Insensibilidad, Ineptitud, corrupción
Julio Pimentel Ramírez
Cada hora que pasa Felipe Calderón al frente del gobierno usurpador se acumulan nuevos hechos que sumen aún más al país en una profunda crisis integral: en el ámbito económico se continúan entregando las riquezas nacionales en las manos de grandes capitalistas, depredadores de la sociedad y la naturaleza; en el terreno de la seguridad pública, prosigue la escalada delincuencial, tanto la de la violencia del narcotráfico con su sangrienta cauda de ejecuciones, como la que llevan a cabo altos funcionarios y sus socios.
Es más en lo que se refiere a la cuestión social, además de que sigue creciendo el número de desempleados y de mexicanos en pobreza -según algunos estudios son ya 80 millones de compatriotas los que militan en las filas de los que sobreviven con condiciones de pobreza y desesperanza-, ante desastres como los producidos por fenómenos naturales, agravados por las políticas económicas que ponen en el centro generar condiciones para que unos cuantos se enriquezcan a costa de la degradación del hombre y de su medio ambiente, la reacción gubernamental es lenta, equívoca, llena de “palabras y no de hechos”, como le reclamaron a Calderón en Michoacán.
Así como la señora Luz María Dávila, madre de dos adolescentes asesinados, de Ciudad Juárez, en una muestra de dolor, coraje, indignación y valor civil encaró de frente al titular del Ejecutivo federal a quien le expresó que no era bienvenido y reclamó a la audiencia, presta a rendir pleitesía a Calderón, que hicieran algo, no sólo aplaudir palabras vacías; en Angangueo las mujeres michoacanas le espetaron al inquilino de Los Pinos que esperaban hechos, no palabras, y añadieron que no querían Pueblo Mágico sino fuentes de empleo.
En ambas ocasiones la imagen desencajada de Felipe Calderón, quien enmudeció o solamente atinó a balbucear tibias frases de autoconmiseración y más parecía querer estar lejos de esos sitios que comportarse como el estadista que nunca será, fue el reflejo de un gobierno que desencadenó hechos a los que no es capaz de responder.
En la fronteriza Ciudad Juárez, que padece muchos años de políticas equivocadas y abandono de los gobiernos federal y estatal (recuérdese que los feminicidios nunca han sido aclarados, la justicia sigue pendiente y los culpable intelectuales y materiales de cientos de crímenes que enlutaron hogares juarenses gozan de impunidad), la administración calderonista responde con el envió de más tropas del “Ejército Negro” de Genaro García Luna y con anuncios de que se invertirán más de 500 millones de pesos en diversos programas para restaurar el tejido social dañado, es decir unos 357 pesos por habitante. En otros términos -y para no perdernos en la danza de los millones calderonista- sostener a la burocracia nacional nos cuesta cada día 589 millones de pesos. Usted compare.
Se podría considerar que más vale tarde que nunca, lo que por demás es una falta de respeto para la sociedad de Ciudad Juárez pues la atención de necesidades sociales era exigida desde hace muchos años, pero no hay que perder de vista que estas “abrumadoras” inversiones no dan resultados pues los aplican las corruptas dependencia de siempre y lo que es fundamental, no se modifica la política económica que contribuyó a la actual crisis y se reproducen los mecanismos que nos mantienen en el subdesarrollo y los problemas retornan, aunque más preciso es decir que nunca se superaron.
Para muestra tenemos el ejemplo de Chiapas, entidad en la que después del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en enero de 1994, los gobiernos neoliberales (en su momento los priístas Salinas y Zedillo, posteriormente Fox y Calderón) en papel han canalizado cantidades millonarias para supuestos programas de atención social y desarrollo económico. A más de 16 años cabría cuestionar en dónde se encuentra el dinero enviado pues los indígenas chiapanecos, gran parte de ellos en resistencia, siguen en la pobreza y el desarrollo sigue siendo materia pendiente.
La insensibilidad e ineptitud de Felipe Calderón quedó al desnudo también en lo que se refiere a su papel ante las contingencias sociales que produjeron las lluvias atípicas de hace algunos días, sobre todo en Michoacán y en el Valle de México. El michoacano tardó diez días para visitar Angangueo –seguramente lo hizo esperando que las cosas ya no estuvieran tan mal y que la gente estuviera más tranquila- con propuestas lejanas a las necesidades de los habitantes de este antiguo pueblo minero, quienes le exigieron palabras y no hechos.
Cabe anotar que ante las tragedias humanas desatadas por fenómenos naturales –que afectan casi siempre a los pobladores más pobres y que pueden ser explicadas por la depredadora actividad “humana”- por lo general las respuestas gubernamentales son tardías y se centran, cuando mucho, a atender algunas necesidades inmediatas.
Posteriormente se puede constatar que el propio modelo económico imperante tiende a dejar las cosas tal como estaban, pues su objetivo central no es transformar las condiciones de vida y sentar las bases del desarrollo, sino paliar descontentos sociales y asegurar que los grandes capitales puedan continuar con su proceso de acumulación de ganancia.
En México, las cosas son aún más graves pues a esos límites objetivos (para que las cosas fueran diferentes se requería un verdadero cambio socio económico, algo que la actual clase política es incapaz de promover) hay que añadir la tradicional corrupción, que nos heredó el PRI y que con el PAN nos muestra su enorme dimensión enmascarada por la hipocresía de los conservadores.
Cada hora que pasa Felipe Calderón al frente del gobierno usurpador se acumulan nuevos hechos que sumen aún más al país en una profunda crisis integral: en el ámbito económico se continúan entregando las riquezas nacionales en las manos de grandes capitalistas, depredadores de la sociedad y la naturaleza; en el terreno de la seguridad pública, prosigue la escalada delincuencial, tanto la de la violencia del narcotráfico con su sangrienta cauda de ejecuciones, como la que llevan a cabo altos funcionarios y sus socios.
Es más en lo que se refiere a la cuestión social, además de que sigue creciendo el número de desempleados y de mexicanos en pobreza -según algunos estudios son ya 80 millones de compatriotas los que militan en las filas de los que sobreviven con condiciones de pobreza y desesperanza-, ante desastres como los producidos por fenómenos naturales, agravados por las políticas económicas que ponen en el centro generar condiciones para que unos cuantos se enriquezcan a costa de la degradación del hombre y de su medio ambiente, la reacción gubernamental es lenta, equívoca, llena de “palabras y no de hechos”, como le reclamaron a Calderón en Michoacán.
Así como la señora Luz María Dávila, madre de dos adolescentes asesinados, de Ciudad Juárez, en una muestra de dolor, coraje, indignación y valor civil encaró de frente al titular del Ejecutivo federal a quien le expresó que no era bienvenido y reclamó a la audiencia, presta a rendir pleitesía a Calderón, que hicieran algo, no sólo aplaudir palabras vacías; en Angangueo las mujeres michoacanas le espetaron al inquilino de Los Pinos que esperaban hechos, no palabras, y añadieron que no querían Pueblo Mágico sino fuentes de empleo.
En ambas ocasiones la imagen desencajada de Felipe Calderón, quien enmudeció o solamente atinó a balbucear tibias frases de autoconmiseración y más parecía querer estar lejos de esos sitios que comportarse como el estadista que nunca será, fue el reflejo de un gobierno que desencadenó hechos a los que no es capaz de responder.
En la fronteriza Ciudad Juárez, que padece muchos años de políticas equivocadas y abandono de los gobiernos federal y estatal (recuérdese que los feminicidios nunca han sido aclarados, la justicia sigue pendiente y los culpable intelectuales y materiales de cientos de crímenes que enlutaron hogares juarenses gozan de impunidad), la administración calderonista responde con el envió de más tropas del “Ejército Negro” de Genaro García Luna y con anuncios de que se invertirán más de 500 millones de pesos en diversos programas para restaurar el tejido social dañado, es decir unos 357 pesos por habitante. En otros términos -y para no perdernos en la danza de los millones calderonista- sostener a la burocracia nacional nos cuesta cada día 589 millones de pesos. Usted compare.
Se podría considerar que más vale tarde que nunca, lo que por demás es una falta de respeto para la sociedad de Ciudad Juárez pues la atención de necesidades sociales era exigida desde hace muchos años, pero no hay que perder de vista que estas “abrumadoras” inversiones no dan resultados pues los aplican las corruptas dependencia de siempre y lo que es fundamental, no se modifica la política económica que contribuyó a la actual crisis y se reproducen los mecanismos que nos mantienen en el subdesarrollo y los problemas retornan, aunque más preciso es decir que nunca se superaron.
Para muestra tenemos el ejemplo de Chiapas, entidad en la que después del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en enero de 1994, los gobiernos neoliberales (en su momento los priístas Salinas y Zedillo, posteriormente Fox y Calderón) en papel han canalizado cantidades millonarias para supuestos programas de atención social y desarrollo económico. A más de 16 años cabría cuestionar en dónde se encuentra el dinero enviado pues los indígenas chiapanecos, gran parte de ellos en resistencia, siguen en la pobreza y el desarrollo sigue siendo materia pendiente.
La insensibilidad e ineptitud de Felipe Calderón quedó al desnudo también en lo que se refiere a su papel ante las contingencias sociales que produjeron las lluvias atípicas de hace algunos días, sobre todo en Michoacán y en el Valle de México. El michoacano tardó diez días para visitar Angangueo –seguramente lo hizo esperando que las cosas ya no estuvieran tan mal y que la gente estuviera más tranquila- con propuestas lejanas a las necesidades de los habitantes de este antiguo pueblo minero, quienes le exigieron palabras y no hechos.
Cabe anotar que ante las tragedias humanas desatadas por fenómenos naturales –que afectan casi siempre a los pobladores más pobres y que pueden ser explicadas por la depredadora actividad “humana”- por lo general las respuestas gubernamentales son tardías y se centran, cuando mucho, a atender algunas necesidades inmediatas.
Posteriormente se puede constatar que el propio modelo económico imperante tiende a dejar las cosas tal como estaban, pues su objetivo central no es transformar las condiciones de vida y sentar las bases del desarrollo, sino paliar descontentos sociales y asegurar que los grandes capitales puedan continuar con su proceso de acumulación de ganancia.
En México, las cosas son aún más graves pues a esos límites objetivos (para que las cosas fueran diferentes se requería un verdadero cambio socio económico, algo que la actual clase política es incapaz de promover) hay que añadir la tradicional corrupción, que nos heredó el PRI y que con el PAN nos muestra su enorme dimensión enmascarada por la hipocresía de los conservadores.