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martes, 13 de mayo de 2008

El más reciente y vulgar engaño de Carlos Salinas, su nuevo libro, La década perdida

Quehacer Politíco

Acepté la invitación de un conocido poblano, en respuesta a lo que él denominó un favor concedido. No fue nada, pero él insistió en llevarme a comer. Quería halagarme y lo consiguió con creces.

Me citó hace unos meses en el Suntory de Lomas de Chapultepec. Llegué cuando ya le habían asignado la mesa, ya que yo me trasladé desde el sur de la ciudad, en medio de un tráfico infernal. Como el que padecemos casi a diario.

Al entrar al conocido restaurante de comida japonesa saludé en el bar a un par de respetados empresarios de la comunicación, y todos al despedirnos solicitamos enviar saludos respetuosos a nuestras casas.

La amable recepcionista me llevó hasta donde se encontraba mi anfitrión, quien ya bebía un trago. Estaba a la mitad. El capitán me invitó uno y acepté rápidamente.

Antes de que llegara la copa que había ordenado, y que respondiera cómo me iba y además describiera el vía crucis que significa movilizarse en el Distrito Federal, un hombre con pelo cano se acercó a nuestra mesa.

“¿El señor Rentería?”, preguntó. Respondí, por mera cortesía: “A sus órdenes”. Mi cuate puso cara de pocos amigos, pero también se puso de pie.

Quien nos había interrumpido, me imagino, tenía ya su discurso muy bien pensando, o quizás se sabe expresar muy bien; lo desconozco, porque nunca lo había saludado de mano.

Me dijo viéndome a los ojos algo así como: “Le agradezco en el alma que siempre haya leído al aire mis cartas que escribí en la cárcel. También escuché con atención sus opiniones que vertía después de leerlas, y muchas veces no estuve de acuerdo con usted, pero me permití acercarme para decirle que fue de los pocos que se atrevió a darle lectura a lo que yo escribí en mi cautiverio”.

Le respondí que me parecía periodísticamente importante y que por eso le había dado salida. Nos despedimos, y al sentarnos de nuevo el poblano no pudo pronunciar palabra alguna. Y llegó mi whisky.

Ya había visto a Raúl Salinas después de que dejó las mazmorras. Fue en Acapulco, horas después de su liberación. Vestía todo de lino blanco y llevaba el cabello muy bien recortado. Fue en una boda. Obviamente todos los convidados cuchicheaban que ahí estaba el ex reo.

Su hermano para muchos es el villano favorito. Algunos hasta le conceden el lugar, nada honroso, que ocupó por muchos años el traidor Victoriano Huerta. Cuando se habla del analfabeta Vicente Fox, algunos salen en su defensa diciendo que “fue menos rata que el orejón”.

Y sin defender al esposo de la señora Marta, millones coincidimos en que el sexenio de los homicidios políticos y el desborde de la corrupción lo encabezó el nacido en Agualeguas, Nuevo León.

Durante su administración se vendieron prácticamente todos los activos del Gobierno, tal y como lo ordenaban los bancos internacionales y los organismos globales. El argumento era que la autoridad debería ser la rectora, y nunca más administradora.

Remataron trenes, carreteras, aseguradoras, televisión, bancos, telefónica, tierras, factorías y empresas rentables. También chatarras y negocios quebrados.

Fue el tope del poder priísta, donde los funcionarios sin pudor combinaban sus intereses familiares con sus puestos públicos; las oficinas gubernamentales ya no eran sitios de gestión ciudadana, sino bunkers para atender a los amigos cercanos al poder.

En los medios se engañaba al mismo tiempo con millones de spots al gobernado con aquello de Solidaridad. ¡Pamplinas! No era más que una tomadura de pelo y una estrategia manufacturada por los ideólogos de la guerra, quienes ya habían comprobado que las mentiras repetidas millones de veces se convierten en verdad.

Por eso no podemos permitirle a Carlos Salinas que venga a toro pasado a criticar a los populistas, cuando su vomitivo sexenio fue la escuela perfecta.

En unos días empezará a circular el más reciente texto del familiar del hermano incómodo, con el título de Neoliberalismo y populismo en México, la década perdida. En el prólogo se explica que es una especie de continuación de su México, un paso difícil a la modernidad, que recopiló mañosamente su actividad gubernamental.

El nuevo libro habla del pasado reciente y centra sus críticas en Ernesto Zedillo y en Andrés Manuel López Obrador. De éste, asegura que por su ejercicio en el Gobierno de la capital de la República se asemeja más a los rasgos del populismo de América Latina posterior a ella, similar al que se ha catalogado como antiguo y que algunos autores llaman, en su reedición actual, “populitos”. Muy parecido al “populismo barato”, como se le llamó a finales del siglo XX en Rusia a la expresión más retrógrada y abusiva del populismo. También se ha escrito que “en boca de Gorvachov, la palabra populista significa demagogo”.

¡QUÉ PARADOJA!

¡Carlos Salinas de Gortari criticando al Peje por su modelo populista! ¿Qué acaso cree el señalado por la sociedad como el asesino intelectual de Luis Donaldo Colosio, que tapizó el país con placas con el símbolo de Solidaridad? ¿Supone que se nos borraron de la mente sus discursos conmovedores donde prometía que sacaría a los que menos tienen de la vulgar pobreza, e hizo todo lo contrario: Sumirlos más en la precariedad?

Ningún mexicano bien nacido puede permitirle a Salinas que venga a dictar clases de moral. En su libro reseña los abusos cometidos desde el poder bajo la alternativa que presentó el Gobierno chilango entre 2000 y 2006. Quizá es una muy débil respuesta, sin eco obviamente, a lo que se ha dicho por años en el Zócalo cuando toma la palabra el Peje.

En el epílogo del más reciente engaño, perdón, libro de Salinas de Gortari, concluye que “los fundamentalistas del mercado y el populismo estatista llevaron a debilitar la democracia y coincidieron en recurrir al Estado para sus abusos. Se pone de manifiesto el ocultamiento del retroceso institucional, económico, social, judicial y educativo, así como la fabricación de chivos expiatorios que, para distraer y confundir a la opinión pública, fueron planeados por estas dos alternativas”.

No tiene madre don Carlos. ¿Cómo puede hablar de democracia, cómo se atreve a criticar a los que ocultaron el retroceso institucional? ¡Qué caradura del ex presidente que critica la obra de sus sucesores en materia educativa, judicial, económica y social!

En fin, podemos concluir sin tener esa cochinada en las manos: El más reciente y vulgar engaño de Carlos Salinas, su nuevo libro, La década perdida.