DESAFIO
Rafael Loret de Mola
*Dilemas por el Poder
*Periodismo en Capilla
*La Única Gran Ventaja
Es curioso: la defensa del modelo económico y político implica la defenestración de la crítica. El procedimiento, desde luego, no es democrático desde ningún ángulo posible. De serlo, se privilegiaría el debate para llegar a conclusiones validadas por los consensos públicos y, desde luego, los políticos tendrían que enfrentar los juicios históricos... con cargas jurídicas. Para decirlo más claramente: dado los resultados evidentes, catastróficos, sería difícil que alguno de los ex presidentes no estuviera confinado.
Pese a las evidencias sobre desviaciones extremas y quehaceres amafiados, los incondicionales de tal o cual causa, lo mismo a través de la parafernalia oficial que en los cercos montados con sabor a chantaje desde una oposición sectaria y obcecada, optan por cuestionar la moral de los informadores y generalizan al juzgarlos como si todos, sin excepciones, obraran siguiendo los derroteros de las negociaciones soterradas, incluso aquellos que se oponen al estado de cosas y son señalados como alfiles de los intransigentes irresponsables deseosos de desestabilizar al país por la ambición extrema de conquistar el poder a cualquier costo.
La disputa se reduce a un juego casi infantil: considerar que cuantos figuran en los escenarios públicos, sean políticos, periodistas o relampagueantes figuras de la farándula o el deporte, tienen una historia oscura detrás que los inhabilita moralmente salvo si integran el grupo afín en donde se concentran bondades, destinos nobles y sapiencia. Los demás no sirven ni para bendita la cosa, mucho menos para tener altura de miras y señalar a los bandos contrarios. Es esto, precisamente, lo que deriva de la polarización social, magra herencia del foxismo que no ha sido suficientemente analizado.
Los mexicanos hemos perdido, al parecer, la batalla por la objetividad. Todo es según el color que conviene sectariamente. Y de esta manera la puesta de acuerdo resulta tarea casi imposible bajo el velo de las sospechas y, sobre todo, de la latente impunidad que ataja el imperativo de una revisión histórica y las consiguientes sentencias. Y no hablamos de los tiempos revolucionarios sino del pasado cercano que, contra la lógica, es bastante más nebuloso por efecto de las grandes complicidades; más todavía cuando se tiene miedo de develar los hechos. Tal es el caso, lamentable, de Felipe Calderón.
Insisto: como también se aseveró con Fox, el mandatario en funciones es hombre decente y bien intencionado. Pero con ello no basta para gobernar. Quizá la apuesta del personaje es por el equipo, lo mismo que ocurrió con Vicente, el de San Cristóbal ahora convertido en itinerante promotor de su causa, no la de México como pomposamente exalta cada vez que se dice demócrata al tiempo de justificar el uso de la parafernalia oficial para garantizar la continuidad política en flagrante contradicción de principios y modelos.
De allí la confrontación, que vuelve de nuevo a cobrar relevancia, entre quienes integran el poder público y defienden sus feudos de manera visceral, esto es como si tuviéramos todos la obligación de avalarlos por el mero hecho de que son funcionarios, y los medios de comunicación que forman una gama también muy amplia de propósitos, desde el ejercicio de la crítica independiente... hasta los vericuetos de las negociaciones corporativas con las que se intentan cubrir los espacios vacíos que deja la nueva clase gobernante.
Es obvio que no se puede tapar el sol con un dedo.
Debate
Las empresas de comunicación masiva y las aspirantes a integrar monopolios informativos se plantean, claro, conquistar y ejercer el poder a discreción. Así de claro. No por otra cosa la experiencia obtenida en el denso proceso electoral de 2006, con las encuestas gobernando la carrera por la Presidencia e induciendo al colectivo a seguir las líneas trazadas por los grandes diseñadores de imágenes, es ahora antecedente para comprender el posicionamiento, ante la “nueva” realidad mexicana, de las cadenas televisoras y los cotidianos con base en la capital del país dispuestos a crecer hasta quedarse solos en el mercado.
Con frecuencia me preguntan cuanto influyeron los medios masivos en la voluntad política de los mexicanos en julio pasado. Y es necesario puntualizar, entonces, la bifurcación que se dio: por una parte la crítica desnudó, aun cuando algunas no pudieran eludir su sabor faccioso, las reales intenciones y perfiles de los protagonistas; por la otra, los empresarios poderosos de la información abrevaron en las fuentes millonarias de la publicidad proselitista y acabaron dictando normas a los postulantes. No olvidemos aquellas reuniones en Valle de Bravo en las que el heredero del consorcio Televisa, Emilio Azcárraga Jean, ya convertido en magnate, se dio el lujo de compartir con el presidente en funciones y con los candidatos más representativos, sin excepción, en plena recta final y cuando los ánimos ya se habían crispado. De este escenario, por supuesto, salieron las estrategias finales. –“Confesiones y Penitencias”, Océano, 2007-.
Además, hay evidencias de sobra sobre aquellos informadores que, llevados por sus propias pasiones y apuestas, votaron antes de tiempo y pretendieron guiar a la opinión pública hacia el campo por ellos escogido. Fue entonces cando comenzaron, en cada bando, las descalificaciones y los estigmas al grado de concentrar avales sólo en aquellos incondicionales que, de plano, hicieron suyos los lineamientos de campaña incluyendo, claro, cada eslogan y cada mensaje diseñado para denostar a los adversarios. La mitad ganó y la otra perdió... como si se tratara de un juego de balompié cernido a los espejismos del fanatismo.
Toda esta carga ahora se releja en el escepticismo general y en la injuria fácil hacia cuantos no coinciden con los criterios de cada quien. Y, desde luego, la objetividad se plantea a partir de la definición de posturas: si se opta por la derecha cuando se exalte a ésta y viceversa. En el lado contrario, el de la izquierda beligerante, han colocado cartelillos, como en el viejo oeste, poniendo precios a las cabezas de los comunicadores que no llaman a López Obrador “presidente legítimo” y dudan sobre la seriedad de sus propuestas. No hay medias tintas... ni objetividad posible.
El Reto
La lucha, insisto, es por el poder. Lo quieren no sólo los grupos políticos asidos a la vida partidista, institucional; también cuantos se creen con el derecho de pasar facturas, desde los empresarios-guerreros, mismos que se inventaron la monserga sobre los “peligros” y dieron cauce y forma a la campaña negra, y los accionistas de cadenas, de televisión y cotidianos, con sobrada capacidad para inducir a una colectividad perezosa, igualmente acomodaticia y visceral. Los pecados políticos, en todo caso, son compartidos por toda la sociedad.
No es necesario subrayar los costos de la crispación que comienzan a ser evidentes con el abierto desdén hacia cualquier intento de análisis. En esta línea, no faltan quienes juegan a la crítica y pretenden contar con la verdad absoluta sin el menor rigor informativo o con clara tendencia a favorecer a uno de los bandos bajo el que se resguardan y por el que se promueven en la permanente danza de los dineros de la política acaso conectados con los financiamientos sucios. Sin embargo, es sencillo descubrir a los simuladores. Pero, por supuesto, éste es otro tema que deberemos desarrollar con amplitud.
Baste por ahora situar la polémica en la desatada lucha por el poder a la vista de los espacios vacíos y la reválida de la cobardía política.
La Anécdota
Decía un viejo maestro del periodismo:
--Los hombres del poder se olvidan de que siempre pasan. Los periodistas, en cambio, nos quedamos en la trinchera. Es ésta nuestra única gran ventaja.
La sentencia anima a quienes cuentan con la vocación de informar bajo el acecho de los poderosos perentorios. Lo lamentable es que, ya lo hemos visto, los detentadores del poder real, aquellos que no son votados y acaban por cooptar a las fugaces estrellas de la política –como el jocoso ex mandatario que está haciendo la legua con su mujer para animar los foros de ricachones ávidos de divertimiento-, siempre permanecen. Y ellos son los que, lamentablemente, anulan aquella entrañable sentencia. Porque, claro, los periodistas no duran tanto; y, además, se les olvida pronto.
*Dilemas por el Poder
*Periodismo en Capilla
*La Única Gran Ventaja
Es curioso: la defensa del modelo económico y político implica la defenestración de la crítica. El procedimiento, desde luego, no es democrático desde ningún ángulo posible. De serlo, se privilegiaría el debate para llegar a conclusiones validadas por los consensos públicos y, desde luego, los políticos tendrían que enfrentar los juicios históricos... con cargas jurídicas. Para decirlo más claramente: dado los resultados evidentes, catastróficos, sería difícil que alguno de los ex presidentes no estuviera confinado.
Pese a las evidencias sobre desviaciones extremas y quehaceres amafiados, los incondicionales de tal o cual causa, lo mismo a través de la parafernalia oficial que en los cercos montados con sabor a chantaje desde una oposición sectaria y obcecada, optan por cuestionar la moral de los informadores y generalizan al juzgarlos como si todos, sin excepciones, obraran siguiendo los derroteros de las negociaciones soterradas, incluso aquellos que se oponen al estado de cosas y son señalados como alfiles de los intransigentes irresponsables deseosos de desestabilizar al país por la ambición extrema de conquistar el poder a cualquier costo.
La disputa se reduce a un juego casi infantil: considerar que cuantos figuran en los escenarios públicos, sean políticos, periodistas o relampagueantes figuras de la farándula o el deporte, tienen una historia oscura detrás que los inhabilita moralmente salvo si integran el grupo afín en donde se concentran bondades, destinos nobles y sapiencia. Los demás no sirven ni para bendita la cosa, mucho menos para tener altura de miras y señalar a los bandos contrarios. Es esto, precisamente, lo que deriva de la polarización social, magra herencia del foxismo que no ha sido suficientemente analizado.
Los mexicanos hemos perdido, al parecer, la batalla por la objetividad. Todo es según el color que conviene sectariamente. Y de esta manera la puesta de acuerdo resulta tarea casi imposible bajo el velo de las sospechas y, sobre todo, de la latente impunidad que ataja el imperativo de una revisión histórica y las consiguientes sentencias. Y no hablamos de los tiempos revolucionarios sino del pasado cercano que, contra la lógica, es bastante más nebuloso por efecto de las grandes complicidades; más todavía cuando se tiene miedo de develar los hechos. Tal es el caso, lamentable, de Felipe Calderón.
Insisto: como también se aseveró con Fox, el mandatario en funciones es hombre decente y bien intencionado. Pero con ello no basta para gobernar. Quizá la apuesta del personaje es por el equipo, lo mismo que ocurrió con Vicente, el de San Cristóbal ahora convertido en itinerante promotor de su causa, no la de México como pomposamente exalta cada vez que se dice demócrata al tiempo de justificar el uso de la parafernalia oficial para garantizar la continuidad política en flagrante contradicción de principios y modelos.
De allí la confrontación, que vuelve de nuevo a cobrar relevancia, entre quienes integran el poder público y defienden sus feudos de manera visceral, esto es como si tuviéramos todos la obligación de avalarlos por el mero hecho de que son funcionarios, y los medios de comunicación que forman una gama también muy amplia de propósitos, desde el ejercicio de la crítica independiente... hasta los vericuetos de las negociaciones corporativas con las que se intentan cubrir los espacios vacíos que deja la nueva clase gobernante.
Es obvio que no se puede tapar el sol con un dedo.
Debate
Las empresas de comunicación masiva y las aspirantes a integrar monopolios informativos se plantean, claro, conquistar y ejercer el poder a discreción. Así de claro. No por otra cosa la experiencia obtenida en el denso proceso electoral de 2006, con las encuestas gobernando la carrera por la Presidencia e induciendo al colectivo a seguir las líneas trazadas por los grandes diseñadores de imágenes, es ahora antecedente para comprender el posicionamiento, ante la “nueva” realidad mexicana, de las cadenas televisoras y los cotidianos con base en la capital del país dispuestos a crecer hasta quedarse solos en el mercado.
Con frecuencia me preguntan cuanto influyeron los medios masivos en la voluntad política de los mexicanos en julio pasado. Y es necesario puntualizar, entonces, la bifurcación que se dio: por una parte la crítica desnudó, aun cuando algunas no pudieran eludir su sabor faccioso, las reales intenciones y perfiles de los protagonistas; por la otra, los empresarios poderosos de la información abrevaron en las fuentes millonarias de la publicidad proselitista y acabaron dictando normas a los postulantes. No olvidemos aquellas reuniones en Valle de Bravo en las que el heredero del consorcio Televisa, Emilio Azcárraga Jean, ya convertido en magnate, se dio el lujo de compartir con el presidente en funciones y con los candidatos más representativos, sin excepción, en plena recta final y cuando los ánimos ya se habían crispado. De este escenario, por supuesto, salieron las estrategias finales. –“Confesiones y Penitencias”, Océano, 2007-.
Además, hay evidencias de sobra sobre aquellos informadores que, llevados por sus propias pasiones y apuestas, votaron antes de tiempo y pretendieron guiar a la opinión pública hacia el campo por ellos escogido. Fue entonces cando comenzaron, en cada bando, las descalificaciones y los estigmas al grado de concentrar avales sólo en aquellos incondicionales que, de plano, hicieron suyos los lineamientos de campaña incluyendo, claro, cada eslogan y cada mensaje diseñado para denostar a los adversarios. La mitad ganó y la otra perdió... como si se tratara de un juego de balompié cernido a los espejismos del fanatismo.
Toda esta carga ahora se releja en el escepticismo general y en la injuria fácil hacia cuantos no coinciden con los criterios de cada quien. Y, desde luego, la objetividad se plantea a partir de la definición de posturas: si se opta por la derecha cuando se exalte a ésta y viceversa. En el lado contrario, el de la izquierda beligerante, han colocado cartelillos, como en el viejo oeste, poniendo precios a las cabezas de los comunicadores que no llaman a López Obrador “presidente legítimo” y dudan sobre la seriedad de sus propuestas. No hay medias tintas... ni objetividad posible.
El Reto
La lucha, insisto, es por el poder. Lo quieren no sólo los grupos políticos asidos a la vida partidista, institucional; también cuantos se creen con el derecho de pasar facturas, desde los empresarios-guerreros, mismos que se inventaron la monserga sobre los “peligros” y dieron cauce y forma a la campaña negra, y los accionistas de cadenas, de televisión y cotidianos, con sobrada capacidad para inducir a una colectividad perezosa, igualmente acomodaticia y visceral. Los pecados políticos, en todo caso, son compartidos por toda la sociedad.
No es necesario subrayar los costos de la crispación que comienzan a ser evidentes con el abierto desdén hacia cualquier intento de análisis. En esta línea, no faltan quienes juegan a la crítica y pretenden contar con la verdad absoluta sin el menor rigor informativo o con clara tendencia a favorecer a uno de los bandos bajo el que se resguardan y por el que se promueven en la permanente danza de los dineros de la política acaso conectados con los financiamientos sucios. Sin embargo, es sencillo descubrir a los simuladores. Pero, por supuesto, éste es otro tema que deberemos desarrollar con amplitud.
Baste por ahora situar la polémica en la desatada lucha por el poder a la vista de los espacios vacíos y la reválida de la cobardía política.
La Anécdota
Decía un viejo maestro del periodismo:
--Los hombres del poder se olvidan de que siempre pasan. Los periodistas, en cambio, nos quedamos en la trinchera. Es ésta nuestra única gran ventaja.
La sentencia anima a quienes cuentan con la vocación de informar bajo el acecho de los poderosos perentorios. Lo lamentable es que, ya lo hemos visto, los detentadores del poder real, aquellos que no son votados y acaban por cooptar a las fugaces estrellas de la política –como el jocoso ex mandatario que está haciendo la legua con su mujer para animar los foros de ricachones ávidos de divertimiento-, siempre permanecen. Y ellos son los que, lamentablemente, anulan aquella entrañable sentencia. Porque, claro, los periodistas no duran tanto; y, además, se les olvida pronto.