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jueves, 1 de mayo de 2008

El flautista, el debate y el síndrome Marlboro

Diario Libetad / Ricardo Rocha

Yo, francamente, no creo que Andrés Manuel López Obrador sea un émulo de aquel flautista de Hamelín que hechizaba a todos quienes lo escuchaban obligándolos a seguirlo en una suerte de embeleso multitudinario. Yo, la verdad, tampoco creo que quienes por decenas de miles acudieron a su llamado en la megamarcha dominical del Ángel al Zócalo lo hayan hecho enajenados por el irresistible conjuro mesiánico del perredista.

De lo que sí estoy seguro es de que López Obrador ha sido y es un fenómeno social por sí mismo. Carismático sí, pero sin truco mágico alguno. En todo caso, explicado por lo que expertos como Umberto Eco llaman imagenología: que sería una serie de canales ambivalentes de comunicación entre este líder y los individuos a los que se dirige. Pero de cualquier manera —y aterrizando la teoría en la práctica—, habría que considerar la importancia del escenario y el momento. Así que en homenaje a Ortega y Gasset, Andrés Manuel es él y su circunstancia.

En otras palabras, sería imposible imaginar a cualquiera de los grandes movilizadores de masas sin el entorno sociopolítico que les tocó vivir. Quién podría sacar de sus casas y llevar a las calles a una población de bienaventurados sin motivo alguno para la protesta. Qué prodigio de propaganda podría provocar que quienes están felices con su gobierno sean convencidos de salir a denostarlo en las plazas públicas de ciudades y pueblos. Dicho de otro modo, lo que este empecinado luchador social ha logrado es interpretar fielmente los sentimientos callejeros y devolverlos en consignas que sus seguidores hacen suyas. Es pues un carismático indiscutible. Pero es también un líder político extraordinariamente sensible. Por eso hoy encabeza la oposición a la propuesta petrolera presidencial aun sin ocupar cargo alguno como no sea el de presidente legítimo con el que se asume.

Por cierto, se puede estar o no de acuerdo con lo que dice y hace, pero nadie le cambia de canal cuando aparece en la tele, aunque sea para ver cómo lo tasajean abiertamente o cómo lo denigran veladamente. En los diarios, hay que leer la nota completa cuando figura su foto, sobre todo aquellos que en el goce del morbo se recrean en las burlas e insultos que le endilgan. Como él, ¿cuántos personajes que despierten ese interés cuasienfermizo en la vida pública de México? Sin medias tintas: o todo el amor o todo el odio.

Por eso, hasta conmueven los desgarramientos de vestiduras de los que lo han comparado con los peores dictadores y llamado “un peligro para México”. Preocupan —sin el menor asomo de ironía— los desbocamientos histéricos de quienes no se explican cómo puede engañar a tanta gente y hasta a intelectuales prestigiosos que coinciden con sus tesis: si perdió la elección, si ni cargo tiene en su partido, si el dinero quién sabe de dónde lo saca, si ni siquiera se anuncia. Vaya, si sigue sin entender que todo se arregla con la inversión extranjera.

Y así, sin pudor alguno, se escandalizan de su poder de convocatoria como si éste fuera un acto de toloache masivo y no una consecuencia del desencanto y el encono que privan en el país. Ni siquiera se cuestionan por qué la derecha no ha generado un líder ni remotamente equiparable.

Y es aquí donde entra el síndrome Marlboro, que no falla: en grupos de 10 a mil personas, la mayoría dirá que en este país es el cigarrillo de más consumo; todos negarán que los Delicados, Alas y Faros tienen una mayor venta... es más, ni habrán oído hablar de ellos. Y así es, y así será. Porque se trata de dos Méxicos tan distintos como dos planetas de galaxias lejanas. Un México minoritario de ricos, ocupado de los nuevos modelos de automóviles, frente a un México mayoritario de pobres preocupado por la supervivencia o, peor aún, un México de miserables angustiados por las panzas reventadas de parásitos de sus hijos.

Y es en ese escenario de realidades enfrentadas que se está dando ya el debate por la propuesta petrolera del gobierno calderonista.

Dos visiones distintas y opuestas de país. Un enfrentamiento de dos formas de ver la vida. Y tal vez, una posibilidad de encontrar una tercera opción producto de la inteligencia, la sensatez y el compromiso con la historia que, por ahora, no se ven en el horizonte.