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viernes, 22 de febrero de 2008

“Varios presidentes han robado...”

La Jornada

Varios presidentes y varios políticos han robado muchísimo dinero”, declaró nebuloso Emilio Azcárraga Jean, heredero de Televisa, como quien tira la piedra y esconde la mano; como queriendo entrarle al toro desde la barrera, o conducir el automóvil desde el asiento trasero; “como queriendo pelear”, hubiera sentenciado con desaprobación el padre de este moderno hijo desobediente. Pudo haber dicho “todos”, y con esos arrestos, como en los toros, se hubiera ganado el respeto del respetable, porque los únicos ofendidos hubieran sido tres o cuatro políticos despistados que cruzaron con acrisolada honradez el firmamento nacional. Pero “todos” hubiera incluido a Vicente Fox, en cuya administración se negoció la ley Televisa (nobleza obliga), además de a la administración actual y al Congreso en funciones, con quienes el joven empresario ya tiene suficientes problemas. (¿Cómo olvidar que algunos senadores amenazaron a los medios electrónicos con el delicado tema de las concesiones?)

“Todos”, además, hubiera apuntado con índice de fuego a los regímenes revolucionarios, aquellos que le otorgaron al abuelo la concesión del Canal 2 en 1951, y le permitieron al padre, El Tigre Azcárraga, priísta confeso, ensanchar el imperio, a cambio de difundir la “ideología” que mantuvo a ese partido en el poder por más de medio siglo, a pesar de Tlatelolco, Acteal y Aguas Blancas; no obstante el Jueves de Corpus y la guerra sucia.

“En Televisa a nosotros no nos regalaron nada”, continuó el joven empresario con ansias de novillero, pisando terrenos peligrosos. Venía vestido de luces y decidido a jugársela. Lástima que en el camino haya olvidado el regalo más importante: la concesión, acto gracioso del gobierno federal que en tiempos del abuelo inició el redituable negocio del entretenimiento familiar, y en tiempos del padre, autodeclarado “soldado del PRI y del Presidente”, que fue instrumento imprescindible para llenar las arcas del imperio y expandir el lucrativo negocio de las telenovelas más allá de nuestras fronteras, al tiempo que convertía al poderoso monopolio electrónico en un big brother orwelliano que decidía qué programas veíamos, qué música escuchábamos, qué artistas admirábamos, qué candidatos apoyábamos y, a últimas fechas, quién nos gobernaba.

¡Menudo regalo generacional el heredado por este joven empresario!, que hoy da la vuelta al ruedo convencido de que “nadie le regaló nada”, e inconsciente de que la concesión es un regalo maravilloso que nunca se acaba. Pero miento si insinúo que la dádiva gubernamental haya sido completamente gratuita. Tuvo un precio, y no me refiero al dinero que necesariamente debió haber pasado de manos durante varias generaciones: me refiero al silencio. Había que callar. Callar cuando el Estado asesinaba estudiantes indefensos en Tlatelolco, o campesinos inermes en Acteal y Aguas Blancas. Callar cuando se “caía el sistema” en época de elecciones presidenciales, o cuando la política del carro completo pisoteaba los derechos electorales de candidatos y votantes. Callar, porque al fin de cuentas la concesión te convertía, casi sin quererlo, en una parte importante del engranaje del Estado; hasta que la apertura de un sistema político desvencijado y al garete, y el enorme poder económico acumulado por los medios, convirtieron a las televisoras en socios del Estado. (¡He ahí la importancia de la reforma electoral!)

En el mismo seminario empresarial en el que habló Azcárraga Jean, y ya en el camino de acabar con tirios y troyanos, Roberto Hernández, ex dueño de Banamex, habló con más mesura y realismo político: reconoció que el país, como los cangrejos, “caminaba hacia atrás” por la tendencia de los empresarios de “concentrarse en la gestión familiar y el mercado local” (el México de empresarios complacientes habitualmente cobijados por el poder público). Después añadió, con gravedad en la voz, que “México vive en una mediocridad política”. ¡Felicidades! Porque en eso de la mediocridad no se puede tapar el sol con un dedo. Basta ver el lamentable estado de los partidos y la calidad de sus dirigentes. Cualquier lectura rápida de la prensa nacional en cualquier día arroja la misma conclusión. Hernández enfatizó algo que ya había percibido el hombre de la calle: que “sin una actuación decidida del gobierno será imposible combatir monopolios”. Es preciso recordar que el ex banquero fue compañero de escuela de Vicente Fox, así que sabe lo que dice cuando habla de políticos mediocres.

A fin de cuentas, ambos empresarios unieron ideas y experiencias para darnos un retrato hablado de los políticos nacionales: uno les llamó “rateros” y el otro “mediocres”. Ambos retaron al poder público, hoy asediado en tantos frentes. El padre de Azcárraga Jean, creador del imperio televisivo y profundo conocedor del sistema, describió con realismo hace muchos años la función social de la televisión: “México es un país de clase modesta, muy jodida… que no va a salir de jodida. Para la televisión es una obligación llevar diversión a esa gente y sacarla de su triste realidad”.