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lunes, 25 de febrero de 2008

Ingenua cortina de humo

La Jornada

Los mexicanos ya no podemos vivir en un régimen de leyes de letra muerta. Tampoco podemos avalar nuevas leyes, mucho menos si son intolerantes, verticales y, por tanto, inservibles. Esto supone que muchas legislaciones no están adecuadas a nuestra rica cultura y basta historia. Parece que nunca aprendimos la lección de “prohibido prohibir”. Es un contrasentido “clonar” leyes de otras civilizaciones, particularmente del primer mundo. En México son pocas las personas que viven en el primer mundo, y millones habitan en el segundo, el tercero, el cuarto y el quinto.

Es la razón por la que hemos llevado al debate sobre los derechos de fumadores y no fumadores el carácter y la naturaleza del mexicano, con la posibilidad de que existan espacios de diversión a los que los ciudadanos mayores de edad puedan elegir entre entrar o no. Cada vez que la Asamblea Legislativa pone en la agenda capitalina legislaciones en favor de las minorías aparecen pesadas tendencias a favor de las restricciones, de las prohibiciones, que se esconden en argumentos rosas o de las buenas costumbres.

Hemos visto que la noción de elegir aún molesta a parte de los legisladores o gobernantes, que asumen su responsabilidad de forma patriarcal; es decir, acotando las libertades en lugar de enfrentarse a resolver las difíciles ecuaciones que plantea la sociedad en movimiento. Legislar para la construcción democrática no es prohibir: una legislación debe asumir procesos conflictivos, mediar y proteger al máximo a todos sin lesionar derechos que la propia legislación postula. Las soluciones legislativas tienen que poseer un margen de maniobra y de dificultad que venga de una lectura de lo real. Ése es el núcleo. Cuando pueda medirse la calidad legislativa el referente será su proximidad con la realidad social.

Nuestra propuesta para propiciar el tránsito hacia procesos futuros es abrir los dispositivos democráticos de los derechos de las minorías y el derecho a decidir, sometidos sí, a regulaciones en favor de quienes legalmente no tienen atribuciones decisorias; en este caso, los menores de edad. Proponemos simplemente dejar a la decisión personal elegir los espacios de disipación nocturna (bares, cantinas, discotecas, cabarets) donde se fume o no. Para eso, los centros contarán con un aviso público visible en donde se especifique: “lugar libre de humo de tabaco” o “lugar donde está permitido fumar”. Usted, mayor de edad, elegirá entrar o no porque como ciudadano tiene esa facultad y esa capacidad. Esto respeta su derecho a decidir. El permiso de fumar obliga a adoptar medidas efectivas de eliminación de humo. Seguramente los espacios para fumadores serán los menos y estarán bajo el yugo de las leyes de la oferta y la demanda.

Esta propuesta interviene para que se respete la libertad de elegir. Las posiciones encontradas han dejado de lado la naturaleza de hurgar en la complejidad para sólo aparecer mediáticamente correctas. Es aquí cuando se percibe que el justo medio parece repugnante en este país donde la desigualdad social, la real, la obscena, la masivamente criminal, la impune, es parte de nuestra cultura, normalidad y legalidad.

El conflicto lo genera la forma de comprender un problema de salud. Las exacerbaciones de la especialización médica no tocan jamás las implicaciones político-ideológicas de la clínica, como si ese rubro no fuera lo que es: un aparato de la ideología dominante, no se toca, por supuesto, el sistema que vive y cultiva adicciones.

El problema de salud de las adicciones e impactos contra sus entornos debería asumirse como un síntoma de una patología social profunda, entreverada, enquistada y cultivada que de ninguna manera será resuelta con prohibiciones y señalamientos moralizadores. La costumbre de abordar los conflictos sociales y sus brotes patológicos con diques prohibitivos es la sustancia misma de la ideología. ¿El probable resultado?, una ley de letra muerta más.

Hay que reconocer que las experiencias del equilibrio y la armonización social son endemoniadamente complicadas porque nuestra memoria colectiva patriarcal está acostumbrada a la polaridad de obedecer o mandar, vigilar y castigar, no conciliar o concertar. Quienes hemos decidido encaminarnos por el camino difícil, el de fomentar la equidad, el de vivir a plenitud la diferencia y la pluralidad, el de crear leyes de letra viva, tenemos la certeza de que la posibilidad de elegir siempre es y será mejor. Usted dirá.