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miércoles, 9 de enero de 2008

Maestros de la perversión

Sacerdotes pederastas

En una cárcel de mujeres —donde seguramente no faltan sexoservidoras—, que purgan alguna condena, el señor Norberto Rivera Carrera, sin delicadeza alguna, fustigó a los y las periodistas que cumplen con su trabajo de informar y poco cristianamente los llamó “prostitutos de la comunicación”.

Según el dignatario eclesiástico, los colegas se dedican a destruir reputaciones, nombre y honor de las personas, lo que efectivamente ocurre cuando esas mismas personas incurren en delitos. Por supuesto, los denunciados quisieran que sus faltas permanecieran en la oscuridad, pero el deber de la gente de prensa es hacer públicas tales conductas para que la sociedad se proteja.

En especial, lo que debe molestar al cardenal Rivera es la reiterada denuncia de la pederastia, práctica que según todos los indicios se halla muy extendida entre los ministros del culto católico romano, lo que de ninguna manera significa que todos los sacerdotes se dediquen a abusar sexualmente de los niños.

Lo curioso es que a las reiteradas denuncias de pederastia, las respuestas de la jerarquía eclesiástica han sido evasivas, desgarramiento de vestiduras, negaciones tajantes, alegatos de una improbable ignorancia y, en suma, la impunidad de los señalados, como Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, protegido directa y ostentosamente por Karol Wojtyla.

Por razones que deberían ser obvias para la jerarquía, los casos de pederastia sacerdotal son de interés periodístico. Y motivos hay. Por ejemplo, no es asunto menor que el cardenal Juan Sandoval Iñiguez haya abierto sitios, como la llamada Casa Alberione de Guadalajara, que bajo el disfraz de clínica médica funciona en realidad como refugio de curas que abusan de los niños y se hayan impunes.

Al cardenal Rivera debe resultarle molesto que le recuerden que él, don Norberto, era obispo de Tehuacán cuando en esa diócesis violaba infantes el hasta ahora impune sacerdote Carlos Nicolás Aguilar Rivera, quien señalado por sus desmanes fue enviado a Estados Unidos, país en el que siguió violando niños hasta que regresó a México, donde se halla en libertad pese a que tiene orden de aprehensión.

Lo cierto es que en la Iglesia Católica Romana hay una grave enfermedad y quienes podrían aplicar el remedio están infectados o se niegan a ejercer la medicina. Y si de prostitución se trata, los periodistas resultamos menos que unos pobres aprendices frente a esos maestros de la perversión y las complicidades.