PANISTA, ADOPTA UN NIÑO!!
emeequis
“Cada cabeza es un mundo”. Hay tantos puntos en común con tu pariente, tu amigo, tu vecino, tu colega, como puntos de discrepancia. Todos somos parecidos, pero al fin todos somos diferentes.
Cada cabeza es un mundo, y cada cuerpo de esa cabeza también. Luego de ver la exposición fotográfica Cuerpos pintados uno acaba tomando conciencia de que realmente cada humano constituye un universo aparte.
La magia del color convierte a una negra en mulata casi blanca. Una mujer funde su propia orografía con el muro que le sirve de escenario. Un enano montado en un caballo de madera es Napoleón. Un ave vuela en las espaldas de cuatro mujeres doradas. Un grupo de ancianos japoneses devela sus esqueletos encorvados apenas cubiertos de un polvo lechoso; la ausencia de vello es sustituida con arrugas que se suceden unas a otras en el rostro, el cuello, las ingles. Un grupo de nonagenarios de Ecuador, retratados sin pintura, dejan ver pliegues de piel morena que se amontonan en el rostro, el cuello, las ingles... Todos estos modelos están desnudos.
Lo curioso, lo extraño, es que todos resultan bellos.
Cada cabeza es un mundo, y cada cuerpo arrastra su propia historia. Como Loren Cameron, fotógrafo que participa en Cuerpos pintados con autorretratos y retratos. La mayoría de sus modelos no están desnudos, sin embargo son de lo más perturbador.
Loren se inició en la fotografía al hacer el registro de su propia transformación: nació siendo una niña en 1959 en California, pero desde muy joven comenzó a sentirse como un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer; en cuanto pudo recurrió a la cirugía, a la terapia hormonal y al entrenamiento físico para producir los cambios que deseaba. Mientras tanto, de los autorretratos pasó a fotografiar a otros transexuales. Para 1995 su trabajo ya había desfilado por galerías de Los Ángeles, San Francisco y Minneapolis. En 1996 publicó el libro Body Alchemy: Transsexual Portraits, por el cual ganó dos premios Lambda en 1997.
La mujer barbuda del circo es lo más parecido a un referente gráfico del que pude echar mano cuando vi ese y otros libros de Cameron. Confieso que me tomó por sorpresa más de una imagen. Podía tratarse de un camionero, un abogado, un cholo. Nada más lejos. ¿O más cerca? Mujeres que se quitan los senos, que se mutilan para convertirse en lo más parecido a un hombre. Que a punta de injertos se hacen construir lo más parecido a un pene. Que se han cubierto de grueso vello el pecho, los brazos, las piernas. Que, orgullosas, presumen los músculos cultivados en el gimnasio. El cuerpo de Loren es el mejor ejemplo: labrado entre pesas y esteroides, adornado con tatuajes infinitos, es un prodigio incompleto. Al final, entre las piernas, el musgo rubio no cubre el apéndice esperado.
Hay retratos de hombres en tacones, de larga melena y falda cortísima. Labios rellenos de colágeno, pechos rellenos con silicón. Piernas que lucen depilación láser y, entre las ingles, el sello distintivo del género masculino… o no. También se pueden ver fotos de auténticos hermafroditas.
Las imágenes de Loren son incómodas. Provocadoras. Insolentes. Mueven a la reflexión. Al igual que Loren, cada uno de sus retratados ha llevado hasta sus últimas consecuencias la búsqueda de la felicidad. En ejercicio de este derecho han derrumbado tabúes. Han roto con el pasado, algunos incluso con sus familias. Desafiaron a su Iglesia, se refugiaron en otra o prescindieron de ella. Eso sí: conservaron la fe para volver a empezar.
¿Con cuál te identificas?
Quién sabe si en el futuro habrá muchas más personas como Loren Cameron. Lo que sí sucederá, seguramente, es que serán más visibles. Menos discriminadas. Con suerte, más comprendidas. Como los gays. Si hemos llegado al punto en que un RBD sale del clóset con cobertura nacional, pronto veremos que México no puede escapar a esta apertura, así sea dictada por la globalización y las reglas del mercado.
Estamos aprendiendo, como sociedad, a aceptar que no todos somos heterosexuales. Que no tiene por qué gustarnos lo mismo. Que no todos pensamos igual ni nos regimos por los mismos valores religiosos. Y que eso está bien. Que podemos vivir en la diversidad, convivir en la pluralidad.
Por eso no dejo de pensar en lo que dijo Felipe Calderón al criticar a quienes plantean la despenalización del aborto: “Estos temas implican concepciones profundas de los mexicanos”. Como si los mexicanos fuéramos una masa uniforme y estática. Habría que preguntarle: ¿de cuáles mexicanos habla, señor presidente?
¿De los hombres que golpean a sus esposas? ¿De los que dejan la quincena en el table? ¿De los que mantienen una casa chica? ¿De los juniors que se fugan con ayuda de papi cuando la novia resulta embarazada? ¿De las chavitas que se embarazan para obligar al novio a casarse? ¿De las madres solteras que no eligieron criar solas a sus hijos?
¡Panista, adopta un niño!
Cada cabeza es un mundo. Sin embargo, es muy probable que el señor presidente crea que las “concepciones profundas” de la dirigencia panista son las mismas del resto de la población. Y si no, qué importa, igual hace lo que puede para imponerlas a la fuerza.
Ahora, con el debate sobre el aborto, los blanquiazules dicen que sí están a favor de la educación sexual… pero quién sabe qué entiendan por eso: están en contra del condón, de la píldora del día siguiente, del sexo placentero; se oponen siquiera a explicar la homosexualidad a los adolescentes. Lo suyo no es ser felices, ni hacer feliz a nadie.
Expertos en hacer que todo parezca castigo divino, proponen que en lugar de interrumpir un embarazo no deseado, la mujer dé al bebé no deseado en adopción.
En eso estaríamos de acuerdo, siempre y cuando los panistas predicaran con el ejemplo. Santiago Creel, promotor de la idea, en primer lugar.
El Senado podría suscribir la propuesta del periodista Francisco Báez, sencilla, bien estructurada y muy accesible en su blog. Dice el ex director de El Nacional que la legislación sobre el aborto se quede como está a condición de que:
“1. Todos los hijos no deseados sean adoptados por los militantes y adherentes del PAN.
“2. Que aquellos militantes destacados, con puestos de elección popular o con grandes fortunas adopten en proporción a sus cargos y sus ingresos.
“3. Que los infantes adoptados sean tratados exactamente igual que los hijos propios. Que los lleven a la misma escuela, hasta la universidad; que les revisen la tarea, les hagan fiesta de cumpleaños con pastel, mago y piñata, los lleven a pasear al parque, les compren su Cajita Feliz y les digan que los quieren mucho”.
Además, Báez tiene proyectada la cuota que le tocaría a los panistas: “Según los cálculos de la Secretaría de Salud, en el país se realizan cada dos años tantos abortos como militantes y adherentes del PAN: 1 millón 100 mil. Esto quiere decir que, en promedio, cada panista (200 mil) deberá adoptar un niño cada dos años” y que cada adherente (900 mil) “lo haga cada tres años”. Quedaría un excedente de unos 50 mil angelitos anuales, a distribuirse entre alcaldes, gobernadores, miembros del CEN, legisladores y presidente de la República. Por el tamaño de su patrimonio, “a Diego Fernández de Cevallos le tocarían 257 niños extra al año”. Más que justo, ¿no les parece?
Después ya nada más nos quedaría por ver el acto supremo de coherencia albiazul: la primera procesión multitudinaria, encabezada por Carlos Abascal y Mariana Gómez del Campo, para exigir castigo a los sacerdotes violadores de niños y a sus encubridores. Saldrían de La Villa y llegarían al Zócalo, donde harían un rosario viviente para rezar por la vida… de esos seres inocentes, débiles e indefensos,
víctimas de sus propios confesores.
Con eso harían felices a miles.
“Cada cabeza es un mundo”. Hay tantos puntos en común con tu pariente, tu amigo, tu vecino, tu colega, como puntos de discrepancia. Todos somos parecidos, pero al fin todos somos diferentes.
Cada cabeza es un mundo, y cada cuerpo de esa cabeza también. Luego de ver la exposición fotográfica Cuerpos pintados uno acaba tomando conciencia de que realmente cada humano constituye un universo aparte.
La magia del color convierte a una negra en mulata casi blanca. Una mujer funde su propia orografía con el muro que le sirve de escenario. Un enano montado en un caballo de madera es Napoleón. Un ave vuela en las espaldas de cuatro mujeres doradas. Un grupo de ancianos japoneses devela sus esqueletos encorvados apenas cubiertos de un polvo lechoso; la ausencia de vello es sustituida con arrugas que se suceden unas a otras en el rostro, el cuello, las ingles. Un grupo de nonagenarios de Ecuador, retratados sin pintura, dejan ver pliegues de piel morena que se amontonan en el rostro, el cuello, las ingles... Todos estos modelos están desnudos.
Lo curioso, lo extraño, es que todos resultan bellos.
Cada cabeza es un mundo, y cada cuerpo arrastra su propia historia. Como Loren Cameron, fotógrafo que participa en Cuerpos pintados con autorretratos y retratos. La mayoría de sus modelos no están desnudos, sin embargo son de lo más perturbador.
Loren se inició en la fotografía al hacer el registro de su propia transformación: nació siendo una niña en 1959 en California, pero desde muy joven comenzó a sentirse como un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer; en cuanto pudo recurrió a la cirugía, a la terapia hormonal y al entrenamiento físico para producir los cambios que deseaba. Mientras tanto, de los autorretratos pasó a fotografiar a otros transexuales. Para 1995 su trabajo ya había desfilado por galerías de Los Ángeles, San Francisco y Minneapolis. En 1996 publicó el libro Body Alchemy: Transsexual Portraits, por el cual ganó dos premios Lambda en 1997.
La mujer barbuda del circo es lo más parecido a un referente gráfico del que pude echar mano cuando vi ese y otros libros de Cameron. Confieso que me tomó por sorpresa más de una imagen. Podía tratarse de un camionero, un abogado, un cholo. Nada más lejos. ¿O más cerca? Mujeres que se quitan los senos, que se mutilan para convertirse en lo más parecido a un hombre. Que a punta de injertos se hacen construir lo más parecido a un pene. Que se han cubierto de grueso vello el pecho, los brazos, las piernas. Que, orgullosas, presumen los músculos cultivados en el gimnasio. El cuerpo de Loren es el mejor ejemplo: labrado entre pesas y esteroides, adornado con tatuajes infinitos, es un prodigio incompleto. Al final, entre las piernas, el musgo rubio no cubre el apéndice esperado.
Hay retratos de hombres en tacones, de larga melena y falda cortísima. Labios rellenos de colágeno, pechos rellenos con silicón. Piernas que lucen depilación láser y, entre las ingles, el sello distintivo del género masculino… o no. También se pueden ver fotos de auténticos hermafroditas.
Las imágenes de Loren son incómodas. Provocadoras. Insolentes. Mueven a la reflexión. Al igual que Loren, cada uno de sus retratados ha llevado hasta sus últimas consecuencias la búsqueda de la felicidad. En ejercicio de este derecho han derrumbado tabúes. Han roto con el pasado, algunos incluso con sus familias. Desafiaron a su Iglesia, se refugiaron en otra o prescindieron de ella. Eso sí: conservaron la fe para volver a empezar.
¿Con cuál te identificas?
Quién sabe si en el futuro habrá muchas más personas como Loren Cameron. Lo que sí sucederá, seguramente, es que serán más visibles. Menos discriminadas. Con suerte, más comprendidas. Como los gays. Si hemos llegado al punto en que un RBD sale del clóset con cobertura nacional, pronto veremos que México no puede escapar a esta apertura, así sea dictada por la globalización y las reglas del mercado.
Estamos aprendiendo, como sociedad, a aceptar que no todos somos heterosexuales. Que no tiene por qué gustarnos lo mismo. Que no todos pensamos igual ni nos regimos por los mismos valores religiosos. Y que eso está bien. Que podemos vivir en la diversidad, convivir en la pluralidad.
Por eso no dejo de pensar en lo que dijo Felipe Calderón al criticar a quienes plantean la despenalización del aborto: “Estos temas implican concepciones profundas de los mexicanos”. Como si los mexicanos fuéramos una masa uniforme y estática. Habría que preguntarle: ¿de cuáles mexicanos habla, señor presidente?
¿De los hombres que golpean a sus esposas? ¿De los que dejan la quincena en el table? ¿De los que mantienen una casa chica? ¿De los juniors que se fugan con ayuda de papi cuando la novia resulta embarazada? ¿De las chavitas que se embarazan para obligar al novio a casarse? ¿De las madres solteras que no eligieron criar solas a sus hijos?
¡Panista, adopta un niño!
Cada cabeza es un mundo. Sin embargo, es muy probable que el señor presidente crea que las “concepciones profundas” de la dirigencia panista son las mismas del resto de la población. Y si no, qué importa, igual hace lo que puede para imponerlas a la fuerza.
Ahora, con el debate sobre el aborto, los blanquiazules dicen que sí están a favor de la educación sexual… pero quién sabe qué entiendan por eso: están en contra del condón, de la píldora del día siguiente, del sexo placentero; se oponen siquiera a explicar la homosexualidad a los adolescentes. Lo suyo no es ser felices, ni hacer feliz a nadie.
Expertos en hacer que todo parezca castigo divino, proponen que en lugar de interrumpir un embarazo no deseado, la mujer dé al bebé no deseado en adopción.
En eso estaríamos de acuerdo, siempre y cuando los panistas predicaran con el ejemplo. Santiago Creel, promotor de la idea, en primer lugar.
El Senado podría suscribir la propuesta del periodista Francisco Báez, sencilla, bien estructurada y muy accesible en su blog. Dice el ex director de El Nacional que la legislación sobre el aborto se quede como está a condición de que:
“1. Todos los hijos no deseados sean adoptados por los militantes y adherentes del PAN.
“2. Que aquellos militantes destacados, con puestos de elección popular o con grandes fortunas adopten en proporción a sus cargos y sus ingresos.
“3. Que los infantes adoptados sean tratados exactamente igual que los hijos propios. Que los lleven a la misma escuela, hasta la universidad; que les revisen la tarea, les hagan fiesta de cumpleaños con pastel, mago y piñata, los lleven a pasear al parque, les compren su Cajita Feliz y les digan que los quieren mucho”.
Además, Báez tiene proyectada la cuota que le tocaría a los panistas: “Según los cálculos de la Secretaría de Salud, en el país se realizan cada dos años tantos abortos como militantes y adherentes del PAN: 1 millón 100 mil. Esto quiere decir que, en promedio, cada panista (200 mil) deberá adoptar un niño cada dos años” y que cada adherente (900 mil) “lo haga cada tres años”. Quedaría un excedente de unos 50 mil angelitos anuales, a distribuirse entre alcaldes, gobernadores, miembros del CEN, legisladores y presidente de la República. Por el tamaño de su patrimonio, “a Diego Fernández de Cevallos le tocarían 257 niños extra al año”. Más que justo, ¿no les parece?
Después ya nada más nos quedaría por ver el acto supremo de coherencia albiazul: la primera procesión multitudinaria, encabezada por Carlos Abascal y Mariana Gómez del Campo, para exigir castigo a los sacerdotes violadores de niños y a sus encubridores. Saldrían de La Villa y llegarían al Zócalo, donde harían un rosario viviente para rezar por la vida… de esos seres inocentes, débiles e indefensos,
víctimas de sus propios confesores.
Con eso harían felices a miles.