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miércoles, 9 de enero de 2008

El consentido de doña Patricia

Conjeturas

De entre los pagos de facturas, por los servicios prestados, en el caso de financiamiento electoral, está el pago, como embajador de Calderón en China, de Jorge Eugenio Guajardo. Este neopanista neoleonés, con gustos de pintor de brocha gorda, al no gustarle el color del inmueble en su totalidad, ha mandado pintarlo una y otra vez, sin que acabe de gustarle y en cualquier momento hasta querrá cambiar de edificio. Al fin y al cabo lo que sobra es dinero en la Secretaría de Relaciones Exteriores, y don Jorge Eugenio es el consentido de doña Patricia Espinosa por órdenes superiores.

Es, pues, el señor Guajardo un embajador made in Los Pinos, que pidió irse a Pekín, sin siquiera conocimientos de turista, con todo y que presume de sus viajes al Oriente. Resulta que el columnista Ricardo Alemán (El Universal: 9/XII/07) cuestionó, con información veraz, el desempeño de Guajardo que también se compró un lujoso automóvil, pero no con su dinero y su “abogado”, el director de comunicación de la Secretaría de Relaciones Exteriores, lo defiende argumentando que la “compra está en proceso”. Este embajador se la pasa embelleciendo los inmuebles, pero para nada cumple con sus obligaciones. Una al menos: estar alerta al veloz capitalismo con comunismo-autoritario de la milenaria China, exportador de piratería a lo bestia a la sombra de su expansionismo comercial.

El representante de Calderón, con cargo a los dineros del pueblo mexicano, sólo espera los Juegos Olímpicos y se pasea por la inmensa geografía china y degustando la variedad de la cocina, como si fuera un turista. El señor Víctor Avilés, que firma la réplica a Ricardo Alemán (El Universal: 13/XII/07) se anda por las ramas del problema Guajardo: y es que éste no sirve para embajador, por lo cual urge la solución: cesarlo, deslindarle responsabilidades por la Secretaría de la Función Pública y cuando menos sancionarlo con regresarlo a su vida de ricacho. Y que se vaya a China con su dinero, para enviar a un embajador que cumpla con su trabajo.

Se trata de representar a nuestro país, no de pasársela gozando en una China que le disputa a Nueva York el centro de gravedad del capitalismo (¡oh, Fernand Braudel!) y el enviado de Calderón y Patricia se la pasa paseando y pintando. Mantener así a un funcionario es demasiado. Y todavía defenderlo de las críticas, en lugar de investigar lo que de Guajardo cuentan, con desencanto, los mexicanos que van a China y se topan con un embajador made in Los Pinos del todo inútil.