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martes, 15 de enero de 2008

La misma gata

Revista Proceso

México, D.F., 14 de enero (apro).- Señor J. M. Aznar. La presente a este buzón es para comunicarle que veo con tristeza y también, por qué no decirlo, con indignación que su idea sobre el indigenismo, expuesta en cursos en el Tecnológico de Monterrey, es la misma que la de tantos de los descubridores, conquistadores e incluso evangelizadores de la América, hijos, a su vez, de la llamada “civilización occidental y cristiana”, que en el fondo consideraron que el mejor indio era el indio muerto, o en el mejor de los casos, sometido y esclavizado.

Repito, su idea del indigenismo, señor J. M. Aznar, es de la misma estofa del inglés Cotton Mather, quien dijo: “No sabemos cómo ni cuándo los indios fueron los primeros pobladores de este rico continente, pero sí sabemos que el Demonio habrá de exterminar esa mesnada de salvajes para que el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo no sea vilipendiado por ellos.”

Insisto, su idea del indigenismo, señor J. M. Aznar es del pelaje de los pueblos elegidos, que desde el viejo Testamento a nuestro hoy, creen que esa elección que se adjudican les da preponderancia sobre los demás y que el cumplimiento de su presumido deber tiene importancia de vida y muerte para el resto de los humanos, con lo que justifican todas sus acciones, incluso las más villanas y bárbaras. Usted lo sabe bien, no se haga, por lo que le digo que por más que pretenda defender y hasta legitimar su concepto del indigenismo con ataques al “neoestatismo”, defensa del capitalismo, alabanza de la libertad y rechazo a lo que llama ideología del pobrismo, afirmo y sostengo que toda esa su retórica es ante todo y nada más que una nueva faceta de la vieja disputa entre los humanos: la de la propiedad, la de su sentido y consecuencias en lo social. Total, que usted, J. M. Aznar, para los efectos de la práctica, con toda su pretendida retórica modernista, no está haciendo más que revolcar a la misma vieja gata con otro collar, la de tantos descubridores, conquistadores y colonizadores del llamado Nuevo Mundo, la de los encomenderos, comerciantes, colonos y la de no pocos de sus defensores espirituales, como los curas Olmedo, Ginés de Sepúlveda, Juan de Torquemada y tantos otros frailes que, con argumentos dizque teológicos, justificaron, legitimaron y hasta bendijeron la “guerra justa” contra los nativos de América, su evangelización por la fuerza, su esclavización en la encomienda, y hasta el herraje y asesinato de los mismos.

Lo admita o no, todo lo anterior, desde una crítica hecha desde el punto de vista de la fe cristiana, lo convierte en uno de esos extraños cristianos que usaron al cristianismo como careta del poder y del dominio, como máscara que justificó religiosamente la conquista y la encomienda, como antifaz que, religiosamente, propició y favoreció la agresión, la humillación, la discriminación e incluso la degradación del indio, al tiempo que, paradójicamente, también sirvió para adormecer las conciencias de los conquistadores y encomenderos, que así, en paz con Dios y consigo mismos, pudieron dedicarse a agredir, a someter y esclavizar a los indios, con lo cual se convirtieron en Judas del verdadero cristianismo.

Eso es lo que usted es hoy, señor J. M. Aznar, un Judas del cristianismo verdadero, ya que de otra manera no se explica que siendo uno de los más destacados ideólogos de la nueva internacional de la democracia cristiana, exprese tan peregrina idea del indigenismo. Más le valiera que como tal se preguntara y viera, sin telarañas en los ojos, que después de 500 años, de medio milenio de evangelización tan singular, los descendientes de los así evangelizados, es decir, los diferentes pueblos indígenas actuales, siguen siendo los más pobres de los pobres de este continente. Si bien mira, verá que los descendientes de aquellos que padecieron la conquista y la tal evangelización sufren de aislamiento, marginación, alcoholismo, miseria extrema y analfabetismo, que ninguno de esos pueblos goza siquiera de un mediano pasar. ¿Eso no le dice nada? Ante esta realidad, ¿cómo se atreve a denostarlos, a negarles derechos? Al respecto, bueno será que se entere que ya hace siglos, españoles más ilustres que usted, como por ejemplo Francisco de Vitoria, asentaron y sostuvieron que siendo los indios capaces de discernir, de distinguir una cosa de otra señalando la diferencia, eran también capaces de tener propiedades esto es, que eran sujetos con derechos reales, no supuestos como usted dice.

En verdad, si la internacional política demócrata cristiana, de la que usted es uno de sus ideólogos, respalda sus pensamientos, palabras y decisiones, tiemblo por el cristianismo que, en el pasado, ha perdido tantas batallas en este continente por Judas que lo vendieron desvergonzadamente.

Porque así no sea por el bien de la paz entre los vivos y descanso de los difuntos. Amén.

Fr. BARTOLOME DE LAS CASAS