condenados, una vez más, a la confusa expectación.
Porque para entender se necesitaba fe, no buen juicio, ni razón, sino fe. No valía tener las neuronas dispuestas, el asunto se volcó a las tripas. Los ganadores y los defraudados se dirigían al vientre, no a la cabeza, y ahí nos perdieron a varios.
Lo más espeluznante, es que, desde nuestro muy particular punto de vista, tampoco hubo árbitros neutrales. El fallo del Trife, sustentado, de nuevo en la fe y no en argumentos objetivos y contundentes, nos sacudió hasta dejarnos una sola conclusión: habíamos perdido. Perdimos la oportunidad de construir un nuevo país a partir del caos; notamos clara la violación de los magistrados a su compromiso de salvaguardar las instituciones jurídicas más importantes del proceso electoral: certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad.
Nadie, ni quienes se ostentaban como ganadores de la contienda, pueden negar la larga cola de irregularidades si no durante la jornada, al menos anterior a ella, cuando de manera ilegal y a la vista de todos, el presidente Vicente Fox Quesada y grupos empresariales prestaron su poder y sus millones al servicio de su candidato, violando flagrantemente la ley electoral vigente. Eso todos lo vimos en la prensa y por televisión en cadena nacional.
Después del 2 de julio está permitida la trampa. El mensaje que se emitió desde el máximo tribunal electoral fue lamentable porque es una invitación a la perversión de las instituciones. Por eso, no es de extrañar que nuestras garantías individuales peligren como nunca, sobre todo si del otro lado de la balanza está el falso discurso de la seguridad y la protección. El poder que está adquiriendo el Ejército es una factura que Felipe Calderón Hinojosa, irresponsablemente, nos está endosando a todos los mexicanos.
Para muchos negligentes, la pugna ha terminado. Muchos, abrazados de su fe, pero ajenos al pulso social, creen que hemos vuelto a la normalidad, que la oposición está debilitada; que luego del fallo del Trife los defraudados se fueron a su casa a doblar sus banderas. Pero no es así. Cada vez hay más gente que se siente defraudada, ya no sólo por un proceso electoral, sino por el patrón, por el director de la escuela, por el gobierno, por la policía, por Televisa y TV Azteca.
Los defraudados somos cada vez más. El movimiento opositor crece y crecerá luego de que se apruebe la reforma fiscal; creció en días recientes cuando se anunció un alza en los precios de la leche y el huevo.
Creció con las reformas a la ley del ISSSTE, con el cierre de Radio Monitor, con las represiones en Oaxaca y en San Salvador Atenco. Creció con la violación y el asesinato de Ernestina Ascencio Rosario y el encubrimiento de los militares responsables.
Crece todos los días el movimiento opositor, ya no sólo a las políticas autoritarias presidenciales, sino a las políticas deshumanizadoras que abundan en los tres niveles de gobierno de todos los partidos políticos, y, por supuesto, a las políticas salvajes que también rigen el funcionamiento de la mayoría de las empresas. Los defraudados han resistido pacíficamente hasta ahora.
Hace un año, amable y estimado lector, comenzó a gestarse un nuevo movimiento de indignación ante la injusticia. México no es el mismo, ciertamente, después del 2 de julio.