Bombazo ... Acto distractor
Revista Siempre
Ya se va haciendo costumbre: cada vez que Felipe Calderón tiene una bronca o pretende poner en práctica una nueva medida política o económica lesiva para la población, de pronto y aparentemente de la nada, surge un nuevo acto distractor.
Este puede asumir la forma de una acción militar generalizada contra el narcotráfico, un acto supuestamente terrorista, un cambio en el gabinete, un viaje sin sentido al extranjero o lo que sea. El chiste es desviar la atención de la opinión pública, mediante un espectáculo de fuegos fatuos, de los temas centrales para el futuro, mejor o peor, de la sociedad.
Ahora el manido esquema se está repitiendo con el asunto del bombazo, supuestamente terrorista en el centro de la capital de la república, el pasado viernes 15 de febrero.
Informaciones van e informaciones vienen, pero en todas reinan las contradicciones, los desmentidos, las nuevas versiones, los hallazgos providenciales. Y al final, nada realmente se sabe, ni se sabrá, del asunto.
¿Terroristas?, ¿el narco?, ¿traficantes de armas últimamente lastimados? ¡No importa! Lo que interesa es distraer a la opinión pública. Pero la estrategia tiene, obviamente, más propósitos aviesos que la pura distracción. Veamos, a título de ejemplo ilustrativo, el último bombazo.
¿No es acaso un magnífico pretexto para sensibilizar a la opinión pública sobre la conveniencia de que sea aprobada la reforma judicial calderoniana, la llamada ley Gestapo, que pretende criminalizar la inconformidad y la protesta sociales, conculcando las garantías individuales hasta ahora garantizadas por la Constitución?
¿Y no es también un pretexto perfecto para intentar echarle tierra al vivo e indeleble tema del megafraude electoral de julio de 2006? ¿Y no es útil, igualmente, para echar un manto de olvido al intento muy avanzado de privatizar Pemex, aunque increíblemente y contra toda evidencia pública, lo niegue servilmente el nuevo lacayo del sistema pripanista, el Premio Nobel de Química, Mario Molina?
¿No sirve asimismo, desde luego, para demostrarle al insumiso gobierno de Marcelo Ebrard que no es invulnerable a represalias provenientes de los sótanos de la Procuraduría General de la República? ¿Y no es también útil para avanzar en los planes de desprestigio del gobierno capitalino, mostrándolo como ineficaz y blandengue en la lucha contra la delincuencia?
¿No es claro así que nos encontramos ante una redición del viejo truco que busca matar varios pájaros de un tiro? ¡Ah, qué don Felipe tan previsible!
Ya se va haciendo costumbre: cada vez que Felipe Calderón tiene una bronca o pretende poner en práctica una nueva medida política o económica lesiva para la población, de pronto y aparentemente de la nada, surge un nuevo acto distractor.
Este puede asumir la forma de una acción militar generalizada contra el narcotráfico, un acto supuestamente terrorista, un cambio en el gabinete, un viaje sin sentido al extranjero o lo que sea. El chiste es desviar la atención de la opinión pública, mediante un espectáculo de fuegos fatuos, de los temas centrales para el futuro, mejor o peor, de la sociedad.
Ahora el manido esquema se está repitiendo con el asunto del bombazo, supuestamente terrorista en el centro de la capital de la república, el pasado viernes 15 de febrero.
Informaciones van e informaciones vienen, pero en todas reinan las contradicciones, los desmentidos, las nuevas versiones, los hallazgos providenciales. Y al final, nada realmente se sabe, ni se sabrá, del asunto.
¿Terroristas?, ¿el narco?, ¿traficantes de armas últimamente lastimados? ¡No importa! Lo que interesa es distraer a la opinión pública. Pero la estrategia tiene, obviamente, más propósitos aviesos que la pura distracción. Veamos, a título de ejemplo ilustrativo, el último bombazo.
¿No es acaso un magnífico pretexto para sensibilizar a la opinión pública sobre la conveniencia de que sea aprobada la reforma judicial calderoniana, la llamada ley Gestapo, que pretende criminalizar la inconformidad y la protesta sociales, conculcando las garantías individuales hasta ahora garantizadas por la Constitución?
¿Y no es también un pretexto perfecto para intentar echarle tierra al vivo e indeleble tema del megafraude electoral de julio de 2006? ¿Y no es útil, igualmente, para echar un manto de olvido al intento muy avanzado de privatizar Pemex, aunque increíblemente y contra toda evidencia pública, lo niegue servilmente el nuevo lacayo del sistema pripanista, el Premio Nobel de Química, Mario Molina?
¿No sirve asimismo, desde luego, para demostrarle al insumiso gobierno de Marcelo Ebrard que no es invulnerable a represalias provenientes de los sótanos de la Procuraduría General de la República? ¿Y no es también útil para avanzar en los planes de desprestigio del gobierno capitalino, mostrándolo como ineficaz y blandengue en la lucha contra la delincuencia?
¿No es claro así que nos encontramos ante una redición del viejo truco que busca matar varios pájaros de un tiro? ¡Ah, qué don Felipe tan previsible!