LA GUERRA CRISTERA NO ES ALGO QUE LLENE DE ORGULLO A LOS ZACATECANOS
La representante nacional de este concurso de belleza, vestiría un atuendo que hace alusión a los cristeros, fanáticos religiosos que en los años 20 y 30 defendieron los intereses del clero contra la Constitución de 1917, que estableció límites para la injerencia de éste en la vida del país
Edgar González Ruiz
La concursante que representará a México en el certamen Miss Universo, a realizarse en el Distrito Federal y en Cancún en el próximo mes de mayo, vestiría un atuendo que hace alusión a los cristeros, fanáticos religiosos que en los años 20 y 30 defendieron los intereses del clero contra la Constitución de 1917, que estableció límites para la injerencia de éste en la vida del país.
La polémica no se hizo esperar y, finalmente, se anunció que el diseño con el que participaría Rosa María Ojeda, representante de Nuestra Belleza México, se modificaría.
Los conflictos políticos y religiosos enfrentaron a diversos grupos, por ello vale la pena recordar esta etapa de la historia de México.
Los hechos principales de la lucha cristera ocurrieron de 1926 a 1929, pero en los años 30, los seguidores de los cristeros volvieron a tomar las armas, identificados ahora por su gran simpatía hacia las potencias del Eje y en particular hacia el español Francisco Franco, a quien querían emular instaurando en México una dictadura católica.
Esos nuevos cristeros mutilaban a las maestras rurales por permitir la educación mixta, de niños y niñas, así como los rudimentos de la educación sexual, enseñándoles a los niños que no habían llegado al mundo traídos por una mítica cigüeña, ni envueltos en cajitas, como pregonaban las buenas conciencias hasta hace unas décadas.
Vale la pena recordar cómo eran los cristeros, con algunos testimonios tomados de sus escritos y de archivos de quienes fueron sus dirigentes, así como de testigos de los hechos.
Uno de los episodios más inhumanos protagonizados por los cristeros en la guerra de 26 a 29 fue el asalto al tren de L a Barca, cerca de Guadalajara, perpetrado el 19 de abril de 1927, por el antiguo cura de Arandas, Jalisco, y luego general cristero José Reyes Vega.
En el asalto y posterior combate entre soldados y cristeros murieron no pocos de los 52 federales, que custodiaban y conducían 120 costales con mil pesos fuertes de plata cada uno y un baúl lleno de monedas de oro. Los cristeros incendiaron varios coches del tren para que los pasajeros murieran quemados.
En una nota de El Universal, publicada el 22 de abril de 1927, un testigo presencial de los hechos, Eduardo Mestre, apuntaba: “El ataque que sufrió el tren de Guadalajara, la noche del martes de la presente semana, no creo que tenga precedente en la historia de los atentados ferrocarrileros en México, tanto por las terribles penas que sufrieron los pasajeros durante tres mortales horas, como por el enorme número de víctimas inocentes que hubo que lamentar”.
El asalto al tren de Guadalajara no es el único episodio estremecedor de la violencia que ejercieron los cristeros. Hasta los propios apologistas de los cristeros se han referido a las atrocidades cometidas por ellos.
Asaltos a trenes, fusilamientos, castigos sanguinarios contra soldados y agraristas, a quienes los cristeros solían echar tierra en la cara luego de asesinarlos, para reprocharles su necesidad de parcelas, son episodios que abundan en los relatos sobre el comportamiento del bando que en la guerra cristera pretendía defender los intereses divinos.
En sus Episodios de la guerra cristera (Costa Amic, México, 1976), José Guízar Oceguera, quien fue coronel de los cristeros, relata la masacre que éstos cometieron contra los habitantes del barrio de La Lagunilla en Cotija, acerca de quienes dice Guízar: “...Eran hombres muy religiosos, trabajadores y pacíficos”.
Sin embargo, en esa guerra cometieron el “pecado” de no simpatizar con la bandera de Dios: “Nos perjudicaban porque p roporcionaban informes a las tropas del Gobierno y les servían de guías. Además, como la ranchería se encontraba dentro de la zona rebelde, constituía un estorboso baluarte”.
El 5 de mayo los cristeros atacaron el barrio, tomando sus casas una a una. Al final, sólo quedaba por tomar la casa comunal. A decir de Guízar Oceguera, el “señor cura” y el general cristero les ofrecieron la rendición, pero uno de los enviados de los cristeros fue muerto por los defensores, por lo cual “el grupo nuestro llegó a la parte baja de la casa fortificada y con machetes rajaron la puerta para astillarla y luego le prendieron fuego. Así, ante la amenaza de las llamas se rindieron”.
Haciendo el papel de Poncio Pilatos, el general cristero “presionado por los familiares del muerto y de los heridos” optó por fusilar a los defensores de la casa comunal. A la violencia cruel del hecho se suma el cinismo de la justificación que cinco décadas después elabora Guízar Oceguera, quien en su libro no vacila en calificarse a sí mismo como un “Quijote”: “Así murieron estos hombres tan cristianos como nosotros, campesinos como la mayoría de los cristeros, tan valientes como ellos. Víctimas de la guerra civil, la peor de todas las guerras. Víctimas de la tiranía y de la intolerancia de (Plutarco Elías) Calles que la desencadenaron”. Se trata del sofisma del criminal de guerra que quiere encontrar otros culpables de los asesinatos que por propia mano cometió: no fue Calles quien fusiló a los defensores de La Lagunilla, fueron los cristeros.
Muchos maestros y maestras rurales fueron mártires de la enseñanza y del progreso nacional. Los cristeros los quemaban vivos, luego de mutilarlos cortándoles las orejas, castrándolos y extirpándoles la lengua, o matándolos de otras formas horrendas.
En las dos guerras cristeras, los fanáticos se ensañaron contra los educadores. Uno de los muchos casos conocidos, incluidos en el libro Educación y revolución social en México (1921 a 1940), de David L. Raby, (SEP, México, 1974), fue un “incidente particularmente brutal”, que “fue el asesinato de María Murillo, joven y dedicada maestra amada por todos los habitantes del poblado de Huiscolo, municipio de Tabasco, Zacatecas. En noviembre de 1936 fue destazada por un grupo de hombres armados que mutilaron su cuerpo y exhibieron sus senos cercenados a ambos lados del camino “como ejemplo”; a la mañana siguiente el cura del lugar dio misa y absolvió a los asesinos. La señorita Murillo fue muerta por ser comunista y porque siendo maestra federal apoyaba el reparto de tierras a los campesinos, mientras que la gran mayoría del clero condenaba el agrarismo como despojo y amenazaba a los campesinos que recibieran tierras con los castigos eternos del infierno”.
El 17 de junio de 2001, el periodista Salvador Frausto de El Universal, retomó el tema de la maestra María Murillo, haciendo pesquisas en el poblado donde ocurrieron los hechos arriba mencionados.
Como señala Frausto, en dicho lugar hay una escuela rural federal que lleva el nombre de la maestra asesinada. En la fecha en que él hizo la investigación, el director de esa escuela pensaba proponer ante el cabildo que la maestra fuera nombrada “mujer ilustre” de la región, donde la gente se refiere a ella como “la maestra mártir”. Desde 1983 se lleva a cabo año con año un homenaje en el lugar de su sacrificio, que es la escuela que lleva su nombre y donde hay además un busto suyo que se implantó en 1985.
Ampliando y precisando la versión de Raby, Frausto relata: “Fue la madrugada del 26 de octubre de 1935. Le advirtieron que se fuera, no lo hizo. La violaron, la golpearon, la amarraron con una soga de los pies y la arrastraron a galope de caballo por el camino terregoso que lleva a la salida de Huiscolco. Y le cortaron los senos. Y los colgaron en arbustos localizados en la orilla de camino. Uno a la derecha, otro a la izquierda. Como ejemplo, para que los demás maestros rurales desistieran de impartir educación socialista...”.
Entrevistados por Frausto, algunos de los ex alumnos de María Murillo, quien tenía 45 años cuando fue asesinada, “recuerdan los gemidos que emitía la maestra agonizante, abandonada por la turba de cristeros, tras ser acribillada, a la salida del poblado...”.
De acuerdo con esos testimonios, ella vivía en un rancho llamado San Antonio, donde daba clases, pero “se peleó con el cacique, don Antonio, porque él no quería que sus trabajadores aprendieran a leer y escribir: Don Antonio fue el que le calentó la cabeza al cura que dizque la maestra era protestante, le decía... Total que María Murillo se vino para acá y aquí era muy querida, pero se peleó con el cura porque le pidió que mandara a la escuela a los niños que iban al catecismo”.
De acuerdo con Rubén Lara, cronista del municipio de Tabasco, donde se ubica Huiscolco, “...la maestra Murillo se limitaba a impartir clases de español, matemáticas, algo de ciencias sociales y un poco de ciencias naturales. En cuanto a la cuestión sexual, solamente les hablaba a sus alumnos sobre el funcionamiento de los aparatos reproductores. “Les aclaraba que los bebés no venían de la cigüeña ni los dejaba alguien en una canasta a la puerta de las casas. No más”.
Según el profesor Aureliano Montoya, director de la escuela María R. Murillo, esa maestra es un ejemplo de vocación magisterial, quien dedicó su vida a la enseñanza, y enfatiza: “...era señorita a los 45 años”. Ese dato se asienta en el acta de defunción de la maestra, documento donde se menciona también que murió sin recibir atención médica.
“Los cristeros le pidieron a la maestra los libros con los que enseñaba, para ver si no eran inmorales o procomunistas, fueron a la escuela y los revisaron durante largo rato, ¿pero qué podían revisar?, la mayoría no sabían leer, eran analfabetas, pero aún así dictaminaron que la maestra era comunista, lo que le mereció el castigo... Después fueron por ella y la martirizaron, se la llevaron arrastrando hasta la orilla del pueblo, donde la dejaron... Algunos vecinos, al oírla gemir, se despertaron y trataron de salvarle la vida, la llevaron en un ‘tepeiste’ (como una camilla) a la cabecera municipal (Tabasco), pero ahí murió antes de ser atendida por algún médico”.
Tanto el cronista de Tabasco como el director de la mencionada escuela rechazan, al igual que pobladores de ese lugar, que la maestra fuera protestante. Por el contrario, afirman que era católica protestante: “María daba clases en un cuartito chiquito que está por aquí cerca (de la escuela que lleva su nombre), y en el cuartito de a lado se quedaba a dormir. En una pared de adobe de su habitación tenía, y aún se conserva, un Cristo forjado en barro”.
Cuando Salvador Frausto escribió su reportaje, tuvo oportunidad de abordar a uno de los cristeros que participaron en el asesinato de María Refugio Murillo, pero “el anciano declinó hablar y se retiró del lugar”.
Uno de los habitantes del lugar comentó al respecto: “Tiene miedo, piensa que se lo va a llevar el Gobierno, vive con ese tormento”.
1 Nótese que las atrocidades cometidas con la maestra María Murillo nos podrían llevar a considerarla una especie de Santa Agueda de la enseñanza (la historia de esta última puede leerse en Santiago de la Vorágine. La leyenda dorada, Alianza Forma, 1987, pp.167 a 170).