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martes, 8 de enero de 2008

Los sepultureros

Rosario Ibarra

Tanto el actual “gobierno” como sus tristemente célebres antecesores se volvieron especialistas en cuanto a cavar tumbas. Pensaron aquéllos (los plagiarios de los colores patrios), y lo siguen pensando los del signo de los llamados colores “marianos”, que las sepulturas son el remedio infalible para el olvido… ¡Pobres ilusos! (¿o debería usar otro calificativo más adecuado a sus capacidades mentales?).

Lo dejaré así, al fin y al cabo que el noble pueblo mexicano no es un retrasado mental y sabe lo que son, y además tiene muy buena memoria… y aparte, de su natural y prolífico ingenio brotan raudales de ideas, de expresiones que definen con agudeza la mala índole de los que nos han hecho tanto daño y que, ¡pobres ilusos!, piensan —repito— que con “echarle tierra al asunto”, todo se borra y se olvida y siguen en su empecinamiento fascistoide cava que te cava… pero… ¡su propia tumba!


—¿A quién se le ocurre (se preguntaba en la acera un vecino de por acá de la Sultana del Norte), a quién se le ocurre que los miles de mexicanos que escuchábamos a diario a la chaparrita simpática, valiente y entrona, que sabe oír a todos y darles su lugar y hacer valer sus puntos de vista y sus derechos, junto a los suyos, de informar con la verdad… ¿a quién se le ocurre, pues, que esos miles de mexicanos vamos a estar pegados a la radio para oír las sandeces “compatibles” o el veneno auditivo o la intención aviesa de quien ocupe el lugar de Carmen Aristegui en ese que fue su espacio?


Se les va a acabar el auditorio, o el “amable auditorio”, como hipócritamente le llaman.


Y seguía mi vecino:


—Les quedarán las y los fodongos que se levantan tarde, los huevos tibios, usted sabe, como les dicen a los flojonazos por estos rumbos; los que almuerzan en la cama y lo único que saben hacer es inventar maneras de explotar a quienes les sirven, y no contentos con eso, les envidian su apetito ancestral sin entenderlo. No saben o no quieren saber que el hambre les viene de siglos de miseria, que sus antepasados sufrieron lo mismo que ellos.


—Recuerdo, doña (me dijo), a una señora a la que le daba envidia ver cómo se “comían” la salsa sus cocineras… “la chupan, la beben, se les escurre por la garganta y limpian el plato con muchas tortillas las bárbaras”… (y apoyaba su maltratado codo sobre la mesa… porque le dolía… por tacaña, por avariciosa, cicatera, ruin, escatimosa, avara, roñosa, sórdida, en fin, todo lo que tenga que ver con esa forma ruin de querer atesorar los bienes que le son hurtados a quienes pertenecen, porque ellos sí trabajan).


Se despidió el vecino y me quedé pensando en todo el bien que hacía Carmen Aristegui en su programa mañanero y en su apego a la verdad y en su deseo de servir a las causas a las que otros medios cerraban las puertas…

Y me vino a la memoria una noche en la que nos quedamos afuera de Televisa casi hasta el amanecer, porque íbamos a denunciar la desaparición de unos compañeros y después de muchas horas nos dijeron textualmente: “Esos asuntos no se tratan por televisión”. Era casi al final de aquel programa famoso, 24 Horas, y rodeamos el edificio de la calle Chapultepec hasta el amanecer. Nos retiramos tristes y cansados, pero seguimos luchando hasta recuperarlos… Como han dicho los compañeros: ¡ni muertos cerraremos el pico!


Ya pueden estos del malhadado poder espurio inventar o repetir las copias del pasado sanguinario del tricolor; ya pueden y podrán “rediseñar” estrategias para servir a sus amados vecinos del norte, pero nunca podrán doblegarnos.

Jamás este pueblo inteligente y noble caerá en las redes malévolas de los bandos siniestros que se han apoderado del gobierno con “malas mañas” y que de igual forma arrebatan al pueblo lo poco de bueno que dejaban existir por amor a su ansiado rating, o como llamen a la afluencia masiva de “escuchas” que día tras día se sentían representados por esa noble mujer, llena de amor al prójimo y aferrada a sus valiosos ideales que se llama Carmen Aristegui.

Ella está erguida, en el sitial honroso de sus convicciones, mientras que los otros, los que le querían imponer insultantes “compatibilidades”, mientras sigan “echando tierra a los asuntos”, cavan su tumba y serán conocidos como enterradores, como odiosos representantes del mal, serán llamados, no cabe duda, los sepultureros.