El espía Castañeda
El Chamuco/ Federico Arreola
cartón HERNÁNDEZ
Si tuviera que mencionar el nombre de un periodista que me ha tratado siempre con generosidad, hablaría del director del diario El Economista, Luis Enrique Mercado. Y si se me pidiera dar a conocer a un político con fama de engreído que en mi opinión no la merece, rápidamente pensaría en Jorge Castañeda.
Qué mal se vieron esos dos durante la primera semana de febrero de 2008. Mercado, por cretino. Castañeda, por su pasado y, todavía peor, por su presente.
Al iniciar febrero, Andrés Manuel López Obrador envió una carta a los propietarios y directivos de los principales medios de comunicación mexicanos. Les pidió, con respeto y cordialidad, espacios y tiempos para dar a conocer sus puntos de vista acerca de la discusión de la apertura del sector energético. Uno de los medios que respondió a esa carta es El Economista. En su respuesta, el periódico que encabeza Luis Enrique Mercado le negó a López Obrador el espacio solicitado porque éste, al “creerse ‘presidente legítimo’ de México y pedir espacio amparado en ello, revela un profundo desorden mental que lo descalifica para discutir los grandes temas nacionales”.
Es triste leer que un periódico le niegue el derecho de expresar sus argumentos a un rival político, sobre todo si se excusa con el viejo ardid estalinista del diagnóstico siquiátrico.
Pero lo de Castañeda es peor.
El lunes 4 de febrero, en El Universal, el reportero Juan Arvizu publicó, basado en documentos de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad, que el secretario de Relaciones Exteriores de México durante la primera parte del gobierno de Vicente Fox, el ya mencionado Jorge Castañeda Gutman, “espió para el régimen de Cuba de 1979 a 1985, y por más de tres años entregó información estratégica de la Cancillería y del gobierno mexicanos”.
En los expedientes que Arvizu difundió se lee que Castañeda presionó a su padre –Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, entonces secretario de Relaciones Exteriores del gobierno de José López Portillo– de forma “altanera, exigente y denigrante” para que tomara decisiones favorables a los intereses cubanos.
Tales reportes, firmados por Miguel Nazar Haro, sostienen que Castañeda proporcionó a la inteligencia cubana información de “todas las actividades oficiales” de su padre, tarea en la que contó con la complicidad del actual embajador de México en Portugal, Mauricio Toussaint, al que nadie en el gobierno de Felipe Calderón le ha exigido la renuncia. En la referida nota de El Universal, por lo demás, se prueba que Jorge Castañeda Gutman tenía desde 1982 contactos con un extranjero que, años más tarde, sería el Camilo Mouriño de Carlos Salinas de Gortari: el doctor en economía José Córdoba Montoya.
¿Cuál ha sido la reacción de Castañeda? Descalificar a la fuente y seguir por la vida tan campante. A Castañeda no le preocupa su añejo cariño hacia los servicios de inteligencia de Cuba debido a su actual cercanía con algunos de los que están abajito de los que mandan en Estados Unidos. Jorge tiene fama de altanero sin realmente serlo. Su problema es otro: carece por completo de principios.
cartón HERNÁNDEZ
Si tuviera que mencionar el nombre de un periodista que me ha tratado siempre con generosidad, hablaría del director del diario El Economista, Luis Enrique Mercado. Y si se me pidiera dar a conocer a un político con fama de engreído que en mi opinión no la merece, rápidamente pensaría en Jorge Castañeda.
Qué mal se vieron esos dos durante la primera semana de febrero de 2008. Mercado, por cretino. Castañeda, por su pasado y, todavía peor, por su presente.
Al iniciar febrero, Andrés Manuel López Obrador envió una carta a los propietarios y directivos de los principales medios de comunicación mexicanos. Les pidió, con respeto y cordialidad, espacios y tiempos para dar a conocer sus puntos de vista acerca de la discusión de la apertura del sector energético. Uno de los medios que respondió a esa carta es El Economista. En su respuesta, el periódico que encabeza Luis Enrique Mercado le negó a López Obrador el espacio solicitado porque éste, al “creerse ‘presidente legítimo’ de México y pedir espacio amparado en ello, revela un profundo desorden mental que lo descalifica para discutir los grandes temas nacionales”.
Es triste leer que un periódico le niegue el derecho de expresar sus argumentos a un rival político, sobre todo si se excusa con el viejo ardid estalinista del diagnóstico siquiátrico.
Pero lo de Castañeda es peor.
El lunes 4 de febrero, en El Universal, el reportero Juan Arvizu publicó, basado en documentos de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad, que el secretario de Relaciones Exteriores de México durante la primera parte del gobierno de Vicente Fox, el ya mencionado Jorge Castañeda Gutman, “espió para el régimen de Cuba de 1979 a 1985, y por más de tres años entregó información estratégica de la Cancillería y del gobierno mexicanos”.
En los expedientes que Arvizu difundió se lee que Castañeda presionó a su padre –Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, entonces secretario de Relaciones Exteriores del gobierno de José López Portillo– de forma “altanera, exigente y denigrante” para que tomara decisiones favorables a los intereses cubanos.
Tales reportes, firmados por Miguel Nazar Haro, sostienen que Castañeda proporcionó a la inteligencia cubana información de “todas las actividades oficiales” de su padre, tarea en la que contó con la complicidad del actual embajador de México en Portugal, Mauricio Toussaint, al que nadie en el gobierno de Felipe Calderón le ha exigido la renuncia. En la referida nota de El Universal, por lo demás, se prueba que Jorge Castañeda Gutman tenía desde 1982 contactos con un extranjero que, años más tarde, sería el Camilo Mouriño de Carlos Salinas de Gortari: el doctor en economía José Córdoba Montoya.
¿Cuál ha sido la reacción de Castañeda? Descalificar a la fuente y seguir por la vida tan campante. A Castañeda no le preocupa su añejo cariño hacia los servicios de inteligencia de Cuba debido a su actual cercanía con algunos de los que están abajito de los que mandan en Estados Unidos. Jorge tiene fama de altanero sin realmente serlo. Su problema es otro: carece por completo de principios.