Mintiendo, nadie gana; todos pierden
Por Esto / María Teresa Jardí
Estoy convencida de que el primer procurador nombrado por Patricio Patrón Laviada era un abogado honesto. Pregunté y escuché reiteradas versiones al respecto, recién llegada a vivir aquí. Me tocó verlo —qué tiempos aquellos— destruido por desatendidas crónicas anunciadas, solo, con quien supuse era su mujer y con un joven que daba la impresión más de amigo que de chofer, aunque también supuse que fungía como tal porque les llevaba la maleta, antes de sentarse a departir en una de las cafeterías del aeropuerto de Mérida.
Pero —ese abogado— perdió el prestigio y aunque sea para la historia, ya pasó como encubridor de los asesinos de Pánfilo Novelo. Aunque curiosamente su decadencia ante la sociedad haya partido de un caso irrelevante, se puede decir, desde el punto de vista criminal.
Y con esto no quiero decir que el homicidio no sea un delito relevante. Tan es así, que en México, antes del asesinato de la Constitución de 1917, el principal bien tutelado era el del derecho a la vida de toda persona que pisara el territorio de nuestra nación, entonces soberana.
Pero como es evidente, para cualquier ser pensante, no es lo mismo un crimen pasional que una ejecución extrajudicial, aunque por lo tan perdidos que están los valores, impacte más el primero a la sociedad, incluso por el morbo que traen aparejados esos eventos. Y, sin embargo, la sociedad se deje acostumbrar, esa es una de las funciones de la telecracia, a las ejecuciones que nos vende la telebasura, por cotidianas, como aceptables.
El prestigio, como abogado del primer procurador de la anterior administración yucateca, se perdió en un caso que se convirtió en emblemático para la sociedad yucateca —a pesar de tratarse de un crimen pasional y de ahí su irrelevancia política, repito —-porque dividió a la sociedad yucateca en dos bandos.
Y probablemente se hizo así de manera negociada, entre el nuevo procurador y el nuevo gobernante, que heredaban el asunto, entiendo, porque servía como la parte correspondiente del circo distractivo, en tanto Patrón Laviada abría las puertas al narcotráfico y, él y su familia, incluidos los tíos, Hernández y Gamboa, especulaban con el ramo inmobiliario, al grado que las casas que constaban 250,000 pesos a mi llegada, hoy andan en el millón, cuando no lo rebasan. Me refiero al caso Abraham- Medina, como ya habrán comprendido ustedes.
Es inconcebible que hoy otro crimen, de similares características, se busque convertir en lo mismo —-a menos que haga falta como distracción social nuevamente y que su aprovechamiento esté acordado entre Ortega y el actual procurador—- lo que a nadie beneficia y menos a los que viven de cerca esa gran tragedia.
Se equivocan las familias firmantes de la carta publicada el sábado en POR ESTO! No es el POR ESTO! el que se equivoca al dar a conocer los hechos que saltan a la vista. La misión de todo comunicador con ética es informar a la sociedad con la verdad. Lo que levanta suspicacias son las mentiras y los ocultamientos del procurador en turno. Asumir la verdad es lo mejor que puede pasarles a todos, incluido al marido de la victima. Podrán parar unos días la información por lástima.
Pero entonces se poblarán las charlas de café y en el supermercado, de rumores que crecerán como la humedad y el tema volverá, una y otra vez, a ser noticia.
Estoy convencida de que el primer procurador nombrado por Patricio Patrón Laviada era un abogado honesto. Pregunté y escuché reiteradas versiones al respecto, recién llegada a vivir aquí. Me tocó verlo —qué tiempos aquellos— destruido por desatendidas crónicas anunciadas, solo, con quien supuse era su mujer y con un joven que daba la impresión más de amigo que de chofer, aunque también supuse que fungía como tal porque les llevaba la maleta, antes de sentarse a departir en una de las cafeterías del aeropuerto de Mérida.
Pero —ese abogado— perdió el prestigio y aunque sea para la historia, ya pasó como encubridor de los asesinos de Pánfilo Novelo. Aunque curiosamente su decadencia ante la sociedad haya partido de un caso irrelevante, se puede decir, desde el punto de vista criminal.
Y con esto no quiero decir que el homicidio no sea un delito relevante. Tan es así, que en México, antes del asesinato de la Constitución de 1917, el principal bien tutelado era el del derecho a la vida de toda persona que pisara el territorio de nuestra nación, entonces soberana.
Pero como es evidente, para cualquier ser pensante, no es lo mismo un crimen pasional que una ejecución extrajudicial, aunque por lo tan perdidos que están los valores, impacte más el primero a la sociedad, incluso por el morbo que traen aparejados esos eventos. Y, sin embargo, la sociedad se deje acostumbrar, esa es una de las funciones de la telecracia, a las ejecuciones que nos vende la telebasura, por cotidianas, como aceptables.
El prestigio, como abogado del primer procurador de la anterior administración yucateca, se perdió en un caso que se convirtió en emblemático para la sociedad yucateca —a pesar de tratarse de un crimen pasional y de ahí su irrelevancia política, repito —-porque dividió a la sociedad yucateca en dos bandos.
Y probablemente se hizo así de manera negociada, entre el nuevo procurador y el nuevo gobernante, que heredaban el asunto, entiendo, porque servía como la parte correspondiente del circo distractivo, en tanto Patrón Laviada abría las puertas al narcotráfico y, él y su familia, incluidos los tíos, Hernández y Gamboa, especulaban con el ramo inmobiliario, al grado que las casas que constaban 250,000 pesos a mi llegada, hoy andan en el millón, cuando no lo rebasan. Me refiero al caso Abraham- Medina, como ya habrán comprendido ustedes.
Es inconcebible que hoy otro crimen, de similares características, se busque convertir en lo mismo —-a menos que haga falta como distracción social nuevamente y que su aprovechamiento esté acordado entre Ortega y el actual procurador—- lo que a nadie beneficia y menos a los que viven de cerca esa gran tragedia.
Se equivocan las familias firmantes de la carta publicada el sábado en POR ESTO! No es el POR ESTO! el que se equivoca al dar a conocer los hechos que saltan a la vista. La misión de todo comunicador con ética es informar a la sociedad con la verdad. Lo que levanta suspicacias son las mentiras y los ocultamientos del procurador en turno. Asumir la verdad es lo mejor que puede pasarles a todos, incluido al marido de la victima. Podrán parar unos días la información por lástima.
Pero entonces se poblarán las charlas de café y en el supermercado, de rumores que crecerán como la humedad y el tema volverá, una y otra vez, a ser noticia.