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lunes, 23 de abril de 2007

CIUDAD PERDIDA

Miguel Angel Velázquez


Aborto, asunto de hegemonía

* La derecha neoliberal encadenó a la soberanía
* Libre albedrío en el DF


Para todos debería quedar claro, pero muy claro, que un Estado soberano no permite la intromisión de otro similar en asuntos que solo a él competen. En México, con el arribo de la derecha neoliberal al poder, la soberanía se encadenó, humillada, a los intereses globales, y con la cerviz encorvada el gobierno admitió que otros, ajenos, le marcaran el camino.

Luego de Estados Unidos, España ha llegado a violar la soberanía sin que el gobierno se incomode, y ahora es El Vaticano, que también mira a México como su feudo, el que se lanza a tratar de imponer sus intereses sobre la voluntad de la gente.

El Estado Vaticano pidió a los mexicanos que le hagan caso, combatir contra los legisladores de la Asamblea Legislativa que están en favor de la despenalización del aborto; es decir, un gobierno extranjero exige a los mexicanos que se dividan, y abona, desde luego, al odio que la misma derecha ha construido entre conacionales.

Pero además muestra, como ya hemos explicado aquí mismo, que el asunto del derecho de la mujer para decidir sobre su vida, para ellos, para la Iglesia, los empresarios poderosos y el gobierno, es algo más que un problema de salud pública, o de fe: se trata, principalmente, de un asunto político, de hegemonía.

Como era de esperarse, el gobierno de Felipe Calderón se guarda entre sus intereses espurios la legítima exposición de los motivos de este país para reclamar en voz alta la injerencia de un gobierno extranjero en los asuntos internos, y no es precisamente por cobardía, sino porque su complicidad trata de esquivar su ilegitimidad, su descrédito, y admite en la ineptitud el concurso de los ajenos.

La cerrazón de los grupos de derecha para aceptar que el caso del aborto es una cuestión de salud pública, no parece tener como base el precepto religioso pues, si así fuera, muchos males de muerte, en México y en una buena cantidad de países del mundo, podrían aliviarse con los millones y millones de dólares que acumula el gobierno Vaticano, y los hombres de la industria y el comercio que profesan su religión.

Así que el interés va por otro camino. México es un país considerado por las altas esferas de la Iglesia como sumamente católico, es decir, que sus habitantes se pliegan a los designios de la religión, inclusive por sobre las leyes del país, y es posible que sea cierto en buena parte de la República, pero en la ciudad de México ni el blanco-amarillo ni el púrpura tiñen tantas conciencias. El libre albedrío parece una conquista irrenunciable.

La capital del país se les ha ido de las manos. Aquí ya no viajan con todo el control. Influyen cada vez menos en la cosa política, no tienen peso sus desacreditados consejos sexuales, y sus excesos los relega de la vida social de las mayorías. Eso les preocupa mucho más que la salud de la mujeres o el destino de los niños no deseados. Saben que han perdido la batalla y van por la guerra total, sin importar quien perezca en ella.

Las voces de la Iglesia católica, incluyendo las del PAN-gobierno, han causado mucho ruido y, desde luego, han desatado el fanatismo de algunos pequeños grupos dispuestos inclusive al terrorismo, pero no han permeado la conciencia de los habitantes del DF, que caminan seguros en sus convicciones, y de algunos de sus representantes políticos que no están dispuestos a mercadear con la salud y el derecho de las mujeres.

¿Con todo y foto?

¿Qué quería el diputado? ¿La foto de su fechoría? Lo demás lo ha probado su propia historia.

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