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domingo, 12 de octubre de 2008

Los malos días de saqueo y represión

Miguel Angel Granados Chapa

Nada calma a los mercados financieros nacionales que, como el país, en nada y en nadie creen. Ni los reiterados y vehementes discursos televisivos del presidente Felipe Calderón, ni las acciones del gobierno federal y el Banco de México han servido para frenar el pánico y la incertidumbre.

En tres días, entre miércoles y viernes, el banco central se gastó 8 mil 900 millones de dólares de las reservas internacionales del país -casi 10% del total- para contener la batida contra el peso. Pero poco pudo hacer.

El miércoles 8, cuando la demanda extraordinaria de dólares -entre ataques especulativos, compras de quienes abandonan el mercado bursátil y empresas que los necesitan para su operación- llevó a la divisa a cotizarse por encima de los 14 pesos, el Banco de México inició sus intervenciones en el mercado cambiario. Dos días después, el viernes 10, y pese a una inyección de 6 mil 400 millones de dólares, el dólar volvió al mismo nivel en algún momento de la jornada, aunque cerró en 13.25 pesos, 34% arriba de los 9.87 pesos en que se cotizó el 4 de agosto pasado.

Y la caída del peso, en esa proporción, se vio acompañada de una semana histórica para la Bolsa Mexicana de Valores, que día con día terminó con pérdidas, arrastrando como nunca a grandes empresas que, en muchos casos, en un solo día perdían hasta más del 20% de su valor de capitalización... independientemente del extraordinario caso de Comercial Mexicana, que también en un solo día perdió el 74% de su valor.

Una semana aciaga para los mercados. De respuestas tardías del gobierno. De desesperación y nerviosismo del común de la gente.

Carlos Acosta

Como en el caso de la lucha contra el narcotráfico, el gobierno de Felipe Calderón se ha visto sorprendido y tarde ha reconocido el tamaño y la magnitud de la crisis financiera internacional y sus efectos en México, que sigue desestimando hasta la fecha, con el argumento eterno de que los indicadores fundamentales de la economía están sólidos.

Desde el inicio del año, el mundo estaba más que alerta y preocupado por la crisis estadunidense, toda vez que desde un año antes ya asomaba el terremoto que causaría la crisis hipotecaria en Estados Unidos.

A comienzos de 2007 empezaron a sucederse los hechos que a lo largo de los meses darían forma a la más dramática y expansiva crisis financiera: millones de estadunidenses dejaron de pagar sus hipotecas; el valor de las viviendas empezó una caída no vista en los 40 años previos.

La quiebra de fondos de inversión e hipotecarias medianas se da en cascada; bancos grandes que le entraron a las hipotecas subprime empiezan a reconocer pérdidas mayúsculas; entidades financieras se declaran en suspensión de pagos; en Estados Unidos y en Europa, las bolsas de valores empiezan el vía crucis que aún no acaba: se desploman acciones de muchas entidades comprometidas con las hipotecas basura de Estados Unidos.

Acaba 2007 con masivas inyecciones de bancos centrales y gobiernos en Estados Unidos, Asia y Europa para darle liquidez a los mercados. Pero los barruntos de recesión en EU son reconocidos en todo el mundo, y a todo el mundo preocupan.

Pero en México no, al menos al gobierno. Y fue el presidente Calderón el que se encargó, en primer lugar, de decirle al país que aquí no pasaba nada, que ni un rasguño nos haría la crisis. En enero de este año, con machismo discursivo, Calderón prácticamente se burló de quienes se mostraban preocupados por los efectos, en la economía mexicana, de una recesión en los Estados Unidos, publica la revista Proceso en su edición de esta semana.

"A mí esto del escenario preocupante del 2008, realmente me emociona un poquito y me asegura que vamos a salir extraordinariamente bien este año 2008", dijo en un encuentro financiero internacional, en Acapulco, donde criticó inclusive a los que se preocupan por la adversidad que podría generar un coletazo de la recesión en aquel país. Presumió: hay quienes pierden la paciencia y la habilidad, pero nosotros, el gobierno, "estamos hechos a la adversidad", a "trabajar bajo presión".