Los Abusos Sexuales de los Curas No son Novedad
Machetearte / Edgar González Ruiz
Hace más de cien años, a principios del siglo XX, el historiador y periodista Alfonso Taracena registró varios casos de pederastía en su Verdadera Historia de la Revolución Mexicana.
Cabe citar un par de ellos, que hacen patente la tradicional inmoralidad de muchos curas. En junio de 1901, en la lejana época en que todavía regían las leyes de Reforma, la opinión pública se escandalizó ante los abusos sexuales de dos curas, que provocaron protestas públicas en la ciudad de México; entre los estudiantes que rechazaron al clero corrupto se contaban Antonio Caso, José Vasconcelos y Diego Rivera, quienes todavía no eran famosos, pero sí tenían conciencia cívica y seguridad en sus convicciones.
Uno de los abusadores, el cura José A. Esparza, había sido detenido en Madrid, donde se había refugiado, con una adolescente de Atotonilco el Alto, Jalisco, a quien había raptado, y con quien mantenía relaciones desde que ella tenía 8 años.
Esparza, quien era contador del arzobispo de Guadalajara, se había llevado también letras de cambio y miles de pesos en oro, producto de sus operaciones fraudulentas.
Al mismo tiempo, se difundió el caso del padre Antonio Icaza, a quien sus superiores protegieron, luego de haberse descubierto que era amante de la esposa de uno de sus feligreses; el propio cura le había recomendado que se casara con ella, y horrorizado descubrió con el tiempo que Icaza “la mancilló hasta la víspera del matrimonio, para después casarla vestida de blanco”. (Taracena La Verdadera Revolución Mexicana (1901-1911), Porrúa, México, 1991, p. 20).
Tres años después, el 16 de agosto de 1904, ingresó en la cárcel de Belén el presbítero José María Ramírez , por haberse raptado a una niña de doce años de edad. En la prisión ofreció casarse con la víctima, lo que fue rechazado por la madre de la muchacha, indignada porque el cura se había introducido en la casa, abusando de su confianza para cortejar a su hija.
Tan solo una semana después, se presentó otra víctima del cura, quien dijo haber sido violada por él, quien aprovechó la pobreza en que vivía y la difícil situación que atravesaba con su familia, de lo que se enteró el sacerdote en el confesionario, por lo que citó a la joven en su casa para “darle buenos consejos”.
En octubre del mismo año, en La Piedad Michoacán , el cura Francisco Sámano fue acusado de haber abusado de una niña a la que trasladó a una casa parroquial, donde se enfrentó con los soldados que lo fueron a aprehender, y que hallaron a otras tres menores en la misma situación que su mencionada víctima.
El sacerdote logró huir, pero días después se entregó a las autoridades y murió en el mes de noviembre, dejándoles a sus víctimas algún dinero para lavar su propia conciencia.
A la par de sus abusos sexuales, los curas luchaban contra las leyes de Reforma, y exigían impunidad, como en Lagos de Jalisco, donde el religioso Gregorio Retolaza organizó una peregrinación pública para desafiar las leyes de Reforma, y amonestado por las autoridades y vecinos del lugar, organizó un sangriento motín donde fanáticos católicos asesinaron a una personas e hirieron a otras, a pedradas, cuchilladas y balazos; anteriormente, el cura se había dedicado a atacar a Hidalgo y a otros héroes nacionales, y juraba que no cumpliría las leyes de Reforma por ser “obra de Satanás” (Taracena, obra citada, p. 78).
Los abusos del clero no sólo han perdurado, sino que han cobrado mayores dimensiones y hoy en día gozan de plena impunidad, bajo el manto de un gobierno cómplice de la jerarquía católica, pues en los hechos ya no se cumple en México la separación entre el Estado y la Iglesia Católica.
Como ilustran los relatos de Taracena, hace cien años, a pesar del acercamiento que tuvo Porfirio Díaz con la jerarquía católica, todavía el gobierno ponía límites al clero, que hoy en día no respeta ninguno.
Hace más de cien años, a principios del siglo XX, el historiador y periodista Alfonso Taracena registró varios casos de pederastía en su Verdadera Historia de la Revolución Mexicana.
Cabe citar un par de ellos, que hacen patente la tradicional inmoralidad de muchos curas. En junio de 1901, en la lejana época en que todavía regían las leyes de Reforma, la opinión pública se escandalizó ante los abusos sexuales de dos curas, que provocaron protestas públicas en la ciudad de México; entre los estudiantes que rechazaron al clero corrupto se contaban Antonio Caso, José Vasconcelos y Diego Rivera, quienes todavía no eran famosos, pero sí tenían conciencia cívica y seguridad en sus convicciones.
Uno de los abusadores, el cura José A. Esparza, había sido detenido en Madrid, donde se había refugiado, con una adolescente de Atotonilco el Alto, Jalisco, a quien había raptado, y con quien mantenía relaciones desde que ella tenía 8 años.
Esparza, quien era contador del arzobispo de Guadalajara, se había llevado también letras de cambio y miles de pesos en oro, producto de sus operaciones fraudulentas.
Al mismo tiempo, se difundió el caso del padre Antonio Icaza, a quien sus superiores protegieron, luego de haberse descubierto que era amante de la esposa de uno de sus feligreses; el propio cura le había recomendado que se casara con ella, y horrorizado descubrió con el tiempo que Icaza “la mancilló hasta la víspera del matrimonio, para después casarla vestida de blanco”. (Taracena La Verdadera Revolución Mexicana (1901-1911), Porrúa, México, 1991, p. 20).
Tres años después, el 16 de agosto de 1904, ingresó en la cárcel de Belén el presbítero José María Ramírez , por haberse raptado a una niña de doce años de edad. En la prisión ofreció casarse con la víctima, lo que fue rechazado por la madre de la muchacha, indignada porque el cura se había introducido en la casa, abusando de su confianza para cortejar a su hija.
Tan solo una semana después, se presentó otra víctima del cura, quien dijo haber sido violada por él, quien aprovechó la pobreza en que vivía y la difícil situación que atravesaba con su familia, de lo que se enteró el sacerdote en el confesionario, por lo que citó a la joven en su casa para “darle buenos consejos”.
En octubre del mismo año, en La Piedad Michoacán , el cura Francisco Sámano fue acusado de haber abusado de una niña a la que trasladó a una casa parroquial, donde se enfrentó con los soldados que lo fueron a aprehender, y que hallaron a otras tres menores en la misma situación que su mencionada víctima.
El sacerdote logró huir, pero días después se entregó a las autoridades y murió en el mes de noviembre, dejándoles a sus víctimas algún dinero para lavar su propia conciencia.
A la par de sus abusos sexuales, los curas luchaban contra las leyes de Reforma, y exigían impunidad, como en Lagos de Jalisco, donde el religioso Gregorio Retolaza organizó una peregrinación pública para desafiar las leyes de Reforma, y amonestado por las autoridades y vecinos del lugar, organizó un sangriento motín donde fanáticos católicos asesinaron a una personas e hirieron a otras, a pedradas, cuchilladas y balazos; anteriormente, el cura se había dedicado a atacar a Hidalgo y a otros héroes nacionales, y juraba que no cumpliría las leyes de Reforma por ser “obra de Satanás” (Taracena, obra citada, p. 78).
Los abusos del clero no sólo han perdurado, sino que han cobrado mayores dimensiones y hoy en día gozan de plena impunidad, bajo el manto de un gobierno cómplice de la jerarquía católica, pues en los hechos ya no se cumple en México la separación entre el Estado y la Iglesia Católica.
Como ilustran los relatos de Taracena, hace cien años, a pesar del acercamiento que tuvo Porfirio Díaz con la jerarquía católica, todavía el gobierno ponía límites al clero, que hoy en día no respeta ninguno.