2008... por lo menos que sea leve
Los tiempos pintan mal
Aunque ya nos estamos acostumbrando a los malos tiempos, este 2008 llega con malos, muy malos, augurios. Porque es indudable que los tiempos en la historia desde siempre se han dividido en buenos, malos y peores. Basta con recordar los siniestros años de vacas flacas que sufrió Egipto según la Escritura, los que terminaron con la final huida de los israelitas y la derrota y humillación de Faraón. Sólo que para los egipcios nada más fueron siete y nosotros llevamos quién sabe cuántos. Algunos dirán que desde los últimos años de Echeverría y otros desde el catastrófico final del salinato.
De seguro —y siendo muy optimista— llevamos como muy malos los siete que se hacen de sumar los de Fox con el mal principio del calderonato espurio.
De cualquier manera, repito, como que los mexicanos ya nos acostumbramos, fatalistas como somos a los malos años. Hace mucho que no encuentro a nadie, que esté enterado, por supuesto, que perciba las cosas con optimismo.
Incluso me he encontrado por ahí a los que recuerdan las conmociones de los años diez —el 1810, el 1910— a los que por cierta lógica perversa seguiría en 2010 otra gran sacudida histórica. Dios nos agarre confesados. Pero catástrofes aparte, los tiempos pintan mal y ciertamente Calderón no ha hecho nada para cambiar el estado de ánimo nacional. La ausencia de un proyecto mínimamente bueno contrasta con los malos augurios de lo que nos espera en lo fiscal, en la militarización, en el revanchismo final de la Iglesia que ha estado agazapada por siglo y medio esperando su momento de recuperarlo todo.
Y a eso hay que añadir, en un panorama político donde el escándalo es semanal (y ninguno se resuelve), la amenaza de muerte de la agricultura nacional alcanzada por el fatídico 2008 que el TLC dispuso como fecha inapelable. Cierto que por ahí sale el señor secretario de Agricultura —Bebeto para los jaliscienses—, que muestra una tranquilidad que no convence a nadie y menos, claro, a los jaliscienses que lo sufrimos por seis interminables años. Y esto de la agricultura puede ser uno de los golpes finales que sufra México en su incorporación al brave new world que nos depara el neoliberalismo asestado a México desde Miguel de la Madrid.
Llegó y pasó la Navidad con su artificiosa enajenación. Los mexicanos nos sumergimos en el maratón Guadalupe-Reyes y nos distrajimos con posadas, multitudes, embotellamientos, agotamiento. Y luego las fiestas y un piadoso escape. Pero ya se acabó y el 2008, como en el cuento de Monterroso, sigue estando allí. Que el 2008 nos sea leve porque mucho sería pedir que fuera feliz.
Aunque ya nos estamos acostumbrando a los malos tiempos, este 2008 llega con malos, muy malos, augurios. Porque es indudable que los tiempos en la historia desde siempre se han dividido en buenos, malos y peores. Basta con recordar los siniestros años de vacas flacas que sufrió Egipto según la Escritura, los que terminaron con la final huida de los israelitas y la derrota y humillación de Faraón. Sólo que para los egipcios nada más fueron siete y nosotros llevamos quién sabe cuántos. Algunos dirán que desde los últimos años de Echeverría y otros desde el catastrófico final del salinato.
De seguro —y siendo muy optimista— llevamos como muy malos los siete que se hacen de sumar los de Fox con el mal principio del calderonato espurio.
De cualquier manera, repito, como que los mexicanos ya nos acostumbramos, fatalistas como somos a los malos años. Hace mucho que no encuentro a nadie, que esté enterado, por supuesto, que perciba las cosas con optimismo.
Incluso me he encontrado por ahí a los que recuerdan las conmociones de los años diez —el 1810, el 1910— a los que por cierta lógica perversa seguiría en 2010 otra gran sacudida histórica. Dios nos agarre confesados. Pero catástrofes aparte, los tiempos pintan mal y ciertamente Calderón no ha hecho nada para cambiar el estado de ánimo nacional. La ausencia de un proyecto mínimamente bueno contrasta con los malos augurios de lo que nos espera en lo fiscal, en la militarización, en el revanchismo final de la Iglesia que ha estado agazapada por siglo y medio esperando su momento de recuperarlo todo.
Y a eso hay que añadir, en un panorama político donde el escándalo es semanal (y ninguno se resuelve), la amenaza de muerte de la agricultura nacional alcanzada por el fatídico 2008 que el TLC dispuso como fecha inapelable. Cierto que por ahí sale el señor secretario de Agricultura —Bebeto para los jaliscienses—, que muestra una tranquilidad que no convence a nadie y menos, claro, a los jaliscienses que lo sufrimos por seis interminables años. Y esto de la agricultura puede ser uno de los golpes finales que sufra México en su incorporación al brave new world que nos depara el neoliberalismo asestado a México desde Miguel de la Madrid.
Llegó y pasó la Navidad con su artificiosa enajenación. Los mexicanos nos sumergimos en el maratón Guadalupe-Reyes y nos distrajimos con posadas, multitudes, embotellamientos, agotamiento. Y luego las fiestas y un piadoso escape. Pero ya se acabó y el 2008, como en el cuento de Monterroso, sigue estando allí. Que el 2008 nos sea leve porque mucho sería pedir que fuera feliz.