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viernes, 2 de febrero de 2007

LA AMBICION DE PODER: CONFLICTO ENTRE YUNQUISTAS

PAN partido

Ricardo Raphael
2 de febrero de 2007

El enfermo anda negando su enfermedad. Mientras más insistan los panistas que en su partido no hay crisis, más se confirmará el diagnóstico. No se trata de un asunto sólo de formas, ni puede resolverse con una foto donde los adversarios sonríen y se dan la mano. El PAN trae el alma revuelta y más vale que comiencen a reconocerlo.

Los síntomas son varios y bien les haría visitar a un terapista de pareja para enfrentarlos. Algo de importancia tiene para esta situación que el Presidente de la República y el presidente del CEN del PAN, Manuel Espino, se entiendan tan poco.

También influye que la relación entre algunos de los hombres más cercanos a Vicente Fox y los calderonistas no haya quedado en buenos términos. Y a estos conflictos de cúpula se suma además que la vida local de ese partido ande tan enredada.

Sin embargo, detrás de todas estas expresiones de malestar está una sincera confusión de sentimientos: a más de seis años de haber ganado por primera vez la silla presidencial, el PAN aún no ha podido asumir su nueva identidad.

Detenerse en los detalles de la mala relación Espino-Calderón o en las pugnas entre foxistas y calderonistas, o poner la lupa sobre los conflictos locales puede ser sabroso para cotillear a sus espaldas, pero no sirve para mucho más. Lo que verdaderamente palpita como importante es la indefinición que este partido padece respecto del papel que habría de jugar en la política mexicana.

¿Son o no partido en el poder? En toda objetividad no tendría por qué haber duda respecto de esta interrogante. Además de haber ganado la Presidencia de la República, es el partido con más senadores (52) y con más representantes en la Cámara Baja (206). Gobierna además en nueve estados y en 437 municipios, la gran mayoría de ellos con gran concentración poblacional. Esto en cualquier libro de texto correspondería a la definición de partido en el poder.

Y sin embargo, sus dirigentes andan muy ufanos diciendo lo contrario. En palabras de su secretario general adjunto, Carlos Abascal Carranza: "No somos el partido político en el poder. somos el partido del que emana el Ejecutivo federal. Esta es la nueva definición". Barroquismo que abruma. ¡Ah, cómo hace falta el antiguo vocero Rubén Aguilar para explicar lo que quiso decir el ex secretario de Gobernación!

Lejos de la palabrería pareciera, no obstante, asomarse una intención política precisa: que el Presidente de la República no se meta en la vida interna del PAN, ni el PAN se meta con los asuntos del Ejecutivo. Si a partir de esta premisa hay además coincidencia y colaboración entre ambos, en buena hora, y si no, que viva la independencia mutua y santas pascuas. Unos llaman a este arreglo sana cercanía y otros saludable distancia, pero para efectos prácticos es la misma cosa.

Esta definición es incomprensible cuando se está fuera del PAN. Si los electores dieron su mandato para que un partido encabezara el gobierno y también fuera mayoría en el Congreso, ¿con qué justificación salen ahora los panistas a contravenir públicamente la soberanía popular? Fuera de esa casa los ánimos no están como para entender por qué lo parejo ha de ser chipotudo. Muy al contrario, genera desconfianza que pudiendo arreglar sus cuitas dentro de la casa se pongan a tirarse lodo en medio de la calle.

En todo sistema democrático que se aprecie, la oposición es la oposición y el partido en el gobierno, el partido en el gobierno. Pero a los panistas esa llaneza no les alcanza. Añoran todavía el halo de pulcritud y santidad que les otorgaba el estatus de adversarios del régimen. Les sigue haciendo ilusión no asumir la compleja responsabilidad que implica gobernar. O peor aún: prefieren no perderse ningún tren, sacar tajada por estar en el poder y también por abstenerse de hacerlo.

Tal como en su momento sucediera con Vicente Fox, juegan al objeto oscuro del deseo presidencial. Y sin embargo, ya antes esta partida les salió muy mal. En el muro más alto de las preocupaciones panistas debería colgar un letrero que dijera: "Cuidado con repetir la experiencia 2003". La identidad partida y la falta de convicción sobre lo que habrían de ser les llevó aquel año a sufrir una gran derrota electoral. La cual, por cierto, en 2006 estuvo a punto de repetirse