EL PRAGMATISMO
DE ACCION NACIONAL
emeequis / Juan Reyes del Campillo
De un tiempo a esta parte los gobiernos panistas y su partido parecen haber dejado sus principios en el cajón de los recuerdos. Lo menos que les parece preocupar es la defensa de las posiciones políticas e ideológicas con las cuales estuvieron (o acaso simularon estar) comprometidos durante muchos años.
Hoy su interés está centrado en aumentar sus espacios de poder, en abrirse paso en los diferentes gobiernos como objeto de conquista, con el fin de distribuir cargos y fortalecer a sus grupos internos. El reparto del hueso. Se observa su deseo de gobernar para la defensa a ultranza de los beneficios del neoliberalismo y, desde luego, para conseguir una tajada en ello.
Es posible afirmar que más allá de sus posiciones políticas coyunturales, desde que el PAN llegó a los diferentes gobiernos ha tenido un pésimo comportamiento respecto a la democracia. Poco parece interesarles si los procesos electorales se distinguen por su credibilidad y transparencia, si se accede al gobierno en competencias libres y auténticas. Han hecho todo lo posible por gobernar a como dé lugar, convirtiéndose el poder en un objetivo en sí mismo, dejando de lado valores y ética en su forma de alcanzarlo. Si alguien sentenció alguna vez que el poder corrompe, en el caso del PAN esto ha sido comprobado en un lapso muy corto.
Pero esa conducta no sólo se observa en donde llegaron a gobernar. En los recientes conflictos en el sureste del país, donde, con excepción de Yucatán, se ubican como la tercera fuerza política, dejan entrever que tampoco tienen interés en que la democracia avance y se consolide. En estos conflictos pareciera más bien que lo que les interesa es que la democracia se marchite, pues en una disputa en la que se encuentran marginados y tienen muy poca posibilidad de incidir en su desarrollo, lo mejor es que los actores principales se desprestigien lo más posible, como única manera de quedarse con algo en la revoltura del río.
En Oaxaca el PAN fue capaz de aliarse con el Revolucionario Institucional con tal de frenar una mínima salida congruente del conflicto que tiene al borde del abismo y en un berenjenal a ese estado. Convalidaron a Ulises Ruiz con el insulso argumento de que este ganó (en elecciones francamente sospechosas) el gobierno en las urnas, aun y cuando ha sido todo un ejercicio de desgobierno, abuso, corrupción y autoritarismo.
En las elecciones de Chiapas y Tabasco su único objetivo fue reducir las posibilidades políticas de los candidatos de izquierda postulados por el PRD y otros partidos. En Chiapas, de manera vergonzante, se aliaron a las fuerzas más oscuras del priismo con tal de combatir al candidato y la política de un gobernador al que ellos mismos postularon. En Tabasco, con su silencio, justificaron y fueron cómplices del retroceso democrático. Como en años no se veía en México, Tabasco ha sido el máximo laboratorio de la manipulación y la tergiversación de la expresión del electorado.
Lo cierto es que el PAN, partido que va a gobernar el país otros seis años, aunque es sólo una fuerza insignificante en estas tres entidades pretende desde el centro del país influir en su devenir político. Los resultados electorales nos muestran que en la región es un partido marginal, prácticamente testimonial, que no ha logrado penetrar entre la ciudadanía, pero que buscará hacerse presente mediante otros recursos.
Los dirigentes del PAN, al igual que la mayoría de los políticos mexicanos han dejado ver el poco interés en los valores democráticos, en la transparencia o en la rendición de cuentas. Saben bien que existe un acuerdo generalizado en el sentido de que la única forma legítima de ejercer el poder es a partir de alcanzarlo por la vía democrática, no obstante la mayoría de los gobiernos, de cualquier signo, se han vuelto expertos en simularla. Desde luego que decirse democráticos arropa bien, por eso una de las frases favoritas es, además de proclamarlo a los cuatro vientos, insistir en que hacen una política incluyente, aunque esto sea sólo de dientes para afuera.
Los panistas han dejado de lado los principios para dedicarse a enfrentar los problemas de gobernabilidad. La ideología canjeada por el pragmatismo. Están dispuestos a cualquier cosa con tal de que Felipe Calderón aparezca con una cierta legitimidad al acceder al próximo gobierno. Saben también que a sus opositores les resultará difícil resistir la tentación de los cañonazos.
No obstante, la legitimidad de Calderón no se va a alcanzar mediante el apoyo interesado de los opositores. Sólo podrá lograrse con hechos y acciones concretas. Como siempre, los gobernantes mexicanos han sido muy buenos para el diagnóstico, pero muy malos para encontrarle soluciones.
El problema que enfrentará el presidente electo es si su política neoliberal es capaz de resolver el desempleo, la inseguridad y la pobreza. Desde hace 24 años se ha aplicado la misma medicina y los resultados se encuentran a la vista. Más desempleados, creciente inseguridad y mayor número de pobres.
DE ACCION NACIONAL
emeequis / Juan Reyes del Campillo
De un tiempo a esta parte los gobiernos panistas y su partido parecen haber dejado sus principios en el cajón de los recuerdos. Lo menos que les parece preocupar es la defensa de las posiciones políticas e ideológicas con las cuales estuvieron (o acaso simularon estar) comprometidos durante muchos años.
Hoy su interés está centrado en aumentar sus espacios de poder, en abrirse paso en los diferentes gobiernos como objeto de conquista, con el fin de distribuir cargos y fortalecer a sus grupos internos. El reparto del hueso. Se observa su deseo de gobernar para la defensa a ultranza de los beneficios del neoliberalismo y, desde luego, para conseguir una tajada en ello.
Es posible afirmar que más allá de sus posiciones políticas coyunturales, desde que el PAN llegó a los diferentes gobiernos ha tenido un pésimo comportamiento respecto a la democracia. Poco parece interesarles si los procesos electorales se distinguen por su credibilidad y transparencia, si se accede al gobierno en competencias libres y auténticas. Han hecho todo lo posible por gobernar a como dé lugar, convirtiéndose el poder en un objetivo en sí mismo, dejando de lado valores y ética en su forma de alcanzarlo. Si alguien sentenció alguna vez que el poder corrompe, en el caso del PAN esto ha sido comprobado en un lapso muy corto.
Pero esa conducta no sólo se observa en donde llegaron a gobernar. En los recientes conflictos en el sureste del país, donde, con excepción de Yucatán, se ubican como la tercera fuerza política, dejan entrever que tampoco tienen interés en que la democracia avance y se consolide. En estos conflictos pareciera más bien que lo que les interesa es que la democracia se marchite, pues en una disputa en la que se encuentran marginados y tienen muy poca posibilidad de incidir en su desarrollo, lo mejor es que los actores principales se desprestigien lo más posible, como única manera de quedarse con algo en la revoltura del río.
En Oaxaca el PAN fue capaz de aliarse con el Revolucionario Institucional con tal de frenar una mínima salida congruente del conflicto que tiene al borde del abismo y en un berenjenal a ese estado. Convalidaron a Ulises Ruiz con el insulso argumento de que este ganó (en elecciones francamente sospechosas) el gobierno en las urnas, aun y cuando ha sido todo un ejercicio de desgobierno, abuso, corrupción y autoritarismo.
En las elecciones de Chiapas y Tabasco su único objetivo fue reducir las posibilidades políticas de los candidatos de izquierda postulados por el PRD y otros partidos. En Chiapas, de manera vergonzante, se aliaron a las fuerzas más oscuras del priismo con tal de combatir al candidato y la política de un gobernador al que ellos mismos postularon. En Tabasco, con su silencio, justificaron y fueron cómplices del retroceso democrático. Como en años no se veía en México, Tabasco ha sido el máximo laboratorio de la manipulación y la tergiversación de la expresión del electorado.
Lo cierto es que el PAN, partido que va a gobernar el país otros seis años, aunque es sólo una fuerza insignificante en estas tres entidades pretende desde el centro del país influir en su devenir político. Los resultados electorales nos muestran que en la región es un partido marginal, prácticamente testimonial, que no ha logrado penetrar entre la ciudadanía, pero que buscará hacerse presente mediante otros recursos.
Los dirigentes del PAN, al igual que la mayoría de los políticos mexicanos han dejado ver el poco interés en los valores democráticos, en la transparencia o en la rendición de cuentas. Saben bien que existe un acuerdo generalizado en el sentido de que la única forma legítima de ejercer el poder es a partir de alcanzarlo por la vía democrática, no obstante la mayoría de los gobiernos, de cualquier signo, se han vuelto expertos en simularla. Desde luego que decirse democráticos arropa bien, por eso una de las frases favoritas es, además de proclamarlo a los cuatro vientos, insistir en que hacen una política incluyente, aunque esto sea sólo de dientes para afuera.
Los panistas han dejado de lado los principios para dedicarse a enfrentar los problemas de gobernabilidad. La ideología canjeada por el pragmatismo. Están dispuestos a cualquier cosa con tal de que Felipe Calderón aparezca con una cierta legitimidad al acceder al próximo gobierno. Saben también que a sus opositores les resultará difícil resistir la tentación de los cañonazos.
No obstante, la legitimidad de Calderón no se va a alcanzar mediante el apoyo interesado de los opositores. Sólo podrá lograrse con hechos y acciones concretas. Como siempre, los gobernantes mexicanos han sido muy buenos para el diagnóstico, pero muy malos para encontrarle soluciones.
El problema que enfrentará el presidente electo es si su política neoliberal es capaz de resolver el desempleo, la inseguridad y la pobreza. Desde hace 24 años se ha aplicado la misma medicina y los resultados se encuentran a la vista. Más desempleados, creciente inseguridad y mayor número de pobres.