DESAFIO
Diario Libetad: Rafael Loret de Mola
*Vetos Fundamentalistas
*Críticas Insoportables
*Huellas de Dictadores
Bien sabemos que Andrés Manuel López Obrador insiste, sin pausa, en lo que él llama un “boicot” de los medios informativos, con sus excepciones claro, contra su movimiento de resistencia política. Pese a ello, entre algunos de quienes han sido señalados por el tabasqueño priva otro criterio: es él quien se niega a aceptar las entrevistas incómodas, esto es cuantas no se gesten en las voces de sus incondicionales y no sean controlables en cuanto a sus efectos. Por ejemplo, y esto lo subrayo con conocimiento de causa, en no pocas ocasiones se ha negado a asistir a los platós televisivos de una de las cadenas privadas satanizadas por él alegando que no tiene caso concurrir a donde sólo le esperan trampas.
Desde luego, ello no puede negarse, hay informadores con banderas desplegadas a favor de la continuidad que sostienen criterios fascistas y apuestan por la bancarrota del dolido opositor aislándolo, con evidente torpeza, de la cotidianeidad informativa. Para justificar tal postura extrema no falta el alegato sobre el imperativo de “responder” con silencio a las sostenidas bravatas retóricas del ex jefe del gobierno defeño en su pretensión de constituirse en una especie de juez implacable sobre las conductas que no le son afines. El boicot no es total, incluso en alguna medida prohijado por el propio protagonista, pero no es dable negar que existe bajo el peso de las intolerancias mutuas.
La derecha suele ir por la misma senda en perspectivas en apariencia distantes. Hace una semana, en Madrid, el grupo PRISA que publica el prestigiado “El País”, uno de los primeros emblemas informativos que surgieron tras la muerte de Francisco Franco en 1975 y con clara tendencia izquierdista, fue abiertamente censurado por los dirigentes del Partido Popular y, en concreto, por Mariano Rajoy, el gallego –como Franco- que perdió la jefatura de gobierno hace tres años si bien se ha mantenido en la línea de fuego listo a disputar el mismo cargo en las elecciones generales del próximo año a José Luis Rodríguez Zapatero, su vencedor. No hay misterio alguno sobre las postulaciones de sendos personajes. La democracia, en fin, siempre ancla en los personalismos.
Rajoy, en su condición de jefe de la oposición porque no pudo serlo del gobierno, conserva espacio y tribuna exactamente frente a la curul que ocupa, en la Cámara de los Diputados, Rodríguez Zapatero. No anda a salto de mata, aun cuando también utiliza la calle para elevar sus exigencias, sobre todo respecto a las negociaciones soterradas entre el gobierno y el grupo terrorista ETA que constituyen el mayor dolor de cabeza para los socialistas en el poder exhibidos, en no pocas ocasiones, por su negligencia y tibieza. Incluso después del criminal atentado de diciembre pasado en el madrileño aeropuerto de “Barajas”, con saldo de dos ecuatorianos asesinados –sus familia obtuvieron, sobre el rastro de la sangre, el mayor galardón para los emigrantes: la nacionalidad española amen de una generosa pensión-, el presidente Rodríguez Zapatero, si bien anunció el fin de todo contacto con ETA, se cuidó de cancelar las vías políticas con Batasuna, el brazo digamos “institucional” en cuanto tiene formación partidista, de los vascos extremistas.
En un clima enrarecido por la polarización –los amables lectores seguramente dirigirán sus pensamientos hacia el símil evidente con el ámbito mexicano-, el presidente del Grupo PRISA, Jesús de Polanco, acusó a los “populares” de ser un grupo que acaso añora “volver a la guerra civil”. Y Rajoy le respondió diciendo que ningún miembro de su partido volvería a acudir a una convocatoria periodística de la empresa en cuestión ni a conceder siquiera una entrevista en tanto Polanco no rectificara.
*Vetos Fundamentalistas
*Críticas Insoportables
*Huellas de Dictadores
Bien sabemos que Andrés Manuel López Obrador insiste, sin pausa, en lo que él llama un “boicot” de los medios informativos, con sus excepciones claro, contra su movimiento de resistencia política. Pese a ello, entre algunos de quienes han sido señalados por el tabasqueño priva otro criterio: es él quien se niega a aceptar las entrevistas incómodas, esto es cuantas no se gesten en las voces de sus incondicionales y no sean controlables en cuanto a sus efectos. Por ejemplo, y esto lo subrayo con conocimiento de causa, en no pocas ocasiones se ha negado a asistir a los platós televisivos de una de las cadenas privadas satanizadas por él alegando que no tiene caso concurrir a donde sólo le esperan trampas.
Desde luego, ello no puede negarse, hay informadores con banderas desplegadas a favor de la continuidad que sostienen criterios fascistas y apuestan por la bancarrota del dolido opositor aislándolo, con evidente torpeza, de la cotidianeidad informativa. Para justificar tal postura extrema no falta el alegato sobre el imperativo de “responder” con silencio a las sostenidas bravatas retóricas del ex jefe del gobierno defeño en su pretensión de constituirse en una especie de juez implacable sobre las conductas que no le son afines. El boicot no es total, incluso en alguna medida prohijado por el propio protagonista, pero no es dable negar que existe bajo el peso de las intolerancias mutuas.
La derecha suele ir por la misma senda en perspectivas en apariencia distantes. Hace una semana, en Madrid, el grupo PRISA que publica el prestigiado “El País”, uno de los primeros emblemas informativos que surgieron tras la muerte de Francisco Franco en 1975 y con clara tendencia izquierdista, fue abiertamente censurado por los dirigentes del Partido Popular y, en concreto, por Mariano Rajoy, el gallego –como Franco- que perdió la jefatura de gobierno hace tres años si bien se ha mantenido en la línea de fuego listo a disputar el mismo cargo en las elecciones generales del próximo año a José Luis Rodríguez Zapatero, su vencedor. No hay misterio alguno sobre las postulaciones de sendos personajes. La democracia, en fin, siempre ancla en los personalismos.
Rajoy, en su condición de jefe de la oposición porque no pudo serlo del gobierno, conserva espacio y tribuna exactamente frente a la curul que ocupa, en la Cámara de los Diputados, Rodríguez Zapatero. No anda a salto de mata, aun cuando también utiliza la calle para elevar sus exigencias, sobre todo respecto a las negociaciones soterradas entre el gobierno y el grupo terrorista ETA que constituyen el mayor dolor de cabeza para los socialistas en el poder exhibidos, en no pocas ocasiones, por su negligencia y tibieza. Incluso después del criminal atentado de diciembre pasado en el madrileño aeropuerto de “Barajas”, con saldo de dos ecuatorianos asesinados –sus familia obtuvieron, sobre el rastro de la sangre, el mayor galardón para los emigrantes: la nacionalidad española amen de una generosa pensión-, el presidente Rodríguez Zapatero, si bien anunció el fin de todo contacto con ETA, se cuidó de cancelar las vías políticas con Batasuna, el brazo digamos “institucional” en cuanto tiene formación partidista, de los vascos extremistas.
En un clima enrarecido por la polarización –los amables lectores seguramente dirigirán sus pensamientos hacia el símil evidente con el ámbito mexicano-, el presidente del Grupo PRISA, Jesús de Polanco, acusó a los “populares” de ser un grupo que acaso añora “volver a la guerra civil”. Y Rajoy le respondió diciendo que ningún miembro de su partido volvería a acudir a una convocatoria periodística de la empresa en cuestión ni a conceder siquiera una entrevista en tanto Polanco no rectificara.
¿Qué fue primero?, podríamos preguntarnos evadiéndonos también del fondo de la controversia. Porque no son pocos quienes piensan que la responsabilidad debe centrarse en la mano que arroja la primera piedra, nada más, sin examinar a fondo las intolerancias mutuas. Tal criterio, desde luego, obnubila las mentes y limita el sano ejercicio dialéctico llamado a regir las normas esenciales de la convivencia humana. Al final de cuentas, no importa tanto quien comienza la escalada sino el comportamiento faccioso de los bandos enfrentados.
Lo más grave, sin embargo, no es la crítica, que puede o no ser considerada exagerada y hasta desquiciante, sino la intolerancia política hacia las opiniones en contrario bajo la falaz argumentación de que sólo exhiben las marcadas inducciones de sus adversarios ideológicos por el empeño de socavarlos y destruirlos, ofendiéndolos con juicios sumarios extremos. De allí la solicitud de una disculpa para intentar zanjar una controversia sin posibilidad alguna de un desenlace digno.
Seamos puntuales: aun en caso de que los señalamientos fueran viscerales, o marcados con un inocultable acento sectario, quienes conforman el gobierno, es decir cuantos lo ejercen y aquellos que disiente desde cargos públicos como lo son los legislativos, deben asimilarlos y responder en consecuencia, una y cien veces, las que fuesen necesarias, hasta agotar el tema posibilitando a la sociedad la toma de criterios. Y siempre habrá personas en pro o en contra, si bien la regla democrática privilegia el sentir de las mayorías.
Lo intolerable es extender un veto informativo, sea cualquiera la postura ideológica de los emisores, con el pretexto de sentirse víctimas propiciatorias de las andanadas críticas. De extenderse tal condición, los diarios serían sólo pasquines editados por los partidos políticos, el gobierno o cualquiera de los grupos de presión conocidos, como la Iglesia, la clase patronal o el ejército, y obviamente destinados sólo a la defensa de los intereses de cada cual. Por desgracia esta posibilidad se ensancha cuando la crispación política domina los escenarios con los riesgos consecuentes contra la estabilidad general. Los ejemplos están, cuando menos entre los mexicanos, muy a la vista.
El pecado no es la censura porque ésta, en realidad, es sólo efecto de la intolerancia facciosa.
La cuestión podría zanjarse con el espíritu de Salomón y con penitencias extendidas hacia los bandos en pugna. En la perspectiva del “cerco informativo” que dice sufrir López Obrador, como muestra, éste no debería refugiarse en su intolerancia para vadearse de los cuestionamientos no controlables e incluso irritantes; ni sus adversarios incrustados en los medios tendrían derecho a segregarlo dado el peso específico del dirigente ante un amplio sector de mexicanos. Desde un polo y otro se niegan los sustentos democráticos con la sociedad convertida en rehén de los caprichos mutuos.
Desde luego, la opinión pública siempre tiene la llave en la mano. Le basta con cambiar de frecuencia y canal en sus receptores de radio y televisión para extender su libertad de decisión; o adquirir o no los cotidianos que se exhiben por sus criterios facciosos. Sólo que cuando se procede así también se rehuye el debate y se cierran las mentes hacia la diversidad. No se olvide que fue Gustavo Díaz Ordaz, uno de los autócratas clásicos, quien señaló:
--Mis mejores días son aquellos en los que no salen los periódicos.
Antecedente del “ni los veo, ni los oigo” de Carlos Salinas. Si tales son los modelos de la intolerancia más nos valdría alejarnos de ellos. Si a bien lo tienen, claro.
Modas, al fin, en España se borraron las huellas de la dictadura. Ni una sola calle ni una plaza ostentan los nombres de quienes fueron pendones de la dictadura franquista. La llamada “Avenida del Generalísimo”, la de más castizo “caché” de Madrid, regresó a sus orígenes y ahora es nombrada como antaño, “Paseo de la Castellana”, y El Ferrol, el pueblecillo pesquero de Galicia en donde nació el viejo tirano extinto, ya dejó de llevar el odiado agregado: “del Caudillo”.
En México nos quedamos siempre a la mitad. En la capital mexicana, circundante al conocido “parque hundido” sobre la Avenida de los Insurgentes, una calle lateral ostenta el nombre del dictador que prohijó la Revolución Mexicana si bien con una anotación: “Coronel Porfirio Díaz”. Esto es coronel y no general. Porque, claro, con el rango primero se convirtió en el héroe del 2 de abril, de allí la efeméride de hoy, tras vencer al “ejército más poderoso del mundo”, el francés, en las inmediaciones de Puebla. Luego vendría el 5 de mayo y la exaltación del general Ignacio Zaragoza.
Coronel, no general; honra al soldado patriota, no al autócrata que se consideró insustituible.